Penny Mordaunt, responsable del Ministerio de la Mujer y la Igualdad del Reino Unido, ministerio totalmente alineado con las políticas de género internacionales, propuso el pasado 15 de septiembre estudiar las causas del disparatado incremento de los tratamientos transgénero en menores del Reino Unido.
Este incremento es, con datos de la propia ministra, de un 4.000% (cuatro mil por cien) en la última década, y se hacen eco del mismo diarios como The Times o The Telegraph. Coinciden ambos en que en el último año 1.806 niñas han sido sometidas a estos tratamientos en el sistema sanitario de Gran Bretaña.
Son datos ciertos, proporcionados por el propio Ministerio británico, lo que provoca conmoción en cualquier lector, con independencia de la ideología y más entre los que nos dedicamos a la enseñanza o somos padres, porque no cabe duda de que lo que está pasando con los niños ingleses les pasará en muy corto periodo de tiempo a todos los europeos.
Son varias las razones por las que nadie puede permanecer indiferente ante el hecho de que estos tratamientos se estén produciendo en un número cada vez mayor y en edades cada vez más tempranas.
Primero: porque afecta a menores que deberían pensar en cualquier cosa menos en el sexo.
Segundo: porque los tratamientos son irreversibles y se trata de la única cosa que se les permite hacer a los menores sin el consentimiento paterno yque además tiene consecuencias fisiológicas y psicológicas para toda la vida.
Tercero: porque semejante incremento no puede sino ser causado por algo distinto a la “necesidad” de tales operaciones por cuestiones intrínsecas al menor. Es decir: las causan los adultos.
Una vez conocido el dato y escandalizados por ello debemos buscar la causa. Yo le diría a la ministra que no busque demasiado lejos, que ella (y sus predecesoras en el cargo) es en parte la causante de esta aberración.
El ministerio que dirige Penny Mordaunt es el responsable de los programas escolares de adoctrinamiento en centros escolares, el que firmó la «Alianza nacional contra la homofobia, bifobica y transfóbica», que actúa en centros escolares del Reino Unido. Esta ‘Alianza’ se firmó entre el Estado y una docena de asociaciones LGTB para inculcar a los niños la idea de que cualquier práctica, orientación o deseo sexual es igualmente válido, que existen niños que son niñas, niñas que son niños e individuos que no son ni una cosa ni la otra, etc. Estos programas, que se introducen en las escuelas –en teoría– para evitar el rechazo que sufren en la adolescencia los jóvenes homosexuales, enseñan a utilizar el propio cuerpo y el ajeno como fuente de placer, a identificar posibles sentimientos homosexuales y a aceptarlos como normales.
Independientemente del logro de su objetivo (personalmente creo que tampoco lo cumplen) está claro que estos programas lo único que pueden generar es confusión y desorientación en los niños y adolescentes, puesto que por definición tanto unos como otros no tienen formado el carácter ni tienen claro quiénes son y mucho menos quiénes quieren ser.
En el caso de los menores de once años sabemos que en su horizonte mental el sexo no aparece. Si por accidente aparece en su vida se muestra como un misterio, como cosas de los mayores que no terminan de comprender ni en su dimensión real ni en sus implicaciones. Por otro lado, en el nivel psicológico, los afectos del niño son de naturaleza muy diferente a las personas adultas. El niño vive en el presente donde lo que tiene delante es amado sin implicaciones de ningún tipo. Un niño puede jugar con un desconocido como si fuese su más fiel amigo y no volver a verlo sin echarle de menos ni preguntarse nada de él, o puede enfadarse y desenfadarse en unas horas con un compañero. Pueden tener mejor relación con una muñeca que con una persona real, porque la realidad es distinta para los niños que para los adultos, abarca más. Los niños no tienen el tipo de relación direccional de los adultos, por lo que no tienen orientación de ningún tipo, y menos orientación sexual.
En cuanto a la diferenciación sexual es algo que tampoco forma parte del universo del niño. Si bien son capaces de distinguir sexos a muy temprana edad (la identificación del sexo es un universal antropológico), no le dan el valor que los adultos le damos, no tratan a uno y otro sexo de manera diferente. Es del todo imposible que un niño o una niña manifiesten espontáneamente su incomodidad con el sexo propio (“asignado”, en la jerga de la ideología de género) o su preferencia por personas de su mismo sexo.
Solo si los adultos se empeñan en que los niños busquen afectos direccionales (la pregunta por el novio o la novia en educación infantil), con la que muchos padres acosan constantemente a sus hijos, los niños se pueden plantear esa cuestión como una realidad posible, y si además se les pregunta si están más a gusto con los de su propio sexo o si sienten por algún compañero atracción, los niños en su imaginación pueden crearse una idea equivocada de lo que son las relaciones con sus compañeros. En estos programas, por ejemplo, se les pregunta a los niños si tienen novio y a las niñas si tienen novia.
Plantear en un niño un conflicto como este, ponerles a jugar a que los niños sean niñas. y las niñas, niños, para “ver cómo se sienten”, puede excitar la imaginación infantil, que, como dijimos, tiene trastocado el criterio de realidad, creando a veces la ilusión de ser lo que no se es, y esta imaginación es más potente en el caso de las niñas.
La confusión en la infancia llevará inexorablemente a una confusión mayor en la pubertad, puesto que, en este periodo, como veremos, el conflicto es parte de la vida.
No es de extrañar que aquellas niñas que fueron adoctrinados por estas asociaciones LGTB hace diez años pidan ahora de forma numerosa el cambio de sexo o practiquen la homosexualidad o la bisexualidad de manera momentánea, hasta lograr encontrar su sitio en la vida, es decir, llegar a la edad adulta.
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En cuanto a los adolescentes, el discurso adoctrinador en los colegios puede causar también un daño irreparable. Pensemos que la adolescencia es una etapa de crisis, donde todo lo aprendido en cuestiones de moral y política se pone en entredicho y donde el joven busca una afirmación en muchos casos contra la sociedad o el estilo de vida de los padres.
En la adolescencia el joven no encuentra su lugar y camina, como un náufrago, en busca de su lugar en la vida: busca afiliaciones (políticas, musicales, artísticas, religiosas), busca su afirmación y quiere ser tratado como adulto, pero tiene constantes recaídas a la infancia. No hay nada sólido en la vida del adolescente y este periodo se caracteriza por la búsqueda constante de su ser. El adolescente se ha iniciado ya en el amor direccional, ya le gusta alguien, aunque ese alguien cambie constantemente. Aún no ha llegado al amor pleno, sino que está en el mundo de los amores. La vida del adolescente puede ser pensada como los fuegos artificiales: mucha intensidad, pero poca pólvora, de tal manera que constantemente salta y vuelve a su ser.
La relación con las personas del otro sexo no es del todo equilibrada. Se da una relación de amor y odio a la vez; por una parte, las tendencias naturales les llevan a la unidad, pero la psicología, con sus dos tiempos madurativos entre hombres y mujeres, les lleva al rechazo, sobre todo entre las chicas. El adolescente se siente doblemente incomprendido: primero por sus padres y después por los representantes del sexo contrario, pero con las personas de su misma edad y sexo se siente plenamente a gusto.
Siendo así las cosas, no es el mejor momento para explicarles en el colegio la posibilidad de un amor homosexual, o trabajar la idea de que los sentimientos hacia sus compañeros deban llevar necesariamente a una idea homosexual o transexual.
Estos programas, sin duda, no cumplen objetivo que se proponen, pero traen una serie de problemas muy graves que deberían tenerse en cuenta, aprendiendo la lección del Reino Unido a la hora de exportarlos al resto de los países.
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