Cuando el pueblo salvó la dignidad nacional

¿Qué recordamos el Dos de Mayo?

Dos de Mayo. ¿Por qué? Porque fue un día crucial en la historia de España. Ese día empezó la guerra de la Independencia contra los franceses de Napoleón. Y en cierto sentido, ese día nació la España moderna. Fue una jornada horrible: los reyes habían traicionado a España, las élites permanecían inactivas. Fue también una jornada brillante a pesar de la sangre, gloriosa: el pueblo recogió del suelo la legitimidad que la Corona había despreciado. Eso fue el 2 de Mayo. Para recordar –para no olvidar.

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JOSÉ JAVIER ESPARZA

Empecemos por el principio. En España reina un incompetente: Carlos IV de Borbón. Desde 1792, el hombre fuerte del país es Manuel Godoy, un guardia de corps elevado a la gloria por intrigas cortesanas. Cuando Napoleón toma el poder, en 1799, busca aliarse con España para neutralizar a los ingleses. Godoy acepta y pone nuestros barcos a disposición de Bonaparte. Esa alianza nos va a costar la terrible derrota de Trafalgar, en 1805. Godoy debería haber reflexionado entonces, pero ya era demasiado tarde: Napoleón le daba pavor. Por otro lado, en 1807 habían firmado un tratado, el de Fontainebleau, ventajosísimo para ambos: España dejaba pasar al ejército francés hasta Portugal –para evitar un desembarco británico- y, a cambio, Portugal quedaba repartido entre España, Francia y el propio Godoy. Y los franceses pasan, sí, pero se quedan; en los meses siguientes van a acantonarse nada menos que 65.000 soldados de Napoleón en España. Así entraron los franceses. 

El motín de Aranjuez

En ese momento el príncipe de Asturias, el futuro Fernando VII, empieza a conspirar contra su padre para derrocar a Godoy. Con el país hecho un desastre, la economía quebrada y los franceses aquí, era lógico esperar que Fernando encontrara muchos partidarios. El resultado fue la Conjura de El Escorial, a finales de 1807. Pero la conjura fue descubierta y el príncipe Fernando, que no era exactamente un espejo de gallardía, delató a sus colaboradores. Mientras tanto, los franceses iban ocupando sin oposición Burgos, Salamanca, Pamplona, San Sebastián, Figueras, Barcelona… Esa es la situación en la primavera de 1808. Nos han dado una paliza terrible en Trafalgar, tenemos en España 65.000 soldados extranjeros, la familia real anda a navajazos, la economía se hunde. Están irritados muchos nobles, porque el espectáculo de la Corte es impresentable. Están irritados muchos eclesiásticos, porque Godoy, para sacar más dinero, quiere desamortizar bienes de la Iglesia. Está irritado el pueblo, porque la ocupación francesa es humillante y porque, además, empieza a haber hambre. Todos esos sentimientos estallan en marzo de 1808 en el motín de Aranjuez, al sur de Madrid. En el palacio de Aranjuez se había refugiado lo que quedaba de familia real, con Godoy incluido, para no estar demasiado cerca de las tropas francesas. Así Aranjuez se convierte en el objetivo de las intrigas políticas y de las iras del pueblo. 

Los sucesos de Aranjuez los manipula un sector cortesano, el del príncipe Fernando, pero es el pueblo quien los protagoniza y, al cabo, va a ser el pueblo el que desde este momento ocupe el primer plano. Este pueblo ya no es el de doscientos años antes: no tiene nada que ver con aquella España de hidalgos y religiosos, tan orgullosos como pobres, que lo mismo fundaban un convento en Japón, que buscaban Eldorado en la selva amazónica o asaltaban una fortaleza en Holanda. El pueblo español de ahora, 1808, está hundido. Pero conserva su orgullo y, sobre todo, está harto.

El 17 de marzo de 1808 una muchedumbre exasperada se dirige hacia el Palacio real de Aranjuez. En cabeza van, camuflados, aristócratas del partido fernandino, pero la situación pronto se les va de las manos: el pueblo quiere matar a Godoy. La multitud asalta el Palacio. Destroza y quema todo lo que encuentra a su paso. El motín dura casi dos días. El 19 por la mañana, encuentran a Godoy escondido entre unas esteras. La multitud apresa al valido y lo traslada al cuartel de Guardias de Corps bajo una lluvia de golpes y de insultos. Si no mataron a golpes a Godoy fue porque el príncipe Fernando, dueño de la situación, intervino para protegerle. Muy pocas horas después, al mediodía de ese 19 de marzo, Carlos IV abdica y cede la corona a su hijo. Ya es rey Fernando VII. 

Pero a Fernando VII no le durará mucho la corona. El 23 de marzo, los ejércitos de Napoleón, al mando de Murat, alerta por los sucesos de Aranjuez, entran en Madrid y toman la ciudad. Fernando VII llega a la capital el día siguiente, pero inmediatamente es llevado a Bayona por orden del emperador francés. ¿Por qué Bayona? Porque Napoleón iba a dar el golpe de gracia a los Borbones españoles. Consciente tanto de su propia fuerza como de la debilidad española, Bonaparte prepara a nuestros Borbones una formidable encerrona. Invita a Fernando VII a Bayona y allí le obliga a devolver la corona a su padre, Carlos IV. Y a Carlos IV le obliga, a su vez, a cederle la corona a él, a Napoleón, el cual se la otorga a su hermano José. La carambola da la medida de hasta dónde había descendido la dignidad de España. A todo esto, la primera iniciativa de los Bonaparte es incluso elogiable: una suerte de constitución, los estatutos de Bayona, que en muchos aspectos es modélica. El plan de Bayona no es revolucionario: hace de España un país confesional –católico-, distribuye la representación de las cortes en tercios por estamentos e introduce medidas de reforma que, en frío y sobre el papel, son incuestionables. Es lo que hubieran debido hacer nuestros Borbones muchos años antes, y se entiende que una buena porción de ilustrados españoles, desesperados por la indignidad de nuestros reyes, se subieran al carro de Napoleón. Pero había un inconveniente: la corona pasaba a un país extranjero que había invadido España, y eso era intolerable.

Y mientras esto pasaba en Bayona, en Madrid Murat, el jefe del ejército napoleónico, empieza a meter la pata. En un gesto de pura arrogancia, el mariscal francés anula a la Junta de Gobierno, que había quedado en Madrid como representante de Fernando VII, y se convierte en una especie de dictador militar. La situación del poder en España es, en ese momento, de absoluto caos. El Gobierno –la Junta- no existe. El Ejército espera órdenes del Rey. Pero el Rey está dejando de ser Fernando VII para ser Carlos IV, que a su vez da la corona a Napoleón. El Ejército no puede actuar sin órdenes del Rey o del Gobierno, pero el Rey ya no reina y el Gobierno ya no gobierna. Entonces ocurre algo aparentemente trivial, pero que va a desencadenar una matanza y, al cabo, el principio de la guerra. 

“¡Que nos lo llevan!”

Es el 27 de abril. Murat, al parecer por indicación de Carlos IV, solicita a Palacio el traslado de dos hijos del rey: la reina de Etruria y el infante Fernando de Paula. La Junta de Gobierno, que ya sólo tiene poder sobre lo que pasa dentro de Palacio, se niega al traslado y pide instrucciones a Fernando VII. Pasan tres días. La tensión crece. El 1 de mayo llega una nota de Fernando: “Conservar la paz y armonía con los franceses”, dice textualmente. En la noche del 1 al 2 de mayo, la Junta se reúne y accede a la petición de Murat. Pero, mientras tanto, el exterior de palacio ha ido llenándose de gente. Madrid es un hervidero de rumores. El pueblo, que ya está soliviantado, se concentra frente a los balcones de la familia real. El rumor resulta cierto: soldados franceses se llevan en un carruaje a la reina de Etruria. Eso no molesta a nadie, pero todo cambia cuando el gentío ve llegar otro coche: el destinado a Francisco de Paula. Lo que se produce entonces es una pura reacción sentimental: “¡Que nos lo llevan, que nos lo llevan!”, grita la muchedumbre. El pueblo invade el palacio. El infante aparece en un balcón; la muchedumbre hierve. Y Murat, dispuesto a aplastar cualquier alboroto, manda a palacio a un batallón de granaderos que dispara contra la multitud. Una escabechina. Pero la sorpresa de los franceses es que el gentío no se retira, sino que comienza a pelear. 

En muy pocas horas la lucha se extiende a todo Madrid. Es un paisaje aterrador: navajas y cuchillos contra sables y cañones. Los madrileños intentan cerrar las puertas de la ciudad para que no entre el grueso de las tropas francesas, pero Murat ya ha introducido en las calles de la capital a 30.000 soldados. A partir de ese momento, por toda la ciudad se repite lo mismo: los franceses cargan, la multitud se desangra, pero los madrileños vuelven a atacar para vengar a sus muertos. Ya no hay quien detenga la fuerza de la guerra. El pueblo se ha convertido en un ejército de ciudadanos. Se acentúa la resistencia en la Puerta de Toledo, en la Puerta del Sol, en el parque de Artillería de Monteleón… La jornada del 2 de Mayo empieza a entrar en la Historia.

Los militares españoles, siguiendo órdenes del capitán general Francisco Javier Negrete, permanecen acuartelados y pasivos, pero los artilleros del Palacio de Monteleón desobedecen las órdenes y se unen a la insurrección. Los héroes de mayor graduación serán los capitanes Luis Daoíz y Pedro Velarde, que se encierran con sus hombres y unos pocos paisanos. Apenas se han colocado los defensores en sus puestos cuando aparecen por la calle de Fuencarral tropas enemigas. Los franceses intentan forzar las puertas del acuartelamiento. Entonces Daoiz grita “fuego” y los cañones del Parque lanzan una descarga mientras los paisanos, apostados en las ventanas de las casas inmediatas, disparan con las armas que han podido recoger. Los franceses serán rechazados por dos veces. Finalmente, la superioridad de los atacantes en número y armamento se impone. Ahora el combate es a bayoneta: los franceses cargan a caballo; el pueblo de Madrid se defiende con navajas, tijeras, cuchillos. Dos mujeres pasan a la posteridad en esa jornada: Manuela Malasaña y Clara del Rey. Daoiz y Velarde mueren en el combate cuerpo a cuerpo. 

Los franceses perdieron en el combate 60 jefes y oficiales y 900 soldados, entre muertos y heridos. Las víctimas españolas fueron más, hasta superar ampliamente el millar, y sobre todo en la represión posterior. Murat apresó a gran cantidad de madrileños y fusiló a centenares de ellos. Las ejecuciones comenzaron aquella misma tarde y se prolongaron hasta la mañana del 3 de mayo. La mayor parte cayó en el Paseo del Prado, donde hoy se alza el Campo de la Lealtad con el monumento al Dos de Mayo.

El bando de Móstoles 

La represión de Madrid, sin embargo, no supondría el final del drama, sino su principio. En la misma jornada del 2 de mayo, los alcaldes de Móstoles, enterados de la lucha en la capital, hacen público un bando que será decisivo. Esos alcaldes son Andrés Torrejón, por el Estado Noble, y Simón Hernández, por el Estado General u Ordinario. Lo ha escrito un aristócrata: Juan Pérez Villamil. Un postillón, Pedro Serrano, lo difundió por varias localidades de la carretera de Extremadura, hasta llegar a Badajoz el 4 de mayo, y de allí partió para Sevilla y Cádiz. La finalidad del bando era movilizar milicias ciudadanas en socorro de Madrid. No era propiamente una declaración de guerra, aunque terminaría siéndolo. Decía así:

“Señores Justicias de los pueblos a quienes se presentase este oficio, de mí el Alcalde de la villa de Móstoles: Es notorio que los Franceses, apostados en las cercanías de Madrid y dentro de la Corte, han tomado la defensa sobre este pueblo capital y las tropas españolas, de manera que en Madrid está corriendo a esta hora mucha sangre. Como Españoles es necesario que muramos por el Rey y por la Patria, armándonos contra unos pérfidos que so color de amistad y alianza nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la Augusta persona del Rey. Procedamos pues a tomar las activas providencias para escarmentar tanta perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos y alentándonos, pues no hay fuerzas que prevalezcan contra quien es leal y valiente, como los Españoles lo son”. 

El día 25 de mayo, la Junta General de Asturias se rebela contra José Bonaparte, se proclama soberana y declara la guerra a Francia. Pocos días más tarde, la Junta Suprema Central de Sevilla, en nombre de toda España, formula declaración oficial de guerra. Y así, a partir de aquel 2 de Mayo, comenzó la Guerra de la Independencia.

P.D.: En la noche del 30 de abril de 2007, el escenario histórico de aquellos sucesos, la Plaza del 2 de Mayo, en el centro de Madrid, se vio alterada por graves incidentes. Un numeroso grupo de jóvenes –varios centenares- pretendía celebrar un “botellón” masivo. La policía quiso impedirlo. Las fuerzas de seguridad fueron recibidas con lanzamiento de botellas e incendio de contenedores de basura. Resultado: una veintena de heridos, la mitad de ellos policías. El Samur y Protección Civil tuvieron que instalar un hospital de campaña en las inmediaciones. A altas horas de la madrugada proseguía la violencia, con abundantes daños materiales en escaparates y mobiliario urbano.

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