Sin la ayuda USA la URSS nunca habría podido superar al III Reich

El impacto de Pearl Harbor (y II)

Estados Unidos fue la última gran potencia en entrar en la Segunda Guerra Mundial, pero en cuanto participó su peso desequilibró la balanza a favor de los Aliados. A salvo de las invasiones y los bombardeos, protegido por dos océanos, la industria norteamericana volcó toda su capacidad de producción en serie en los frentes de batalla. Los soldados del Ejército Rojo habrían muerto de hambre sin los suministros enviados por Roosevelt a Stalin.

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Los Estados Unidos tardarían unos meses en rehacerse del desastre de Pearl Harbor. En junio de 1942, obtendrían la victoria de Midway, que volvió las tornas por completo en la campaña del Pacífico. En adelante, la táctica japonesa consistiría en resistir a toda costa, en la confianza de que imponer un coste prohibitivo a las campañas americanas conduciría a Washington a buscar un armisticio. Evidentemente, en su desprecio de la capacidad estadounidense, se equivocaban. Y su resistencia en los últimos meses de la guerra persuadió al mando norteamericano de necesidad de usar armamento nuclear para evitar la muerte de decenas de miles de soldados en la conquista de Japón.
 
Ese año de 1942, los Estados Unidos ya producirían por sí mismos tantos aviones como Alemania, la URSS y Japón juntos. A lo largo del conflicto botaron casi 9.000 grandes buques, una cifra sencillamente impresionante (por ejemplo, en 1943 produjo diez veces más embarcaciones que Alemania, veinte veces más que Japón y ¡doscientas! más que la URSS) y, entre 1942 y 1943, sus cifras de producción en carros de combate igualaron las fabricadas por el III Reich durante toda la guerra. Antes de cumplirse el primer año del ataque a Pearl Harbor, la armada de Estados Unidos atravesaba el Atlántico y desembarcaba en el norte de África.
 
La entrada de EE.UU en la guerra representó para Alemania una merma muy notable de sus posibilidades en el frente occidental, exigiendo del Reich la dedicación de un esfuerzo en torno al 35% de su potencial bélico total de 1943 en adelante. Además, mientras los estadounidenses atendían sus propias necesidades frente a Alemania, se permitían mantener la lucha en el Pacífico hasta derrotar a Japón; e incluso sostuvieron a la Unión Soviética desde 1942 mediante el envío de una ingente cantidad de material de lo más diverso (que incluía alimentos).
 
Qué recibió la URSS
 
Si es cierto que sólo el 4% del material puramente bélico empleado por la URSS procedía de los países occidentales, no lo es menos que por cada locomotora que fabricaron los soviéticos durante la guerra, los Estados Unidos enviaron veinte. Y casi el doble de camiones (unos 410.000) que los que produjo la URSS. La mitad de los neumáticos que utilizó el Ejército Rojo estaban fabricados en EE.UU, y les hicieron llegar más aluminio del que fueron capaces de producir los propios rusos. Las comunicaciones por radio -de las que carecían los soviéticos-, se debían en su práctica totalidad a los estadounidenses. Y una gigantesca cantidad de carne enlatada y huevos en polvo (“los huevos del señor. Roosevelt”) sin los que muchos soviéticos, sin duda, no habrían visto el final de la guerra.
 
Es probablemente cierto que la ayuda occidental no representó gran cosa antes de 1943, por lo que la resistencia de los años previos tiene poco que agradecerle a los Aliados pero, paradójicamente, lo que permitió al Ejército Rojo caer sobre la Europa oriental y central fue la mecanización facilitada desde las fábricas de Detroit. Sin los camiones y la comunicaciones por radio, sin los repuestos, sin las locomotoras, sin los neumáticos y sin los alimentos para sobrevivir y las materias primas para ayudar a la fabricación de sus propias armas, los desangrados soviéticos no hubieran llegado a 1944 sin pedir la paz y, desde luego, jamás habrían podido montar las gigantescas ofensivas móviles desde el otoño de 1943 en adelante. La suerte de la guerra, con toda probabilidad, hubiera sido distinta.
 
Todo eso representó Pearl Harbor: la irrupción del coloso americano en la IIGM, que voltearía su resultado de modo inapelable. De Pearl Harbor en adelante, los Aliados no podían perder. Pero esa irrupción no sólo afectó a la IIGM, sino que ha marcado hasta hoy la evolución de nuestro mundo. Pues, en efecto, hemos tenido que  acostumbrarnos, de mejor o peor humor, a ver cómo dicta la política general una potencia que lo es desde que una soleada mañana de diciembre de 1941 unos pocos cientos de aparatos japoneses cayeron sobre una ignota base del Pacífico.

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