¿Qué les habrán dado a estos húngaros?… No los hay más europeos, hoy, en toda Europa
¿Podemos dar refugio —se pregunta el primer ministro húngaro en su discurso sobre el estado de la nación— a quienes no están dispuestos a aceptar la cultura europea, o a quienes vienen con la intención de destruirla? Una Hungría de mayoría africana sería África con clima europeo. No Hungría.
El mundo en el que hoy vivimos los europeos, ¿es la continuación del período de crisis inaugurado en 2008? ¿O es un nuevo mundo lo que ha surgido desde el inicio de la crisis financiera? ¿Es ésta un simple período de recesión, una vez concluido el cual la vida europea volverá al orden de antes de la crisis, a ese período que hoy nos parece sinónimo de los buenos tiempos del pasado? ¿O tenemos que hacernos a la idea de que vivimos en un mundo nuevo, duro y hostil, un mundo que, si no actuamos rápidamente, acarreará la degradación de nuestro viejo continente? Una degradación que significa que de nada valdrán ni la constante expansión de la vida europea, ni su atractivo y codiciado modo de vida, ni los fabulosos tesoros de la cultura europea: Europa habrá perdido inevitablemente la partida en la gran carrera de la globalización.
Se requiere cierta valentía para afirmar lo anterior cuando se considera por lo general, tanto entre los políticos como entre la población, que nuestra sociedad y su actual modo de vida van a mantenerse indefinidamente. Se piensa que la historia es lineal y que sólo podemos progresar, siendo los problemas económicos una mera dificultad temporal. La crisis de la deuda, la creciente maquinización del trabajo, la debacle demográfica, el peak oil
[1] y la expansión del tercermundismo nos pintan, sin embargo, un escenario que nada hace pensar que el futuro vaya a ser halagüeño. No parece que vaya a volver el mundo caracterizado por una continua expansión material que imperaba antes de la crisis. Podemos afrontar tal situación y tomar medidas; o podemos seguir viviendo en la inopia y creer en que vendrán a salvarnos diversos mesías televisivos.
Hay organizaciones terroristas que reclutan miembros entre los inmigrantes asentados en Europa occidental, mientras que las fronteras del sur de la UE —incluidas las de Hungría— están siendo asaltadas por oleadas de inmigrantes, algo frente a lo cual los Estados y los Gobiernos, cada vez más frustrados, están perdiendo la partida. Y ello sucede en una situación económica en la que millones de europeos occidentales cada vez tienen que trabajar más por menos dinero, sólo para poder salvaguardar sus puestos de trabajo. Europa se enfrenta a cuestiones a las que no se puede responder en el marco del multiculturalismo progresista. ¿Podemos dar refugio a gente, una gran parte de la cual no está dispuesta a aceptar la cultura europea, o a gente que viene aquí con la intención de destruir la cultura europea?
Viktor Orbán critica seguidamente la forma en que las autoridades de la UE y los gobiernos abordan, desde un punto de vista progresista, todo el grave problema de la inmigración tercermundista: ven necesario —tanto por razones económicas como morales— aceptar esta inmigración, ignorando los perjuicios que causa a nuestra gente, así como, a largo plazo, a la continuidad de nuestros pueblos.
La Europa de hoy sigue apiñada tras los fosos de la corrección política, habiendo levantado una muralla de tabúes y dogmas alrededor de sí misma. Contrariamente a lo que ello implica, consideramos que el viejo mundo anterior a la crisis no va a volver. Hay cosas de períodos anteriores que sí vale la pena mantener, como la democracia —en la medida de lo posible, de forma que no requiera adjetivos que la modifiquen—; pero hay que dejar de lado todo lo que ha fallado y se ha roto. Si no enterramos tales cosas, son ellas las que nos enterrarán a nosotros. Y si alguien no quiere tomar decisiones verá cómo las circunstancias se encargan de tomarlas en su lugar. […]
Es por ello por lo que abandonamos la política económica neoliberal. Abandonamos la política de austeridad justo antes de que estuviésemos a punto de compartir el destino de Grecia. Abandonamos también la ilusión de la sociedad multicultural antes de convertir a Hungría en un campo de refugiados; y abandonamos asimismo la política social progresista que no reconoce el bien común y niega la cultura cristiana […]. Decidimos hacer frente a la andanada de ataques injustos y acusaciones que todo ello iba a comportar, al tiempo que nos cargábamos el dogma de la corrección política.
El primer ministro húngaro menciona seguidamente la cárcel mental, hecha de autocensura, a la que se someten los europeos posmodernos. Llama a deshacerse del corsé de la corrección política y cree que afrontar el futuro con visiones ya caducas, propias de los tiempos de una prosperidad ficticia —como el neoliberalismo económico, el multiculturalismo y el progresismo— significa ir directos al fracaso. Y añade:
Por lo que veo, el pueblo húngaro es por naturaleza políticamente incorrecto —con otras palabras, aún no ha perdido su sentido común. No está interesado en hablar por hablar: quiere hechos y resultados, así como trabajos y facturas asequibles de servicios públicos. Tampoco se traga la tontería de que el desempleo es connatural a las economías modernas. Quiere liberarse de la esclavitud moderna de la deuda a la que fue llevado por préstamos en divisas extranjeras. No quiere ver a su país con un tropel de personas de diferentes culturas, con diferentes costumbres, imposibles de integrar; personas que representan una amenaza para el orden público, sus puestos de trabajo y su sustento.
Lo mismo podría decirse de la mayor parte de los demás europeos del este. Habiendo vivido tanto tiempo bajo una dura tiranía marxista, están inoculados contra el marxismo cultural blando de Gramsci, Franz Boaz, la Escuela de Frankfurt, Stephen Gould y todas los demás teorías pseudocientíficas y antieuropeas que la izquierda defiende desde finales de los años 60. Por desgracia, el mundo anglo-americano y los miembros occidentales de la UE (liderados por Francia y Alemania) quieren imponer, mediante la intromisión cultural y las leyes comunitarias, esos principios enfermizos y etnomasoquistas a los europeos del este
Algo que experimentamos a diario es que los progresistas son extremadamente tolerantes, siendo tan sólo intolerantes con los “fascistas”. El problema es que, para ellos, todos los demás son “fascistas”. Sí, la política progresista solo reconoce dos clases de opinión: la suya y la incorrecta.
El mundo moderno ve las cuestiones económicas como las cuestiones centrales, como las decisivas. Tal vez tengan razón, pero es indispensable dar una mucho mayor prioridad a todo lo que es expresión de la vida. Por encima de todo se sitúa aquello que determina nuestra supervivencia biológica y nuestra continuidad.
Ello implica una crítica al determinismo económico de las élites occidentales. ¿De qué sirve que aumente ligeramente el PIB, si nuestro pueblo se extingue? Esta locura económica propia de los eurácratas, consistente en reducir a todos los individuos a átomos intercambiables, se pone particularmente de manifiesto cuando, para afrontar la catástrofe de baja natalidad de los europeos, con el consiguiente envejecimiento de nuestras sociedades, concluyen que hay que llenar los huecos generacionales no aumentando la natalidad local sino trayendo a millones de africanos y musulmanes. Olvidan que a los países los hace la gente que vive en ellos: una Hungría de mayoría africana sería África con clima europeo. No Hungría.
[1]El “pico petrolero” es el momento en el que se alcanza la tasa máxima de extracción de petróleo global y tras el cual la tasa de producción entra en un declive terminal. (N. de la Red.)