Vuelve el macho. La pasada Nochevieja, varios centenares de inmigrantes se fueron de fiestorra en "Merkelandia" para lanzarse a la caza de la tierna y codiciada carne rubia.
Vuelve el macho. La pasada Nochevieja, varios centenares de inmigrantes se fueron de fiestorra en “Merkelandia” para lanzarse a la caza de la tierna y codiciada carne rubia.
“Llamar ‘animal’ a un varón es adularlo. No es ningún animal, es una máquina, un consolador sobre cuatro patas”, opina la feminista Valerie Solanas, autora del manifiesto SCUM, que dicho en román paladino significa “Asociación para castrar a los varones”.
Más de un millón de inmigrantes, embriagados del más aborrecido machismo, llegaron, después de un largo período de hambruna, a los brazos abiertos de una Europa que les invita a nutrirse en su generoso pecho. Europa, engañada en su día, se hizo poseer por Zeus, transformado en toro. Hoy, Europa, engañada por sus oligarcas, se hace poseer por hordas de búfalos disfrazados de inmigrantes; una manada de toros invitados a arar lo que debe impunemente ser arado (piensan ellos).
“Creo que el odio del varón es un acto político viable y honorable”, declara Robin Morgan, autora de Sisterhood Is Powerful, “uno de los 100 libros más influyentes del siglo XX”, según la New Public Library.
Mujeres blancas violadas y humilladas en nombre del multiculturalismo. Hombre blanco impotente para defenderlas en nombre del antirracismo y con la aquiescencia del feminismo, pues, como lo dice claramente Éric Zemmour, el verdugo teórico de estas damas, “el feminismo es una empresa totalitaria de desestructuración del ser humano y de la diferencia entre los sexos”. Así, después de haber conseguido tan brillantemente castrar a la sociedad denominada patriarcal, nuestras feministas hembristas asisten hoy, a la vez desnudas e idiotas útiles, a la “neandertalización” de una organización societal que han contribuido conscientemente a destruir. El problema, para esas ilustres damas, es que el señor Neandertal en cuestión no es exactamente lo mismo que el varón blanco occidental, de menos o más de 50 años, sumiso y castrado por un perpetuo sentimiento de arrepentimiento por no se sabe muy bien qué crimen. El señor Neandertal, a menudo adepto del islam, se dedica a someter, no se plantea muchas cuestiones (así fueran progresistas o filosóficas), y nunca llevará toga, pues le basta y sobra la chilaba.
“Hay que destruir la familia nuclear [...], Cualquiera que sea su significación última, el estallido de las familias constituye hoy en día un proceso objetivamente revolucionario”, declaró Linda Gordon, feminista, “miembra” del National Advisory Council on Violence Against Women, en la administración Clinton.
“Hay que osar el feminismo”, decían ellas. “Hay que osar hasta el clítoris”, añaden algunas. Servidas estarán, pues tan noble órgano constituye el centro de gravedad del pensamiento islámico, como lo atestigua la radical pudibundez de sus adeptos, sobre la base de principios escritos y practicados desde hace varios siglos.
Al igual que los homosexuales, las feministas recibirán trato prioritario por parte de sus nuevos amos. Los buenos tiempos del antiguo patriarcado blanco les parecerán entonces una especie de paraíso perdido. Han logrado magníficamente castrar al macho blanco europeo. Ahora podrán degustar los placeres del inmigrante.