Quizá se acuerden que hace unos meses fue noticia la publicación de un estudio sobre la “cultura de la violación” en los perros que pasean en los parques en la revista científica especializada Gender, Place & Culture. El artículo no solo había pasado la revisión de pares, sino que lo hizo con nota: fue seleccionado como estudio destacado en los números especiales que celebraron el veinticinco aniversario de la revista. Su autora, la doctora en feminismo Helen Wilson, aseguró haber examinado “respetuosa pero cercanamente los genitales de un poco menos de 10.000 perros, teniendo cuidado de no producir alarma y marchándome si el perro parecía incómodo”, para concluir que estos parques “se convierten en espacios tolerantes con la violación donde la cultura de la violación humana se representa mediante la permisividad moral que extendemos a los animales”.
El problema es que Helen Wilson no existe. El artículo fue uno de la cerca de la veintena que tres académicos –Helen Pluckrose, James Lindsey y Peter Boghossian– enviaron a distintas revistas especializadas en lo que llaman “estudios reivindicativos”: estudios de género, de identidad sexual o racial, etc. Tras fracasar en sus primeros intentos –seis estudios fueron rechazados– lograron acertar con el enfoque adecuado y cuando tuvieron que poner fin a su proyecto porque iba a ser destapado habían logrado publicar siete artículos y que otros siete estuvieran en distintas fases del proceso de aceptación y publicación por distintas revistas de estudios sociales posmodernos.
Entre los textos, redactados durante un espacio de diez meses, incluyen estudios que afirman todo tipo de barbaridades, por supuesto sin ninguna base científica. En ellos se dice que si un hombre se masturba pensando en una mujer sin que ésta lo sepa se trata de violación, otro que copiaba un artículo supuestamente legítimo sobre glaciología feminista y que argumentaba que dentro de los estudios de astronomía debía incluirse la astrología feminista y queer, que los hombres que se masturbaran mediante penetración anal serían más feministas y menos tránsfobos o que los estudiantes blancos no debían tener derecho a hablar en clase y debían quedarse tumbados y encadenados. Llegaron, incluso, a reescribir el capítulo 12 del Mein Kampf de Hitler en términos feministas; el artículo fue aceptado por la revista Affilia aunque ahora, esperemos, no llegará a publicarlo.
Helen Pluckrose, James Lindsey y Peter Boghossian lamentan que el trabajo del físico Alan Sokal, quien publicó en 1996 un artículo sin ningún tipo de sentido en la revista de referencia del posmodernismo Social Text, demostrando así que el campo no tenía valor científico alguno, cuando ni siquiera los especialistas podían diferenciar un trabajo legítimo de pura palabrería sin sentido. Y sin embargo el posmodernismo no ha hecho sino prosperar desde entonces. ¿Por qué? Porque permite dar cobertura académica a un buen número de activistas ideologizados a un coste ridículo: los tres autores pudieron escribir veinte artículos en diez meses y su éxito fue tal que hasta comenzaron a llamarles para revisar estudios de otros autores. Se considera que hacen falta unos siete artículos publicados para lograr una plaza fija en la universidad.
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