El nacionalismo, esta lacra. El "hermanismo-igualitarismo", esta otra

La identidad de un pueblo… y la de otros pueblos

La identidad colectiva…: cuestión clave donde las haya. Cuestión repudiada, vilipendiada por nuestra sociedad en la que el individualismo-gregarismo es la piedra angular. Pero la identidad de "los nuestros" va generalmente asociada con el repudio visceral de "los otros" (otros pueblos, otras naciones, otras etnias…): de ahí la catástrofe que constituye el nacionalismo-chovinismo. Como si un pueblo fuera tan débil que sólo pudiera afirmarse postergando a los demás. Se trata, sin embargo, de exactamente todo lo contrario, como muy bien explica e ilustra aquí Dominique Venner.

Compartir en:

Afirmando la identidad de “mi pueblo” defiendo la de todos los pueblos; asegurando el mismo derecho de cada cultura, aseguro igual derecho para los míos. Respetar la cultura arraigada en cada pueblo no significa, sin embargo, que se otorgue idéntica consideración a cualquier cosa. Hablar de igualdad de las culturas es algo que carece de sentido. Las culturas no se cuantifican. Me merece el mayor respeto el modo de vida ancestral de los bosquimanos de Kalahari y, si estuviera en mi poder, los defendería contra todo lo que lo amenaza (se halla, en efecto, mortalmente amenazado). Pero esto no significa que lo equipare a la cultura de la Italia del Norte en tiempos de Botticelli. El respeto de las verdaderas culturas tampoco se confunde con el culto de todas las pamplinas engendradas por la moda. Implica, por el contrario, la capacidad de juzgar y de jerarquizar en términos muy distintos a los del mercado.

Yo que nací a la conciencia política a través de un combate desesperado [en los tiempos de la guerra de Argelia – N.d.T.] por la defensa de mis compatriotas, por el derecho de vivir libremente en la tierra en la que estaban enterrados sus muertos, llegué más tarde a comprender que el principio que me guiaba era de alcance universal. Incitaba a sostener en todas partes el derecho de los pueblos a su identidad, así como el respeto debido a las minorías. También hizo que pasara a considerar la colonización de forma muy distinta a cómo la había considerado antes. Irreprimible y fatal manifestación de la energía en la que tan pródiga era Europa para lo mejor y para lo peor, la colonización tenía en sus gérmenes efectos espantosamente perversos tanto para los colonizadores como para los colonizados. Cosa que los colonizadores no sabían, y contra la cual ya luego nadie pudo nada.
Mi simpatía instintiva por el Samory de mi libro de lectura [Samory: señor sudanés alzado contra los franceses. N.d.T.] también provenía de mi admiración por el rebelde que, arriesgando su vida, no permite que nadie le prescriba su ley.
© Dominique Venner, Le cœur rebelle.
(Traducción de Javier Ruiz Portella.)

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar