DANIEL MARÍN Y LORENZO ESTEVE
La Gaceta - 15/10/2013
La hispanidad no sólo guarda relación con los países actualmente conocidos como iberoamericanos, su poder también llegó a extensas zonas de Norteamérica, y hoy algunas ciudades, escudos, banderas y hasta la propia moneda de allí son un reflejo vivo de esta importante influencia.
España no ha sido solamente la primera en descubrir el Nuevo Mundo, el más allá del cabo Finisterre, del “fin de la tierra”, sino también la primera en pisar norteamérica. Antes de que ningún europeo, -futuro estadounidense-, tocara aquellos terrenos, los españoles ya paseaban sus banderas por ellos.
El primer hombre en navegar el famoso río Colorado yanqui, era español y se llamaba Fernando de Alarcón. Y el primero en surcar el Mississippi tenía la misma procedencia ibérica, respondiendo al nombre de Hernando de Soto, natural con toda probabilidad de Jerez de los Caballeros, Castilla.
Asimismo, él y sus 400 hombres aguerridos hicieron primicia explorando las zonas de Tejas, Oklahoma y Arkansas, y navegando los puertos naturales de las actuales Nueva York y Virginia. Otro más, Alejandro Malaspina, fue el primero en rastrear la costa de California, y uno adicional, Vázquez de Coronado, el que atravesó el Cañón del Colorado alcanzado la hoy conocida como Kansas City.
Antes de que los ingleses comenzaran sus masacres con los indios, persiguiéndolos, esclavizándolos y hacinándolos en reservas como si fueran animales, los españoles ya pactábamos con sus tribus, como las de los sioux, navajos, cheyennes, arapahoes, e incluso como la de los comanches, de dónde viene la famosa frase que ha pasado de generación en generación por la cultura popular de “territorio comanche”.
La ciudad más antigua
Obviamente, estos importantes hitos no podían pasar desapercibidos en unas tierras que prácticamente fueron españolas en más de la mitad de su totalidad hasta bien entrado el siglo XIX. Hoy Estados como el de Arizona, el de Florida, el de Luisiana, el de California, el de Nuevo Méjico y el de Tejas pertenecían al por aquel entonces virreinato de la Nueva España. De hecho, Florida, que es la ciudad más antigua de los Estados Unidos de América, conserva aún una antigua fortaleza española sobre la que todavía hondea el estandarte hispano.
La huella es evidente; las ciudades de Los Ángeles, de San Francisco y de San Agustín, entre otras, tienen origen ibérico, esto es, hispano y católico, ambos inseparables. Y se puede decir lo mismo de islas como la de San Juan. Nombres, todos ellos, que cabrían esperarse de los españoles que partieron rumbo hacia nuevos horizontes terrestres a bordo de una nave como la Santa María, y no de los modernos estadounidenses que hicieron lo mismo hacia lugares extraterrestres con un cohete al que apodaron Apollo, divinidad de la mitología greco-romana.
Hoy en día Madrid no es sólo la capital de aquel magno Imperio, sino una ciudad de Estados como el de Alabama , el de Colorado, el de Iowa, el de Virginia o el de Nebraska; y Washington ataño no era el centro político de Estados Unidos, sino un territorio perteneciente a la corona española.
La presencia de los antiguos dueños e inquilinos también subsiste en algunas banderas y escudos. Así, por ejemplo, la Confederada diseñada por el congresista William Parcher Miles y la del Estado de Alabama, lugar de procedencia del famoso personaje cinematográfico Forest Gump, guardan la simbología de la Cruz de San Andrés, emblema de la antigua bandera española que hoy siguen usando los carlistas. Y respecto a los escudos, tanto el de Alabama como el de Los Ángeles incluyen en uno de sus cuarteles el castillo y el león de los antiguos reinos peninsulares.
Otro escudo que asimismo preserva la señal de su origen es el de Tejas. En él, se incluyen las seis banderas de las seis naciones que han ejercido la soberanía sobre su territorio; entre las que está, como no podría ser de otra manera, la rojigualda española. Igualmente, en el capitolio de Tejas luce egregio el emblema de Castilla recordando, por otro lado, que aquellas zonas pertenecieron hasta fechas muy recientes al propio México.
Esa España de los grandes hombres que llegaron hasta el fin del mundo dejó también su impronta en la moneda que hoy usan cotidianamente los estadounidenses y es la divisa más demandada en los intercambios económicos internacionales: el dólar.
En efecto, el símbolo de este dinero adoptado por el Rey Fernando el Católico para la Nueva España no es otra cosa que las dos columnas de Hércules en las que se entrelaza una cinta donde se incluía la famosa frase “non plus ultra”, que se modificó por “plus ultra”, es decir, “más allá”.
La antigua mitología griega decía que Hércules limitó el mundo de Zeus en dos pilares, esto es, en dos extremos, uno de los cuales era Gibraltar. Así, en aquel entonces se pensaba que tras el peñón no había nada; hasta que Colón demostró que sí, que “más allá” estaba América aguardando ser descubierta por él bajo el amparo de España.
El tálero de Carlos V
Por otro lado, el mismo nombre de “dólar” tiene relación con el Sacro Imperio Romano del que fue Rey Carlos V. En el siglo XVI el conde Schlick ordenó acuñar en la ciudad de Joachimsthal (valle de Joaquín) unas monedas a las que denominó “Joachims Thaler”, abreviándose “Thaller”, y que con el uso pasó a “Tholler” hasta llegar a “Dollar”. De hecho, el dólar español fue adoptado en 1785 como moneda oficial de los Estados Unidos a cuyas colonias España ayudó a independizarse de Inglaterra, y en 1787 se creó el dólar estadounidense fijado en paridad con el duro español con valor de 8 reales también españoles y cuya simbología tomó y que hoy se representa como una “S” atravesada por dos erguidos palos: $.
Pero existe otro tipo de huella de España en los actuales Estados Unidos: la cultural y humana. El sur y el oeste de aquella nación está indeleblemente marcado por esas constantes, a través de México,sobre todo después de que, con el Tratado de Guadalupe Hidalgo, Norteamérica se quedó con inmensas extensiones que ahora son los estados de Texas, Arizona, California, Nuevo México y Colorado.
Ahí dejó España una marcada huella que ha fructificado tres siglos después en grandes metrópolis como San Francisco o Los Angeles. Franciscanos y jesuitas fueron creando en los siglos XVII y XVIII , las misiones y los presidios, unas veces en forma de ranchos desperdigados y otras de pequeños pueblos, que en muchos casos constituyeron el germen de grandes ciudades como San Francisco.
No fue fácil someter a las tribus indias, sobre todo a las nómadas, (comanches, navajos y apaches)... les fue mejor con las tribus sedentarias que se dedicaban a la agricultura.
Esclavos, no meras mercancias
Como explicaba Ramiro de Maeztu en su obra más emblemática Defensa de la Hispanidad, la religión marcó la impronta de la forma de colonizar España. A diferencia de Inglaterra o de Francia, la Corona española fue mucho más respetuosa con los derechos humanos, tanto con la población indigena, a la que integraron, como a los esclavos.
Esta cuestión supuso uno de los grandes motivos de fricción con Gran Bretaña, ya que los principios católicos españoles hacían que trataran a éstos de una forma más humanitaria, considerándolos “no como meras mercancías, sino sujetos de derechos como la religión, la propiedad y la familia”.
Pero la cultura del sudoeste americano es, en general, hija directa de España. Religión, folclore, costumbres, e incluso elementos materiales (como la cría del ganado, que los famosos cowboys de los western heredan de los vaqueros españoles; o como la arquitectura colonial) proceden de los primeros pobladores, castellanos, andaluces, vascos de aquellas grandes extensiones. Aunque en el siglo XIX, tras ceder todo eso México, el Oeste se pobló primero de elementos anglosajones y posteriormente de inmigrantes europeos (fundamentalmentes irlandeses y nórdicos).
Los Estados Unidos actuales serían, en cualquier caso, irreconocibles tal como hoy las conocemos sin el legado español, desde el dólar hasta algo tan representativo de su cultura y su paisaje como el caballo: los primeros que llegaron al Continente fueron dieciseis equinos andaluces llevados en una de las expediciones de Hernán Cortes.