Suele decirse que “la clase política está superada” y que ha llegado la hora de que la “sociedad civil” tome el relevo. Los politólogos y los sociólogos rivalizan con los grandes organismos internacionales cuando proclaman el renacimiento de la “sociedad civil” y celebran sus virtudes (competencia, experiencia práctica, libertad, creatividad, etc.). El problema es que se trata de una noción esencialmente ambigua. Si examinamos su historia, veremos que se ha utilizado para significar las cosas más opuestas. Y el problema se complica aún más por la influencia del inglés, donde civil (por ejemplo, en civil rights) también puede traducirse por “cívico”. Eso acaba por despistarnos del todo.
En un primer momento, en el siglo XVII, “sociedad civil” se oponía a “estado de naturaleza”, lo que venía a significar sociedad políticamente organizada, es decir, Estado. En Hobbes, por ejemplo, la sociedad civil no tiene estrictamente nada de natural, pero se define como el resultado “artificial” del contrato social por el cual los hombres deciden asociarse para ponerse a salvo de los peligros que entraña el “estado de naturaleza”. En un segundo momento, bajo la influencia de Locke, que la define como un orden económico que garantiza la propiedad privada junto con un orden jurídico garante de los derechos individuales, significa todo lo contrario del Estado. De pronto, la “sociedad civil” se despolitiza. Y desde entonces, representa el conjunto de los ciudadanos preocupados solo de sus asuntos privados, cuyo único interés político es obtener la seguridad jurídica que les permita consagrarse libremente a ellos.
Progresivamente, es este último sentido el que va imponiéndose, sobre todo por la influencia de los autores liberales, que harán de la sociedad civil el reino de la libertad, por oposición al instrumento de coacción que es el Estado. En particular, Adam Smith la concibe como una sociedad de intercambios mercantiles, donde los intereses se armonizan por sí mismos bajo el efecto de la “mano invisible”, al margen de la intervención de los poderes públicos. En su significado actual, “sociedad civil” tiende cada vez más a designar la esfera en que los individuos pueden dedicarse a sus afanes privados sin intromisiones del Estado. Es la sociedad organizada por sí misma, al margen del aparato estatal.
Las políticas invocan cada vez más esa famosa “sociedad civil”. ¿No es señal de la decadencia de lo político?
Así es. Presentar la “sociedad civil” como un cuerpo social autónomo en relación a la clase política, formado por los habitantes de municipios y regiones, las asociaciones, las organizaciones profesionales, etc., es extremadamente confuso porque sugiere que todos los ciudadanos son miembros de la sociedad civil. Ahora bien, esta no representa a todos los individuos considerados como ciudadanos; al contrario, es la mera suma de los individuos inmersos en su mundo privado. En la ideología liberal, la separación entre sociedad liberal y Estado, entre la persona privada y la función de ciudadano, está en la base de la crítica del poder político. Pierre Rosanvallon habla muy justamente del “proyecto liberal de limitación del poder del Estado y de un poder propio de la sociedad civil”. Sin duda, esa moda de la “sociedad civil”, cuya autosuficiencia tanto alaban los liberales, es hermana de la que exalta lo privado frente a lo público y lo económico frente a lo político. No es casualidad que esta moda coincida más o menos con el ascenso de otra, la de la “gobernanza”, es decir, una forma de dirigir la sociedad que recurre menos a la política gubernamental que a la simple gestión.
Se ha creado un auténtico mito de la sociedad civil, presentada como un espacio liso, homogéneo, fundado en el intercambio mercantil, sin contradicciones sociales, lo que es una evidente contradicción. “La anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la economía política”, decía con más acierto Karl Marx. De una forma u otra, esa invocación a la “sociedad civil” no es inocente. En el contexto actual, es una forma de subvertir lo público por lo privado, de destituir a la ciudadanía de sus prerrogativas en beneficio de los “movimientos sociales” transformados en lobbies o grupos de presión. Los defensores de la “gobernanza” quieren gobernar sin el pueblo. La sociedad civil, mera suma de intereses privados, es, vista así, un sustituto del pueblo.
¿Podría un empresario industrial reemplazar con ventaja a cualquier ministro de industria?
Evidentemente no. Lo público no tiene la misma naturaleza que lo privado. Los empresarios industriales que supuestamente eran capaces de dirigir el Estado como si fuera una gran empresa, han fracasado uno tras otro. En la esfera pública, toda decisión es siempre, en última instancia, una decisión política. Creer que un técnico experto puede dirigir la economía es antipolítico. Un ministro de Sanidad tiene que ser capaz de hacer diagnósticos políticos, no médicos, porque su razón de ser no es servir a la profesión médica, sino al bien común. Dirá Ud. que hoy las cosas no suceden así, y tendrá razón. Junto con la incompetencia de la nueva clase, la confiscación de la política por la tecnocracia es uno de los males de nuestro tiempo.
(Traducción de Susana Arguedas.)
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