La izquierda y el progresismo iberoamericano están de capa caída. Se han dado cuenta de que la tienen difícil: ¡se acabó la revolución! Al menos por un tiempo bastante largo. La utopía de la igualdad social a golpes de mano se eclipsó hundiéndose en el fárrago de las atrocidades cometidas a lo largo del siglo XX. Como ya no tienen nada que dar a la política cotidiana, se refugian en el vago y etéreo mundo de la historia. Dado que la realidad y el presente le son hostiles por su notoria incapacidad para generar bienestar social, hurgan y molestan en el pasado.
Andrés Manuel López Obrador, político que presume de izquierda, sabe que llegó tarde a gobernar México. Sin Muro de Berlín, sin Tercer Mundo, con los Estados Unidos al lado gobernado por Donald Trump, no es mucho lo que puede hacer desde su alicaída ideología. Como buen patán, habló de más. ¿Y ahora?
Bueno, ya que no puede con el presente, va por el pasado. Y de esa forma calma sus ansiedades revolucionarias. Agotada la revolución social tal cual nos lo contaba su marxismo vergonzante, suple la ausencia con la monserga de los pueblos originarios, la ideología de género, el aborto, la ideología LGTB, el lenguaje inclusivo, entre otras sonseras parecidas.
Al presidente de México, al cumplirse 500 años de la batalla dada contra los indígenas de Tabasco, no se le ha ocurrido mejor cosa que exigir que España y la Iglesia ofrezcan sus disculpas a los "pueblos originarios" por las barbaridades y atrocidades cometidas en la Conquista.
Su primer gran error es hablar de pueblos originarios. El izquierdista AMLO, usando categorías históricas británicas y norteamericanas como es la frase "original peoples", no luce como intelectual antiimperialista. En América no hay pueblos originarios. Todos vinimos de afuera en distintos momentos. Somos forasteros. Los únicos originarios son los mestizos. Esta es la etnia auténticamente hispanoamericana.
Otro error grosero es señalar a España y sus instituciones como la matriz de la violencia y el exterminio de los indígenas. ¿Ignora el presidente de México el salvajismo de los mayas en su momento de esplendor y el salvajismo azteca al momento de la llegada de Cortés? Debiera leer al cronista que acompañó a Cortés, Bernal Díaz del Castillo, narrar las prácticas aberrantes de algunas comunidades indígenas y el malestar que esto ocasionaba en los indios sometidos. Sus ritos religiosos empantanados de sangre y antropofagia causaban horror a los españoles y también a los naturales de América. No porque los ibéricos no supieran de muerte y guerra, que sabían y mucho. Lo incomprensible y si se quiere satánico anidaba en que la muerte sangrienta era el centro de la religiosidad.
Así lo contaba el cronista: "Cada día sacrificaban delante de nosotros cuatro o cinco indios, y los corazones ofrecían a sus ídolos, y la sangre pegaban por las paredes, y cortábanles las piernas, los brazos y muslos y los comían como vacas que se traen de las carnicerías en nuestras tierras". La descripción de los sacerdotes hace helar la carne: "El hábito que traían aquellos Papas eran una mantas negras a manera de sotana y unos capillos que querían parecer a los que traen los canónigos y traían cabello muy largo hasta la cintura y algunos hasta los pies llenos de sangre pegada y muy enredados y las orejas hechas pedazos y hedían a azufre y tenían otro muy mal olor, como de carne muerta. Aquellos Papas eran hijos de principales y no tenían mujeres, mas tenían el maldito oficio de sodomías".
Fueron estos templos de sangre, hedor y muerte que Cortés tiró abajo, blanqueó con cal, puso una cruz y la imagen de María con Jesús en sus brazos. Para los indígenas la diferencia fue saludable. AMLO en su discurso alocado protesta por la desaparición de los templos aztecas. La ideología o el desequilibrio emocional ciega al más pintado.
Cortés conquistó México estableciendo alianzas políticas con los indígenas sometidos a los aztecas. Estas alianzas le permitieron contar con los favores, el afecto y el amor de una natural del país, Malinche, bautizada como Marina. La vida de esta mujer antes de la llegada de los españoles pinta de arriba abajo la cruenta historia prehispánica. Su madre y su padrastro la habían vendido como esclava y a partir de allí pasó de un mercader a otro. Para los españoles fue Dona. Le dio un hijo a Cortés, este le dio su apellido y naturalmente luego derecho a la herencia. Los progres y la izquierda conceptúan a Marina como una traidora. Marina es el inicio de la mestización iberoamericana. La matriz de los pueblos originarios.
En su alegato primitivista Manuel López Obrador le exige a la Iglesia que se disculpe por su accionar y su silencio. ¿Ignora el Presidente de México la acción llevada adelante por miembros de la Iglesia a favor del indígena y contra los excesos de muchos conquistadores? Supongo que no. Pues entonces no se entiende, en él y en muchos de los intelectuales iberoamericanos encolumnados con el castrismo, el chavismo y el kirchnerismo, que tengan el mismo planteo negando los hechos históricos para fundar doctrina.
Para no hacer muy extensa la presente nota sacerdotes de altísimo nivel intelectual y humanista como Francisco de Vitoria, Bernardino de Sahagún o Fray Bartolomé de las Casas posibilitaron con sus alegatos que los reyes de España sancionaran las leyes de Burgos en 1512 y las leyes Nuevas de 1542. Todas ellas en defensa del indígena, prohibiendo la esclavitud de los amerindios. Solo a manera de ejemplo, Francisco de Vitoria afirmaba: "Los indios ejercen el uso de razón. Ello es manifiesto porque tienen establecidas sus cosas con cierto orden. Tienen en efecto ciudades que requieren orden y tienen instituidos matrimonios, magistrados, señores, leyes, artesanos, mercados, todo lo cual requiere uso de razón. En virtud de sus potencias racionales, el hombre tiene dominio sobre sus actos, pudiendo elegir esto o aquello". Esta entidad otorgada al indígena por parte de Vitoria y aceptada por la Corona Española le ha dado a la Conquista un matiz distinto, no exento de arbitrariedades y excesos. La Corona velaba por la salud moral y política de los indígenas.
Fue la monarquía española la que autorizó la llegada de los jesuitas a América y con ellos la extraordinaria labor humanista llevada adelante por esta orden religiosa. Las misiones jesuíticas han sido un extraordinario experimento social sustentado en los principios de la Iglesia española y en los propios de esta orden que buscaba la realización de una sociedad más justa, con hombres no contaminados por la sociedad europea. De alguna manera se asimilaban a la mirada de Cristóbal Colón cuando, en su diario de viajes, contaba: "Son gentes de amor y sin codicia, y convenibles para toda cosa que certifico que en el mundo no hay mejor gente ni mejor tierra. Ellos aman a sus prójimos como a sí mismos y tienen un habla la más dulce del mundo y mansa y siempre con risa. Ellos andan desnudos, hombres y mujeres, como sus madres los parieron, mas crean vuestras altezas que entre sí tienen costumbres muy buenas que es un placer verlo todo y la memoria que tienen y todo quieren ver, y preguntan qué es y para qué". A este hombre castiga la izquierda iberoamericana y el kirchnerismo retrógrado.
El Congreso de la Lengua que acaba de finalizar en la ciudad de Córdoba ha sido una oportunidad para reforzar nuestra identidad iberoamericana. La salvaguarda de estas tradiciones hará posible, llegada la hora, de reencontrarnos sin mediar ideologías o corpus dogmáticos.
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