Miles de manifestantes celebran en la Plaza Roja la anexión de las regiones rusas de Ucrania

Rusia y la guerra de Ucrania (I)

¿Qué opinan los rusos de la guerra?

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Siempre he sostenido que el pueblo ruso se caracteriza por una serie de cualidades; en concreto, son prudentes, tenaces, pacientes y determinados, y cuando golpean lo hacen con precisión, bien y con fuerza. Uno de los grandes errores más comunes en el análisis que se hace de la política rusa y de su sociedad, es en primer lugar realizar esa aproximación desde la perspectiva occidental y, en segundo lugar, no distinguir la diferencia existente entre los habitantes de la capital, Moscú, y el resto de las grandes ciudades.

Por lo pronto, el anuncio del envío de los Leopard con las cruces blancas en las llanuras ucranianas reavivará muchos sentimientos en la sociedad rusa, que no ha olvidado su historia reciente, porque así se ha encargado de recordárselo con insistencia el Gobierno ruso esta última década a la vista de la deriva ideológica en la que se sumía su vecino ucraniano, junto con la rusofobia ascendente en Polonia y Países Bálticos y la propagada en los medios de comunicación occidentales.

Equiparar a los rusos con la figura de su presidente Putin, centrando en él todas sus críticas y portadas, ha sido la mayor de las torpezas cometida por los políticos y medios occidentales, pues lo único que ha provocado es una mayor incomprensión en el pueblo ruso, y más apoyos a la vista de los resultados que está obteniendo su política exterior, y tal vez en menor medida en el interior, a juicio de algunos.

Y en esta elevación ad nauseam, en Occidente se ha dejado de focalizar la figura de Putin como responsable de todos los males, para dirigir todas las recriminaciones sobre los rusos en general, tal vez por el apoyo que Putin está recibiendo en este conflicto de sus conciudadanos o porque la sociedad rusa representa todo lo que rechazan los políticos occidentales y sus dirigentes, que con tanto ahínco ven un peligro en ella para sus propios intereses. Históricamente, las criticas han unido más a los pueblos que dividido.


Rusia tiene un pueblo que sabe sufrir, y por ello tiene arraigada en su alma la esperanza, y en ello ha contribuido en buena medida la religión ortodoxa. El recuerdo de la Gran Guerra Patriótica con su sufrimiento y el de sus héroes está instalado en el pensamiento ruso, y, a la vista de lo que venía sucediéndose en los últimos tiempos, la sociedad rusa era consciente de que volvería a pasar irremediablemente por ese sufrimiento; de ahí, esa resiliencia que sorprende al resto del mundo y que estimula a países emergentes. Lo que parece instalarse en la población rusa es que este conflicto no se va a acabar pronto y que durará más tiempo del que desean que dure: de ahí que existan sectores que reclaman mayor contundencia en las acciones militares.

Los rusos ya se percataron de esa rusofobia incipiente cuando tras la anexión de Crimea se decretó su aislamiento por parte de los países occidentales con la imposición de sanciones. Sin embargo, los rusos reaccionaron con gran resistencia, reforzando sus lazos internos, obligándose a desarrollar su economía en sectores tan variados como la agricultura, la industria o las nuevas tecnologías, alcanzando grandes logros y posicionamiento a nivel mundial.

Las sanciones tuvieron un efecto contrario al esperado, y ello supuso una movilización de las élites que, de lo contrario, se habrían acomodado, algo que nos está pasando y de lo que no nos estamos dando cuenta. Por otro lado, aunque pueda resultar anecdótico, el hecho de que los oligarcas no puedan invertir sus ganancias en el extranjero por el riesgo de que les sean incautadas en aplicación de las sanciones, supone que tienen que reinvertirlas en la economía interior rusa, de modo  que dejan de salir de Rusia cerca de cientos de miles de millones de dólares al año.

El efecto de las sanciones en el conjunto de la sociedad rusa tiene. si acaso, más incidencia en las poblaciones urbanitas, acostumbradas ya a un determinado consumo, que en el resto de la población rusa con hábitos de vida mucho más sencillos.

Los rusos no entienden por qué ese afán de persecución, impidiéndoles viajar a Europa, censurando su cultura, señalándolos como bestias o apestados, limitándoles sus derechos en el extranjero, prohibiéndoles expresarse y mantener sus opiniones cuando han aportado tanto al género humano con sus investigaciones y logros científicos, su música, su danza, su literatura. ¿De qué tenemos miedo? ¿Qué pretendemos? Nos puede la arrogancia y la soberbia sencillamente, pero no olvidemos que torres más altas han caído. Algo de humildad nos vendría bien.

La agresión y el desmantelamiento de monumentos conmemorativos a los caídos del Ejército Rojo en los países que en su día formaron parte de la órbita soviética, se interpreta como una agresión más y una ofensa a toda la sociedad rusa, donde prácticamente cada familia tuvo un familiar que lucho o murió en su momento, dado el altísimo precio en vidas humanas que supuso para la URSS la Segunda Guerra Mundial. Los rusos tienen muy desarrollado el sentimiento patriótico, y conocen bien su historia y la sienten como suya. Hoy día están haciendo la guerra que hicieron sus abuelos. Tal vez no se llegue al odio, pero seguro que sí al desprecio absoluto por ese comportamiento agresivo.

Por otro lado, la persecución en Ucrania a la Iglesia Ortodoxa canónica, la que hasta el inicio del conflicto dependía del Patriarcado de Moscú, también está contribuyendo a alimentar el sentimiento de irritación y cólera no sólo entre la sociedad rusa en general, sino también en una gran parte del clero ruso solicitando que se ponga fin a ese abuso y reclamando una intervención más enérgica por parte de las autoridades.

Eugenio de Dobrynine es antiguo Oficial de la Marina Francesa (r). Miembro de la Unión de la Noblesse Russe: Общество Памяти Императорской Гвардии (Association del Recuerdo de la Guardia Imperial Rusa). Abogado, articulista y conferenciante.

 

© Kosmos-polis

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