Romerales podría ser cualquiera de los Pérez, Martínez, Castañares, etc. que forman parte de la última hornada de independentistas en Cataluña. De todos es sabido que tanto la izquierda abertzale vasca como el nacionalismo radical catalán se nutren, en parte, de hijos de inmigrantes de otras partes de España que han encontrado en su “nueva nación” la identidad perdida.
El problema es que la identidad cuando no se tiene se vocifera, es una forma de decirles a los señoritos que mandan en los clanes (y en todo lo que se mueva en estos territorios), léase CiU y PNV, que ellos también existen y que quieren ser algo. Algo más que el hijo de una limpiadora de pisos y del obrero de una fábrica.
Es evidente que la identidad “auténtica” ni de lejos la tienen integrada, de hecho escriben la lengua catalana con infinidad de faltas ortográficas, la hablan “chapurreándola” y su entorno es “castellano-periférico”, y por tanto solo pueden exhibir señas de identidad externa, la bandera con la estrella azul (“la estelada”) o los gritos que manifiestan en las aglomeraciones de masas en movimiento.
Uno de los gritos más escuchados en cualquier reivindicación independentista es el de “boti, boti, boti, espanyol el qui no boti” (bote, bote, bote, español el que no vote). Muchos Romerales están ahí entusiasmados saltando mientras la madre, a lo mejor una señora de Jaén o de Cuenca, harta de fregar, está rebozando las albóndigas para que, cuando el converso regrese a casa cansado de berrear, se alimente con gusto.
Algunos de estos nuevos exaltados tienen el mismo papel en la sociedad que una mosca en la cadena trófica y creen que ejerciendo de lameculos (también existe la posibilidad de tener un buen culo y recibir alguna subvención cultural, ya me entienden) encontrarán su sitio.
Y ese sitio será, en caso de que se cree un nuevo estado en Europa, el de mosca con nueva identidad. Una mosca al servicio de las mafias legales que gobiernan esta comunidad donde todos los pasteles están repartidos de antemano, todos los tejemanejes realizados y todos los cargos y prebendas otorgados.
Para más inri, el catalán catalán, que acostumbra a ser un señor o señora de talante moderado, sobrio y con un sentido común más que admirable suele mirar a estas monas de feria con la misma devoción que un amante de Verdi escucha el sonido de un tambor callejero.
Los Romerales se han hecho independentistas porque se aburrían en casa y en este nuevo, y catalán, paraíso prometido, que hasta que llegue dará tiempo a que nos invadan los extraterrestres, consideran que se convertirán en algo.
Mientras, yo les aconsejaría que en lugar de exaltarse cada vez más al grito de “Espanya ens roba” o cualquiera de esas consignas tan manidas y aburridas, aprendan un poquito más de catalán, lean el “Quadern gris” de Pla o las obras de Mercè Rodoreda, serenen sus mentes, conozcan la tierra y respeten a sus familias, y como me decía el otro día una abogada catalana de rancio abolengo: “el catalán antes era un señor que afirmaba rotundamente su catalanidad sin renegar de España y ahora es un hooligan”.
Los Romerales deberían tomárselo con más calma, sobretodo porque, en todo este circo, lo único que están haciendo es un espantoso ridículo, para satisfacción y complacencia de los miembros de la corte catalana (algunos antiguos devotos de Franco y hoy, sus hijos, pingües nacionalistas).