Ya hemos hablado aquí del apabullante éxito que, con más de 500.000 ejemplares vendidos, está teniendo en Francia el libro de Éric Zemmour "Le suicide français". Nunca había alcanzado tales cifras un libro que constituye una abierta impugnación del orden ("desorden", mejor dicho) político, social y económico que oscurece nuestros días. Lo que ignorábamos es que Éric Zemmour mantuviera tan buenas relaciones con Alain de Benoist y, lo más importante, que fuera un tan buen conocedor de su obra. Es lo que se desprende de esta entrevista que acaba de publicar la revista "Éléments" y que "El Manifiesto" se honra en traducir como primicia para el mundo hispánico. Dada su extensión, la entrevista se publicará en tres partes sucesivas.
Querido Éric Zemmour, su Suicide français es un formidable éxito que no para de dar lugar a múltiples agarradas. Están los que aplauden y los que se indignan, los que lo ponen por las nubes y los que le disparan a quemarropa. El problema es que unos y otros dejan de lado lo esencial: el contenido de su libro. Con otras palabras, excepto un dossier publicado en Causeur, no ha habido un verdadero debate acerca de Le suicide français. Razón de más para entablarlo, máxime porque le conozco lo suficiente para saber que, más allá del polemista siempre dispuesto a pelearse, ¡hay en usted una verdadera reflexión de fondo! Podría hacerlo con unas preguntas acordadas de antemano. Encuentro más estimulante hacerlo con objeciones, amistosas, ni que decir tiene, pero que permiten ir más lejos.
Alain de Benoist: ¿Sabía que se ha convertido en toda una vedette en las prisiones francesas? Hace poco, visité a un amigo en la cárcel de Fleury Mérogis y, como las horas se le hacían interminables, le llevé algunas obras, incluida la suya. Quizás no se lo crea, pero le aseguro que este hombre se ha convertido en un auténtico héroe por el hecho de conocerle –o eso creen– a usted, y su libro circula ahora de celda en celda. Hay en la cárcel una numerosa población árabe que está obsesionada con usted. Los detenidos le preguntaban uno tras otro: ”Oye, ¡tienes el Zemmour!”, “¡tienes el Zemmour!”.
Éric Zemmour: Querido Alain, ¿sabe lo que le habría dicho mi padre? Vivió 50 años en Argelia y hablaba muy bien el árabe. Voy a proporcionarle una clave para comprender el asunto, tal como me la dio mi padre. Siempre me dijo que los árabes respetan el honor y el valor. No se interesan por las ideas, se interesan por el hombre. Recuerdo que sus amigos árabes me querían mucho. No sabe cuánto me emociona y me encanta esta anécdota. Es exactamente lo que nuestras “Marisabidillas” de los platós televisivos no entenderán nunca. Son incapaces de mirar a a la cara a la realidad humana.
Alain de Benoist: Fui hace poco a Montpellier para dar una conferencia. Al terminar, un estudiante magrebí me pidió una dedicatoria para su padre. Le pregunté qué nombre debía escribir. Y me contestó: “A Mohamed, de parte de su hijo que lo quiere”. Encontré el gesto enternecedor, y menos anodino de lo que puede parecer.
Éric Zemmour: Abundando en lo que dice, leí hace poco una entrevista con Franck Ribery, jugador de fútbol francés del Bayern de Munich, en la que explicaba su conversión al Islam. Este hombre, que no dice tres palabras seguidas en un francés correcto, contaba simplemente que apreciaba el calor de la familia de su mujer argelina, familia que lo acogió en su seno, un amor tal que, a cambio, é asumió la historia de Argelia. Dese cuenta: ¡hizo lo que Renan, pero al revés! De inmediato, pensé en mis amiguetes que venían a casa de mi madre para comer el cuscús mientras yo sólo quería ir a sus casas porque sus padres nunca estaban ¡pero sus hermanas sí! No entendía por qué mis amigos se empeñaban tanto en comer el cuscús en casa de mi madre. Buscaban el calor de un hogar que ya no existía en su casa.
Alain de Benoist: Narra usted detalladamente la forma en que “Francia se está destruyendo desde hace cuarenta años”. Como punto de partida, toma simbólicamente mayo del 68 o, más precisamente, ese espíritu “sesentayochesco” que fue la matriz del individualismo y del liberalismo social. Es atrevido porque, mal que le pese, mayo del 68 no fue un bloque; al lado de los que soñaban con “gozar sin trabas”, también estuvieron los que querían mantener vivo el espíritu de la Commune y que lograron suscitar la última gran huelga de nuestra historia. Pero ¿de verdad cree que lo que usted deplora no tiene un origen más lejano? ¿Unas raíces mucho más antiguas?
Éric Zemmour: No elegí mayo del 68 como referencia, ni tan siquiera como símbolo, sino como paradoja, puesto que es la derrota del movimiento lo que acarreó la victoria de los sesentayochescos. Tiene toda la razón: mayo del 68 no es un bloque. Entre el movimiento obrerista y los libertarios, las dos izquierdas se enfrentaron con dureza. Pero, y hablo de ello en la introducción de mi libro, la izquierda liberal y libertaria triunfó, por primera vez sin duda en nuestra historia, sobre la izquierda obrerista. Por esta razón no quise contar los acontecimientos del 68. Su interés es sólo anecdótico. Constituyen una parodia de todas nuestras jornadas revolucionarias que han marcado la historia de Francia. Un fracaso lamentable. Hago mucha gracia al público que viene a escuchar mis conferencias cuando les cuento que el 29 de mayo 1968 De Gaulle jugó a ser Louis XVI, con una diferencia: tuvo un helicóptero y no se paró en Varennes. Más allá del simple chiste, me imagino que aquel día el general De Gaulle tenía demasiado presente la historia de Francia como para no haberse acordado de esta referencia.
Naturalmente, el declive tiene una profundidad histórica mucho mayor. Podríamos remontarnos a la Ilustración, al individualismo, a 1789, etc. Hay, sin embargo, un pero. Y este pero lo encontré en Michéa, lo cual no le sorprenderá. Jean-Claude Michéa entendió lo que yo sólo había presentido. Mientras quedaba algún rastro del mundo antiguo, es decir, el sentido del honor, del trabajo bien hecho, de la familia, del respeto hacia los ancianos, de los papeles definidos entre el hombre y la mujer en el seno de una familia, todas estas tradiciones que se remontaban al mundo preindustrial, el individualismo emancipador tenía barreras ante él. Era emancipador porque tenía justamente un contrapeso. A partir del 68 se produce un vuelco; ya no hay contrapeso. El viejo mundo está definitivamente muerto. Es la famosa frase de Chesterton acerca del mundo moderno lleno de antiguas virtudes cristianas que se volvieron locas y que caminan solas. Ya no estamos en el vagabundeo sino en la sociedad del capricho.
Alain de Benoist: Volviendo a su juventud, afirma usted que “¡se estaba mejor antes!”. Sin duda no le falta razón, aunque sería prudente no generalizar. Pero tras esta afirmación, ¿qué podemos sacar de ello sino unas nostalgias que le han servido para ser considerado como un reaccionario empedernido (¡epíteto que sin embargo asume con brillo!)? Cuando un país toma una mala dirección, lo único que tiene que hacer es rectificarla, pues toda vuelta atrás queda excluida. Entonces, ¿qué nueva dirección?, ¿qué nuevo comienzo?
Éric Zemmour: Evidentemente, esta es la pregunta más complicada. En su panfleto L’erreur de calcul, Régis Debray cita un delicioso intercambio entre Daumier e Ingres. El primero le explica al segundo que no hay más remedio que adaptarse al tiempo de uno. Ingres replica a su amigo: “¿Y si el tiempo está equivocado?”. Me inclino evidentemente por la postura de Ingres, incluso si esta reacción no zanja el problema. No poseo nuevos caminos. Estoy convencido, erróneamente quizás, de que existen unas lógicas implacables que se imponen ante nosotros. Algunas de ellas se han activado desde hace unos decenios, y llegarán finalmente a lo que describo, es decir, a la anomia, a los enfrentamientos, a las guerras.
Alain de Benoist: Para sus adversarios, la “zemmourización” de la opinión pública es sinónimo de “derechización”. ¿Seguro? A todas luces, usted no es el heredero del pensamiento maurrasiano o contrarrevolucionario, y menos aún del pensamiento liberal. Todo lo que escribe demuestra más bien que ha entendido perfectamente que, hoy, la vieja partición derecha-izquierda ya no estructura las mentes. De ahora en adelante, la partición fundamental es la que opone el pueblo a unas élites mundializadas que, como usted dice, “nunca han tragado la soberanía popular y se han sometido a la globalización económica antes que a los intereses de la nación”. Estamos aquí muy lejos del binomio derecha-izquierda pero muy cerca, en el fondo, de una nueva lucha de clases. “La derecha abandonó el Estado en nombre del liberalismo, la izquierda abandonó la nación en nombre del universalismo, una y otra traicionaron el pueblo”, escribe usted en otra parte. En el invierno de 2004, en un número que marcó época, la revista Éléments expuso con osadía la siguiente conminación: “Liberemos a Marx del marxismo”. Usted, que declaró recientemente ser “cada vez más de izquierdas”, ¿diría lo mismo?
(Continuará.)