Ponemos deberes a los sindicatos

No pasa nada porque suba la inflación; los que tienen que subir son los salarios

En la década de los 60 estrené mi primer coche. Me costó 90.000 pesetas, aparcaba sin dificultad todos los días en la proximidad del ministerio donde trabajaba. Por la noche me entendía con el sereno del barrio, a quien le decía: “este coche duerme en la calle, tenga usted cuidado de él”. Me respondía: “como tengo dos calles a mi cargo, apárquelo cerca de la esquina”. El coche equivalente en la actualidad vale tres millones de pesetas, la inflación acumulada ha multiplicado por 30 el precio de partida y hoy no hay sitio donde situarlo prácticamente en ninguna parte de la ciudad. Es decir, la capacidad adquisitiva de las personas ha aumentado de forma inversamente proporcional a la pérdida de capacidad adquisitiva de la peseta.

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MANUEL FUNES ROBERT
Pero en mi lejana infancia recuerdo haber visto junto a un jamón serrano un cartel que decía “Seis pesetas/kilo”. Era un artículo de lujo. Hoy, a 5.000 ptas. el kilo, es un articulo al alcance de la mayoría de la población. La inflación ha coincidido con el aumento de capacidad adquisitiva de las personas.
Como recuerdo final, también perteneciente a mi infancia, un joven le dice a otro en mi presencia: “Con 10 pesetas diarias, ya te puedes casar”. Y el otro responde “Y con 8,50, también”. Se dirá que se trata de recuerdos lejanos. Pues bien, en la actualidad el fenómeno sigue produciéndose.
Vivimos pendientes al día y al detalle de las variaciones del índice de precios al consumo (IPC). Y nunca o raramente comparamos sus variaciones con otro índice, el de variación de rentas y salarios, cuya relación con el anterior da la medida de lo que interesa: las variaciones reales del nivel de vida. Consultando mis archivos, he encontrado en La gaceta de los negocios un estudio que relaciona la serie de los precios con la serie de los salarios entre los años 1991-1999. En aquella década, el IPC se movió de la siguiente forma:
 
 
 
1991
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
IPC
5,9
5,9
4,6
4,7
4,7
3,6
2
1,8
2,3
SALARIOS
7,6
7,5
6,4
4,7
4,5
4,5
3,4
2,3
2,3
 
Atentos los gobiernos de la época a la serie IPC, vivían angustiados bajo el síndrome de la inflación y se podía leer en los periódicos de la época titulares tan faltos de significación como sobrados de ridículo como el que sigue “Ha subido la inflación. Ha sido por el pollo”. De haberse tenido en cuenta la serie de los salarios, veríamos que éstos superaron intensamente a los precios precisamente cuando era máxima la inflación, se igualaron en el 94 y en el 95 para volver a recuperar la subida de los salarios por encima de los precios en los cuatro años siguientes. En ninguno de estos años se perdió capacidad adquisitiva y para el 97% de la población la mejora del nivel de vida, o el mantenimiento del mismo, fueron la base fáctica de la etapa, lo cual hubiera permitido a los gobernantes mostrar satisfacción y no miedo. Esta argumentación no vale para los parados, pero si para el resto de la población.
En todo tiempo, la inflación es básicamente inofensiva y sólo se convierte en peligro real cuando gobierna quien la erige en objetivo fundamental y obsesivo de su tarea y la combate al revés. Esto es, encareciendo los costes financieros para que no suban los costes totales y congelando los salarios para que la gente no pueda comprar. En resumen, mi aforismo predilecto no pierde valor y se expresa de esta guisa: “La inflación es una enfermedad de la moneda, que en contra de lo que cree el vulgo, rara vez ataca al hombre”.
Este aforismo tiene tras de sí la realidad histórica descrita, y resulta que la presión sindical, y a veces política, nos hace ver que el mejor remedio contra los males reales de la inflación es la subida de salarios. Y al que dijere que entonces suben los precios, se le responderá que vuelvan a subir los salarios. ¿Se puede vivir así? Es así como se vive. Cuando se dice que al subir los salarios suben los precios, no se cuantifican ambas subidas, y lo que demuestra la historia es que el salario siempre gana. Y los empresarios, también, pues tratando de que no suban, están impidiendo vender más como consecuencia de las subidas que realizan los demás empresarios.
En este momento, con subidas de energía y de productos primarios, los sindicatos deben volcarse en pedir una elevación general de salarios. En bien de los sindicados y en bien de los empresarios.

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