«El Duero cruza el corazón de roble de Iberia y de Castilla»

Sirvan estos versos de Antonio Machado para dar título a esta gran entrevista con el escritor y ornitólogo José Antonio Martínez Climent, publicada en «El Norte de Castilla» en torno a su libro «Liturgia de los días. Un breviario de Castilla».

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Echa de menos subirse a los árboles a anillar rapaces. Ahora las ve desde su ventana sobrevolar el Canal de Castilla y tiene cita cada atardecer con la lechuza de la portada del libro. José Antonio Martínez Climent es un ornitólogo que anota movimientos, colores, plumas, sonidos, pensamientos, ideas. En su cuaderno de naturalista, el hombre es un animal más, que ha creado maravillas y horrores, al que cabe pedirle una responsabilidad moral por su destructiva relación con lo que le rodea. De esas anotaciones de hombre de campo varado temporalmente surge Liturgia de los días. Un breviario de Castilla (KRK) en las que Climent (Alicante, 1965) alza su vuelo sobre una meseta de luminoso descubrimiento.

Elige la forma epistolar para ahormar estos pensamientos. ¿Habrá respuesta de A.?

Las cartas permiten y exigen una cierta familiaridad con su destinatario. Cualquier respuesta de un lector será siempre bienvenida, sin por ello olvidar que, como nos recuerda Nicolás Gómez Dávila, la dialéctica es una fantasía de la razón.

Su mirada parte del campo castellano. ¿Qué ha descubierto un levantino en esta Castilla del siglo XXI que entrevera con viajes a sus raíces históricas?

En Castilla, un levantino encuentra distintas maravillas e idénticas amenazas. Las primeras sobreabundan a poco que uno deje de examinarse a sí mismo (vicio nefando de estos tiempos) y mire a su alrededor con el debido desprendimiento. Así podría haber una tierra cuyo arraigo está en la quietud, en el silencio, en el misterio de su virtud agropecuaria, en la nota austera, cisterciense, de sus páramos, valles e industrias… Un libro no es mal lugar donde recogerlas. Las amenazas, por desgracia, están casi todas cumplidas.

El hombre occidental no tolera la soledad ni el misterio propios del campo

El hombre occidental, también el castellano o el levantino, no tolera la soledad ni el misterio propios del campo. Fíjese en que, para protegerse de su virtud telúrica, emplea la expresión «medio rural», que viene del orbe técnico con el que el comunismo quiso, y hoy de nuevo, apropiarse de todo. Las amenazas se resumen en esto: la escasez de producción primaria, el atractivo de las costumbres urbanas, haber cercenado todo lazo directo con la tierra, la modalidad titánica con la que la técnica sirve al Estado totalitario.

Acusa el ideal campestre ilustrado que late en el campo novelizado por escritores y visitadores contemporáneos. A la vez vive al lado de un canal del XVIII que ha sometido la naturaleza a la producción. ¿Todo progreso conlleva pérdidas?

La Ilustración dejó en Castilla obras magníficas y, además, el Canal fue una obra bella. El problema está en que tanto la Ilustración como su pálido pero eficaz sucedáneo contemporáneo buscan ocultar a toda costa los altos precios en los que incurre la decantación del mundo hacia la obra civil, qué destrucciones acarrea, y no me refiero al coste en dinero. Así, los tramos intransitados del Canal suelen ser de una belleza perfectamente miscible con su vis práctica, técnica, muy especialmente porque emplean materiales como la piedra y metales primarios. En cambio, los tramos turísticos son perfectamente olvidables. La Ilustración, como muestra el discurso de ingreso en la RAE del gran escritor que fue Delibes, busca ejecutar una peligrosa fantasía, pues pretende aunar, por medio de la técnica, la razón y la moral, fuerzas absolutamente antagonistas. Algunas veces, pocas pero notables, el objetivo se logra, como en los tramos más solitarios del Canal.

Diagnostica que la despoblación no viene por desasistencia técnica, sino por la búsqueda de la comodidad. ¿Hemos interpretado el estado del bienestar como desean los proveedores de comodidad material que mueven la economía?

Así en la taiga como en Castilla, en las Tierras Altas escocesas o en las espléndidas ramblas semiáridas del Levante español, el hombre occidental busca una sola cosa: que el Estado dirija y regule toda su vida, desde la economía a sus sentimientos más privados. Esa regencia la ejerce el Estado envolviendo la política con los ropajes de feriante de la moral y con un estilo policial. Así, en el campo, el occidental, también el castellano, exige a su amo que convierta la soledad, la rudeza y el misterio propio de lo agroforestal (que lo habitan desde el Neolítico) en una vulgar zona de esparcimiento dominical. De este modo, ya lo avisó Ortega y Gasset, el tesoro que es el campo y no menos el de Castilla, se convierte en puro materia fungible. Los guardianes de ese tesoro (el silencio, el aislamiento, el lenguaje no urbano) han sido derrotados por el Estado, cuya mano ejecutora son los partidos, movidos por el deseo de blanda comodidad del hombre de hoy. Pero hay excepciones, hombres que aún necesitan de las viejas potencias agroforestales para poder vivir una vida plena.

«La ruina es el elemento arquitectónico más importante en mi vida», sostiene. Sin embargo vivimos en tiempos de constante «restauración», de intolerancia estética a la decadencia. La obsesión por mantener el «patrimonio cultural», ¿anega, paraliza el espíritu creador?

El Estado es totalitario por naturaleza. La URSS fue un ejemplo de cómo el Estado, la mayor fuerza unificadora, se apropia de todo, así de la historia y de las costumbres que incluyó en una categoría ideológica llamada Patrimonio Cultural. El resultado fue que, gracias a su agencia, se construyeron algunos de los mejores y más hermosos museos, como gigantescos túmulos funerarios.

Han transformado las tradiciones en un teatrillo de altos vuelos para turistas

La apropiación se verificó por medio de técnicos sancionados, de especialistas que, por ejemplo, llevaron los bailes y usos agrícolas a los escenarios de los teatros de muchos países, sólo que estilizados, purificados, desinfectados de mito y de hondura espiritual. El resultado fue la producción de puras maravillas técnicas, frígidas. El Estado soviético, e igualmente hoy en Occidente, transformó las tradiciones en un teatrillo de altos vuelos para turistas, pequeño-burgueses urbanos y legiones de antropólogos. Ya Sánchez Dragó advirtió con gran pena en su Gárgoris y Habidis que los campesinos españoles exhibían sus costumbres con fines puramente crematísticos. Afortunadamente, Castilla aún guarda unos pocos rincones a salvo de la momificación estatal. Salvaguardarlos constituye una batalla perdida que, sin embargo, conviene dar. Con respecto a ruinas y otros restos, cabe mencionar que los viejos castillos se están convirtiendo en parques infantiles de estilo Walt Disney para solaz del hombre urbano. Eso da una medida exacta de la flaqueza en la producción de alimentos (escuché en radio y televisión, en voz baja, que Castilla exporta semilla a Ucrania para que luego España le compre trigo y girasol) y del carácter del hombre de hoy.

Sobrevuelan sus palabras la lechuza que le marca el tiempo, los milanos que le hipnotizan, las pollas de agua que ponen banda sonora. ¿Qué son las aves para usted?

Casi todos los viajes que hice derivaron de mi trabajo de investigador en la ecología de las aves rapaces. En particular, el estudio de las rapaces nocturnas me ocupó con gran felicidad y una abundante producción de artículos científicos que fueron una forma más de contar las maravillas naturales que uno iba viendo, ya fuera en Europa o en los EE. UU. Ahora las veo en Castilla, y las escribo por costumbre.

Ha publicado varias novelas. ¿También los notarios de la naturaleza frecuentan otros mundos, incluso el de la filosofía?

La especialización, que es un sello del mundo titánico (en el sentido de Jünger) produce indecibles beneficios materiales, lo que uno no tiene problema en hacer convivir con el resto de formas que el mundo ofrece desde hace medio millón de años. De ahí la naturalidad con la que filosofía, ciencia, literatura o cualquier otra disciplina pueden convivir. Altamira es un modelo, pues ofrece la más lograda perfección técnica con la vigencia del mito y una belleza sutil. Me refiero, naturalmente, a quienes la pintaron, no a la explotación comercial de la cueva.

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