Si eso no les aterroriza, una de dos: o no le prestan atención, o son del todo cómplices.

Trump, una fuerza de la naturaleza

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Existen los fundadores de ideologías, y Donald Trump, desde luego no es uno de ellos. El nacionalpopulismo tiene sus raíces en el ordoliberalismo alemán, el distributismo inglés, en la Doctrina Social de la Iglesia, en la Nueva Derecha francesa, en el golismo galo, en el nacionalsindicalismo español, y, en Estados Unidos, en el mandato de algún presidente republicano como Eisenhower. Lo que es Trump, es un fundador sociológico. Hasta él, las zonas sociológicas demócratas y republicanas estaban bien delimitadas, por más que hubiera naturalmente un porcentaje muy alto de la población —como en todas las democracias— que hacía oscilar la victoria electoral hacia un lado u otro. Del mismo modo que hay swinging states, también hay swinging electorate.

Pero entonces llega Trump y lo revoluciona todo. Especialmente atrayéndose a gran parte del electorado tradicionalmente demócrata.

Imaginemos a un votante habitual del partido Demócrata, de 46 años en 2016, de origen católico. Este hipotético votante vive en el Cinturón de Óxido, es un trabajador cuello azul, divorciado y en paro. Perdió su primer trabajo en una industria relacionada con la minería, debido al acoso al carbón de la llamada Iglesia de la Calentología. Consiguió otro trabajo en una fábrica local, que posteriormente fue deslocalizada, y así quedó en paro.

Todo ello  le hizo perder simpatías hacia el partido al  que habitualmente votaba. Pero aún hay más: durante años vio cómo su condado se iba llenando de comunidades musulmanas que no paraban de construir mezquitas y que no parecían tener intenciones muy amigables hacia el país que les acogía. También llegó una cantidad insufrible de narcodelincuencia perpetrada por chicanos, los cuales no eran demasiado numerosos hasta entonces en la comarca.

Nunca fue muy practicante, pero tuvo que ver cómo una vieja iglesia católica de su ciudad era convertida en una discoteca. Su mujer, de origen irlandés, a la que conocía desde el instituto, dio a luz a un niño mulato. Y eso supuso el divorcio, no sin antes sufrir toda clase de insultos por parte del entorno femenino, el cual le tildaba de "mal hombre". Todas le difamaban en su comunidad parloteando cosas como "un hombre de verdad permanece junto a su mujer cuando ésta ha dado a luz". Si no llega a ser por el análisis de ADN, le hubiera tocado pagar una pensión alimenticia, aunque, en cualquier caso, se ve obligado a pagarle una pensión compensatoria —alimony— a su exmujer.

Entonces aparece como candidato un tipo como Trump, que es un gamberro, un salvaje, lenguaraz, provocador, alguien que no se corta, he does not give a fuck (se la trae al pairo la opinión), mujeriego, putero, amante de pornstars, casado con una exmodelo de Europa oriental que salió en la portada de Playboy acompañado de unas conejitas y ataviado con pajarita... Es como un stand up comedian, se ríe de sí mismo, promete gobernar para la clase obrera, bajar los impuestos, retornar las fábricas, proteger el carbón, eliminar la delincuencia, blindar las fronteras, volver a la Doctrina Monroe, y que —pese a ser presbiteriano (que es una iglesia protestante serena y clásica)— tiene en su equipo a una televangelista totalmente loca y con aspecto de alcohólica, pero que es un auténtico show de risas garantizado cada vez que aparece, y cuenta también con un evangélico, pero que parece discreto, de perfil bajo, y no de estos que están todo el día amenazando con el infierno. También dice que el mejor libro de la Historia es la Biblia, y justo después el suyo propio, titulado Arte del acuerdo, con lo cual transmite el mensaje de que, con él, la cultura cristiana está a salvo... aunque él mismo, desde luego, está muy lejos de la respetabilidad churchie.

Nuestro votante tiene —recordemos— 46 años, es decir, en los años 90 tenía veintitantos años, en su juventud escuchaba música como Nirvana, Oasis, Cranberries,  Rage against the machine, Greenday... y veía películas como El club de la lucha, Matrix y Trainspotting..., toda esta cultura de los 90, bastante oscura, cínica, gamberra, y muy desconfiada de todo el sistema alienante del capitalismo tardío.

También le produjeron risa, en su día, todos aquellos puritanos que querían defenestrar a Bill Clinton por sus actividades en el "Despacho Oral" con una chica de su edad, y además polaca-americana, al igual que él. Pero ahora resulta que los prudes (los mojigatos), los señaladores de virtud, son los demócratas, que quieren la cabeza de Donald porque es un confirmado john (un putero) y encima con estrellas del porno. Y, por si fuera poco, su señora aparecía en pelotas en una revista erótica de los años 90.

Agitemos la coctelera...

Nuestro tradicional votante demócrata se vuelve un trumpista (que no republicano) entusiasta. Y de paso, abraza también toda la artillería ideológica de la Alt Right, que también contribuyó —y no poco— a guiarle hasta Trump, después de muchas horas leyendo blogs y viendo vídeos en Internet. Y todavía más: la Alt Right le ha puesto en contacto con sus raíces polacas, y le ha hecho sentirse orgulloso de ser eurodescendiente, eslavo, y bautizado en la iglesia católica. Llevaba ya mucho tiempo retrasando un viaje a Olsztyn, el pueblo lindante con Kaliningrado del que eran oriundos sus tatarabuelos, pero va a hacerlo en cuanto pueda.

Tomando a nuestro hipotético blue collar polaco-americano, podemos observar cómo Donald Trump ha formado una nueva y sólida sociología norteamericana que está ahí para quedarse. Y que, a partir de ahora, votará, por defecto, al partido Republicano.

Otra cosa es lo que luego pase con los resultados electorales.

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