Ser europeo no es ser un africano rico y de piel blanca…, como deben de imaginarse quienes cruzan a miles el Mediterráneo. Y como se imaginan —pero ya empiezan a disminuir— los desventurados que los acogen jubilosos y con los brazos abiertos. Ser europeo tampoco es ser súbdito (“ciudadano”, dicen) del “engendro ese” de Bruselas, como lo llamaba el general De Gaulle: ese engendro burocrático y tecnocrático que ni siquiera sabe qué es un alma. Aún menos una patria.
Ni Lampedusa ni Bruselas: ¡ser europeo!
Ser europeo no es ser un africano rico y de piel blanca…, como deben de imaginarse quienes cruzan a miles el Mediterráneo. Y como se imaginan —pero ya empiezan a disminuir— los desventurados que los acogen jubilosos y con los brazos abiertos.
Ser europeo no es ser un africano rico y de piel blanca…, como deben de imaginarse quienes cruzan a miles el Mediterráneo. Y como se imaginan —pero ya empiezan a disminuir— los desventurados que los acogen jubilosos y con los brazos abiertos. Ser europeo tampoco es ser súbdito (“ciudadano”, dicen) del “engendro ese” de Bruselas, como lo llamaba el general De Gaulle: ese engendro burocrático y tecnocrático que ni siquiera sabe qué es un alma. Aún menos una patria.
Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.
¿Te ha gustado el artículo?
Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.
Quiero colaborar