Discurso de Fabrice Robert, presidente del Bloc Identitaire francés en la Jornada sobre la Reemigración celebrada el 15 de noviembre en París.
La Jornada que celebramos aspira a establecer nada más ni nada menos que los cimientos del arsenal que Francia y Europa necesitan para tomar la ofensiva en esta guerra política, ideológica y conceptual que se nos está haciendo desde hace ya varios decenios. Se trata de armas de legítima defensa, no letales, como se dice en la jerga administrativa.
Quisiera insistir sobre dos puntos. En primer lugar, la reemigración no es un concepto agresivo, sino que, por el contrario, es un concepto de protección útil para todos.
En segundo lugar, la remigración es un arma de paz, de concordia, que, si no se utiliza, nos abocará a una situación que, para simplificar, podríamos llamar “a la libanesa”, y en tal caso serán, por desgracia, otras armas las que vayan a hablar. Al decir lo anterior no estamos profiriendo ninguna amenaza: nos limitamos a constatar que la guerra de intensidad moderada que ahora estamos sufriendo cambiaría de naturaleza y de carácter si la remigración no pasara del ámbito conceptual al práctico.
No dejemos nunca de repetirlo en el futuro: reemigrar significa la paz para todo el mundo. La inmigración es la guerra para todos.
Sentado lo anterior, ¿cómo poner en práctica esta reemigración?
En primer lugar, haciéndolo de tal forma que resulte lo más natural posible, Con otras palabras, haciendo que parta de los propios migrantes. Nadie va a beber a una fuente que se ha quedado seca. Para alcanzar tal objetivo, se necesitan dos cosas: una marco legislativo y una voluntad política.
El marco legislativo sería lo más fácil de obtener una vez establecido un gobierno nacional. Pero ¿dónde fijar el cursor? ¿Hasta dónde ir y qué hilo de agua se debe dejar manar para mantenernos fieles a lo que se denomina la tradición de acogida de Francia? La cuestión no debe situarse en el ámbito de la moral sino en el de la práctica: ¿qué presupuesto puede Francia seguir consintiendo para albergar a poblaciones extranjeras? De este presupuesto se desprende todo lo demás, empezando por el marco legislativo. Lo que las leyes han hecho otras lo desharán.
La ley no es una moral: es la expresión de una voluntad, la del pueblo. No sólo en el sentido de 1789 y de una soberanía teórica dada como un sonajero a las masas, sino en el sentido de una entidad viva, consagrada por la historia, una entidad étnica y cultural. Pero hace falta que esta voluntad del pueblo encuentre también una salida política animada, a su vez, por una fuerza de carácter que esté a la altura de los retos históricos a los que nos enfrentamos.
La voluntad política es, pues, cosa distinta de la voluntad del legislativo, pues pertenece a un plano superior. Esta voluntad exigirá que aquél —o aquélla…— que gobierne a Francia en 2017 no ceda ni ante la Europa de Bruselas ni ante los lobbies de izquierdas. Para ello, su mejor escudo será el apoyo popular. Con otras palabras, y conviene insistir al respecto: la cuestión de la reemigración deberá figurar en el programa a fin de poder obtener la correspondiente legitimidad de acción. […]
Fin de la inmigración, condena de quienes la fomentan, derogación de la agrupación familiar, fin de la islamización, fin de la propaganda estatal en favor de la inmigración, del mestizaje, reemigración concertada a los países de origen… No os voy a recordar ahora el conjunto de propuestas efectuadas por los identitarios para hacer que la reemigración sea operativa. Digamos solamente que dichas medidas son casi exhaustivas y afectan tanto a los migrantes recientes como a los más antiguos y ya naturalizados. No es posible seguir aceptando esas oleadas masivas de naturalizaciones. Como lo dice Eric Zemmour, es muy fácil hacer que la población de Francia pase de 65 a 165 millones de habitantes… ¡Basta naturalizar a 100 millones de africanos! […]
Ni Francia ni Europa son estadísticas. No son seres intercambiables. Quien no cree en la personalidad de las naciones tampoco cree en la personalidad de los seres que las habitan. Quien no cree en las fronteras sólo cree en el individuo abstracto, intercambiable. En el individuo reducido a su mera dimensión consumista: un individuo tan universalmente humano que ya no se sabe si es una definición teórica o un código de barras.
En este contexto, la reemigración no es sólo una medida política, es algo que se debe enfocar también desde una perspectiva ecológica. Lo digo muy en serio. Por lo demás, ¿qué se creen los Verdes? ¿Se imaginan que los centenares de millones de candidatos al éxodo de África o de Asia se preocupan por el decrecimiento o están ansiosos de comer alimentos biológicos?
¿Se imaginan los ecologistas que la agricultura razonada, es decir, menos llena de sinrazón, esa agricultura que defienden con toda la razón del mundo, va a bastar para alimentar a 20, 30, 50, 100 millones de nuevos europeos? Los pantanos que rechazan, las granjas de 1.000 vacas que combaten, responden a las mismas causas que el tsunami migratorio que cae sobre nosotros. […]
La reemigración es necesaria porque es ecológica, como ya dijimos, porque es garantía de paz, como también subrayamos. Podríamos añadir que disminuiría considerablemente nuestros gastos presupuestarios. Pero, en el fondo, todas estas razones, por excelentes que sean, no son en sí mismas suficientes.
La razón suficiente e imperativa es ésta:
La reemigración es necesaria para preservar 40.000 años de identidad europea. La reemigración es necesaria para el futuro de los niños europeos. La reemigración, con otras palabras, no es un asunto que ataña ni a la moral, ni a la economía, ni a ningún ámbito de actividades. La reemigración es un acto de vida, un acto identitario y, por tanto, intrínsecamente político, para los pueblos europeos. Esta reemigración que puede parecer escandalosa para todos los fieles de la religión de los derechos humanos y que nos afecta a nosotros, los europeos, tenderá a hacerse universal a lo largo de este siglo. […]
El siglo XIX vio a Europa conquistar el mundo. El siglo XX fue el de las grandes guerras civiles entre conquistadores. El siglo que ha empezado hace poco debe ser el de la reconquista de Europa por Europa. La reemigración es una de las condiciones para ello. No abordaremos ahora las demás, que deberán sin embargo realizarse simultáneamente, y entre las que figura, en particular, la reconquista de una vitalidad demográfica propiamente europea. […]
El término reemigración tiene que ser introducido en el discurso político, inculcado en las reflexiones sociales, económicas, ecológicas. Este término hay que robustecerlo con hechos, regarlo de sentido. Tiene que convertirse en un concepto clave y ocupar el primer lugar en las soluciones para acabar con las desventuras de la época. Lo decimos con toda claridad. No disimulamos nuestros objetivos. La reemigración no es ninguna utopía. Es una potencialidad, y una potencialidad necesaria para Francia y para Europa. Hagamos que esta potencialidad constituya una clara frontera entre quienes desean que perdure nuestro país, nuestro continente, nuestra civilización, y quienes pretenden obtenerlo vendiendo a sus electores los astros muertos de la integración y de la asimilación.
Una integración y una asimilación que no son simplemente posibles. Afirmarlo no es ni una hipótesis ni una predicción. Es una constatación: una constatación basada en miles de hechos, anecdóticos o relevantes pero registrados no desde hace un año o diez, sino desde hace más de treinta años.
Cuando el primer nombre atribuido en la provincia de Seine-Saint-Denis es el de Mohamed, ¿dónde está la integración? Cuando ciudades enteras del extrarradio están habitadas por no europeos, cuando trenes enteros de cercanías transportan únicamente a africanos, ¿dónde está la asimilación? Cuando en ciertos barrios uno se creería en Argel o en Bamako, ¿qué constatación hay que sacar?
Esta constatación es la de la Gran Sustitución. La Gran Sustitución no es simplemente la sustitución progresiva, pero en un plazo de tiempo muy rápido —unas décadas— de la población histórica de nuestro país por poblaciones procedentes de la inmigración, y muy mayoritariamente de origen extraeuropeo. La Gran Sustitución es un fenómeno cuyo incremento es continuo y se realiza mediante políticas inmigratorias cada vez más laxistas, pero que ya se ha completado casi del todo en zonas enteras en donde los franceses de pura cepa se han han hecho minoritarios y a veces hasta han desaparecido del todo, remplazados por inmigrantes o por franceses administrativos procedentes de la inmigración. […]
¿Puede alguien imaginarse seriamente que vamos a “asimilar” a la decena de millones de musulmanes, cada vez más reivindicativos y radicales, actualmente presentes en nuestro territorio, o bien que vamos a “reconciliarnos” con los simpáticos hinchas del equipo de Argelia que han dado pruebas más que sobradas de cuál es el verdadero país que llevan en su sangre y en su corazón?
¿Se imagina alguien que quienes enarbolan los estandartes de la yihad o guerra santa, quienes sacan cada dos por tres sus banderas argelinas a la calle, o quienes cantan sin parar canciones en cada uno de cuyos estribillos se oye “jode a Francia” van a convertirse de la noche a la mañana en buenos franceses porque canten la Marsellesa y agiten la bandera tricolor?
Y ya no hablemos de los centenares de “franceses” que se han ido a hacer la yihad en Siria. Los numerosos videos que circulan por Internet revelan las atrocidades (víctimas degolladas, cadáveres exhibidos en público, etc.) cometidas por estos musulmanes que bien podrían volver un día a Francia.
¿Y es con ellos con quienes deberíamos reconciliarnos? ¡Cuando están en guerra contra nuestro país, nuestra civilización, nuestra identidad!
Lejos de los fantasmas de “reconciliación” o de asimilación masiva, pensamos que el único medio de evitar el caos que engendran fatalmente las sociedades multiculturales consiste en plantear de forma pacífica y concertada la reemigración. Es decir, el regreso a sus países de origen de una mayoría de los inmigrantes extraeuropeos presentes en nuestro territorio. Si a algunos les puede parecer hoy que ciertas medidas propuestas por los identitarios son “imposibles” o “radicales”, estamos convencidos de que los tiempos venideros harán que dichas medidas lleguen a ser tan posibles como necesarias. […]
En cualquier caso, no tenemos alternativa: o resistir o desaparecer.
¡Por Francia, por Europa, por nuestra civilización, por el futuro de nuestros hijos!