J.J.E.
Esto es una guerra. No es, desde luego, una guerra al viejo estilo: no hay dos potencias formales que intercambian provocaciones y agravios, llaman a sus respectivos embajadores, alinean sus ejércitos y declaran abiertas las hostilidades. Esto es una guerra invisible y volátil. El guerrillero-terrorista de la época de la descolonización, aquello que Carl Schmitt vio como figura del Partisano, se ha extendido ahora a escala planetaria al compás de la globalización y adopta sus formas propias de combate. El objetivo está en todas partes; el campo de batalla, también. Nosotros podremos seguir llamándolo “terrorismo”, si eso nos tranquiliza. No por ello dejarán de atacarnos. Porque para ellos sí es una guerra. Con todas las letras.
Nos matan por ser españoles. Y en tanto que españoles, porque somos europeos y occidentales, es decir, el enemigo. Los soldados de la semana pasada podían haber sido italianos o ingleses; los turistas de este lunes, noruegos o canadienses. Para ellos, para los asesinos, es igual: todos somos blancos, cristianos y capitalistas, luego todos somos el enemigo. Sobre ese paisaje, España posee para el enemigo una significación particular: Al Ándalus es tierra perdida, tierra de apóstatas, que debe ser reconquistada y castigada. Ignorar estas cosas es engañar a la población. Estamos en el punto de mira, y seguiremos estándolo con independencia de lo que hagamos.
Nos matan por razones religiosas. Todo lo ofuscadas, histéricas, maximalistas o equivocadas que se quiera, pero religiosas. Esta gente, la que nos mata, piensa realmente que actúa en nombre del Islam. Y por mucho que otros musulmanes nos digan que la suya no es una religión de guerra, sino de paz, el hecho es que el mundo musulmán, en general, parece especialmente inclinado a justificar a los asesinos y, con frecuencia, emplea la violencia como munición retórica: si fuéramos más “comprensivos” con el Islam –vienen a decirnos-, no habría tantas muertes. Eso es perfectamente absurdo y sólo demuestra una cosa: que el Islam tiene un problema que es específicamente suyo, que los musulmanes tienen que resolver su posición en el mundo moderno de alguna manera satisfactoria. Y eso tienen que hacerlo ellos; los demás no podemos hacer otra cosa que tomar precauciones… respecto al Islam.
Es urgente una respuesta adecuada. Como es una guerra invisible y volátil (“transmigrante”, dijo alguna vez Octavio Paz), carece de sentido buscar la paz mediante un acercamiento a los regímenes políticos del otro lado, porque éstos carecen de cualquier capacidad de acción sobre la red terrorista; la única política viable es la presión, para que no cubran la retaguardia de los asesinos. Como es una guerra que ha extendido el campo de batalla a escala universal, carece de sentido responder a los ataques con los medios convencionales de la guerra clásica: lo que necesitamos no son divisiones aerotransportadas ni “misiles inteligentes”, sino redes de información y estrategia policial. Como es una guerra que ha estallado con independencia de nuestra voluntad, carece de sentido que sigamos comportándonos como si esto no fuera con nosotros: hay que tomar conciencia de que nos quieren exterminar y no podemos ignorar ni quiénes son ni en nombre de qué actúan.
¿Estaremos a la altura?