¿Hacia el fin de la cristiandad?

Recientemente, Chantal Delsol, reputada filósofa católica francesa, publicó un ensayo titulado 'La fin de la Chrétienté'.

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Hace varias semanas, una de las consultoras financieras más importantes del mundo emitió un informe en el que, además de realizar un ortodoxo análisis global, apoyado en exhaustivos datos numéricos, se incluyen algunas frases como las siguientes: “es difícil encontrar justificación para un sistema económico y financiero que depende de la expansión de la deuda y de capital subsidiado” y “la Unión Europea se ha convertido en una especie de papado secular”. En un informe así, la primera afirmación, aunque tiene mucha enjundia política, sorprende menos que la segunda. Sus autores no están hablando sólo de política, de economía y finanzas, lo hacen también de religión y moral, algo poco frecuente.

Recientemente, Chantal Delsol, reputada filósofa católica francesa, publicó un ensayo titulado La fin de la Chrétienté. Su tesis es que estamos asistiendo al proceso inverso al que aconteció en el siglo IV, cuando Teodosio (cristiano), emperador romano de Oriente, venció a Eugenio (propagano), emperador de Occidente, y estableció la ortodoxia cristiana en ambas partes del imperio. Para Occidente supuso dos cambios importantes: de un lado, la transición del politeísmo al monoteísmo; y, del otro, que la moral de la sociedad (¡en menos de cuarenta años!) empezara a ser instaurada por una religión en lugar de por el Estado. Pues una de las características de las sociedades politeístas es que su moral no la establece un credo religioso, sino las élites, por medio de instituciones seculares.

Por mucho que leo a Steven Pinker, Ayn Rand, Immanuel Kant, Friedrich Nietzsche y Karl Marx (entre otros), contra mi ferviente deseo, me siento incapaz de sostener que el hombre social sea un animal racional. Quizá algunos individuos aislados intentemos serlo; sin embargo, creo que aciertan Jonathan Haidt y Pablo Malo cuando afirman que el hombre es un ser moral, dando una parte de la explicación de su porqué Alasdair MacIntyre, cuando argumenta que aun queriendo los hombres ser racionales, resulta difícil que se pongan de acuerdo sobre “quien tiene la razón”, en las disputas sociales o políticas. Por eso, afirma, no queda más remedio que recurrir a un tercero para que establezca lo que se debe hacer o no, ya sea Dios, el Estado, o cualquier otra cosa que se le parezca y que participe de su misma autoridad moral.

Respecto de la psique humana, resulta forzoso referirse al “superyó” freudiano que, como es sabido, constituye la instancia moral enjuiciadora del “yo”. En un diálogo entre Sócrates y Glaucón, el segundo argumenta que en la tesitura de tener que elegir entre actuar virtuosamente, sin que nadie lo sepa, o hacerlo de manera torcida, bajo la apariencia de actuar con corrección, la mayoría de los hombres escogería la segunda opción. Si esto sucede cuando el ser humano considera que no está actuando acorde con la justicia, imaginemos que será capaz de hacer (o de dejar de hacer) cuando la moral del “superyó” (religiosa, estatal o social) constriñe su pensamiento. Tendría que poseer un “yo” muy poderoso para resistirse a una fuerza de tal calibre. Paradójicamente, vivimos en un contexto en el que tener demasiado ego se considera negativo. Quizá, si hubiera más egos y menos hombres masa nos iría mejor, aunque me consta que la tendencia manipuladora está a favor de la masa amansada y no del individuo.

Si Chantal Delsol acierta —y es muy probable que lo haga— los ciudadanos europeos estaríamos viviendo un periodo tan agitado como los habitantes del imperio romano de Occidente del siglo IV. Tras la “muerte de Dios”, certificada por varios filósofos decimonónicos, el paganismo estaría llenando el vacío dejado por el cristianismo. El problema de todo esto no es que éste pueda desaparecer, cosa que únicamente debería preocupar a los creyentes; sino que la civilización cristiana, la cristiandad, se está desmoronando. No obstante, quédense los fieles tranquilos porque el cristianismo no desaparecerá completamente. Según Delsol, seguirá existiendo como una secta o religión minoritaria, en comparación con el paganismo dominante.

Pero, seamos o no cristianos, ¿habría de preocuparnos el desmoronamiento de la cristiandad? Pensando cual ha sido la evolución de nuestra civilización durante los dieciséis siglos que ha imperado el monoteísmo cristiano acaso deberíamos considerar que no nos ha ido tan mal. Especialmente si pensamos en otros lugares donde han tenido vigencia otros credos civilizatorios.

El concepto de universidad sobre el que todavía se apoya la mayor parte de nuestro desarrollo tecnológico, filosófico y científico tiene su origen en el año 1088, en Bolonia, gracias a la fundación religiosa de la universidad (en general, no sólo de esa en concreto). Fue el cristianismo, a pesar de sus dogmas e intransigencias (que se han ido dulcificando con el paso de los siglos), el que impulsó el nacimiento de esos lugares de discusión e ideas, llamados universidades, a los que todos debemos muchísimo. No sé si será casualidad; pero ahora que la civilización cristiana se desmorona es cuando se está detectando el primer gran retroceso de la libertad de pensamiento y de cátedra, tal y como pone de manifiesto la nueva cultura de la cancelación. Es cierto que el nazismo y el comunismo significaron parálisis importantes en los derechos y libertades individuales; pero, a diferencia de la situación actual, solo afectaron y durante tiempo limitado a países concretos. El resto de Occidente siguió la misma senda ascendente que, como mínimo tras la Ilustración, se había marcado nuestra civilización. Si bien, estas restricciones temporales que acontecieron durante el siglo XX realmente cumplieron la función de sentar las bases de este nuevo politeísmo identitario; pues, según Antonio Gramsci, el marxismo debe ser considerado como una nueva Reforma, que en la sociedad secular de lugar a una “nueva ética”.

Sin cristianismo no habría habido Inquisición, ni tanta quema de brujas en los países protestantes; pero sin cristiandad tampoco Ilustración, Revolución americana, francesa, socialismo, anarquismo, ni tan siquiera liberalismo político y económico. Son muchos los autores, empezando por Adam Smith, que señalan que gracias al capital moral generado por el cristianismo los comerciantes se atrevieron al intercambio, sin el cual el mercado y el liberalismo no habrían nacido.

Incluso Marcus Gabriel reconoce que “la identidad social tiene una carga metafísica que en muchos casos actúa como sustituto de la religión”. Su visión tiene mucho que ver con la implantación de una moral universal de corte kantiano. Sin embargo, el nuevo paganismo no va en esa dirección, tal y como ponen de manifiesto sus tabúes, ostracismos morales y cancelaciones. El nuevo politeísmo está formado por ecologismo, veganismo, animalismo, transgenerismo, pansexualismo, blackismo y todos los ismos que forman parte del wokismo, que ya conocemos. Aunque me gustaría que se cumplieran algunos de los deseos del filósofo Gabriel, lo cierto es que con su apostolado en favor de la moral universal lo único que consigue es alimentar las pseudojustificaciones del nuevo paganismo politeísta. Porque lo que persigue el nuevo politeísmo social también es instaurar una moral universal.

Resulta duro, a la par que muy complejo, vivir en el parteaguas de la historia. Lo que vamos a seguir contemplando durante los próximos años va a ser una batalla entre dos morales. Entre una civilización todavía sustentada por una religión secundaria (monoteísta) y una religión politeísta y agnóstica (primaria), que es capaz de conectar fácilmente con el irracionalismo de la gente. De hecho, las religiones secundarias o monoteístas esconden en su seno rasgos de las politeístas o primarias. Por ello, pediría a Gabriel y al resto de los utopistas que se abstengan de tratar de convencernos de que es posible una moral racional y universal. La batalla racional, por desgracia, está perdida.

En mi opinión, más nos valdría ponernos de acuerdo sobre si lo que preferimos es este nuevo “papado” politeísta, utilizando la misma expresión que el informe financiero que cité al principio; o nuestra moral histórica territorial de casi dieciséis siglos. Lo que está en juego no es el cristianismo, sino la cristiandad. La alternativa politeísta no parece mejor que lo que ya teníamos. Por eso, acaso valga la pena plantearse si merece la pena defender la cristiandad.

Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil de la UJI y miembro de la Real
Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica (su último libro es
Contra la Corrección política, Ediciones Insólitas, 2021)

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