En la actual UE y en particular en España se está sufriendo una subida intermitente del precio más común y presente en todos los productos y el que sólo depende de una sola mano. Todos y cada uno de los periódicos, todas y cada una de las tertulias detallan al instante y con precisión el encarecimiento incesante de las hipotecas por obra de las decisiones del BCE en materia de tipos de interés, pero todos y cada uno guardan silencio a la hora de enfrentarse con este encarecimiento en frío, con esta leva gigante que no se corresponde ni con un euro más ni con un día más de plazo en la hipotecas pactadas. A más de la mitad de la población española, hipotecada por más de la mitad de su vida y por más de la mitad de su renta, se une la masa de hipotecados en el resto de la zona euro de la UE.
En esa zona tampoco ha habido protesta hasta que lo ha hecho, afortunadamente, Nicolas Sarkozy, protesta que ha sido acogida con el mismo silencio por parte de políticos y medios de comunicación.
En 1919, Gottfried Feder, alemán irritado por las cargas financieras impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles, escribió su famosa obra de la cual reproduzco el siguiente párrafo: “El porvenir de la población trabajadora pasa por el quebrantamiento de la servidumbre del tipo de interés. El ansia insaciable del capital prestamista es el enemigo a combatir (...) Mientras que la patria, la religión y el honor han sido puestos en cuestión, el tipo de interés es tabú y no ha osado nadie discutirlo nunca.”
En España, cuando éramos monetariamente soberanos y esa soberanía la ejercía un grupo permanente de economistas técnicamente incapaces, sufrimos tipos de interés hasta del 22,5% en origen y del 30% al final. Nunca bajaron del 9%, manteniéndose en torno al 17% en tiempos del PSOE. Gracias a esta política ocupamos el ranking deshonroso de ser los primeros en Europa en inflación y paro. Liberados por la llegada del euro, millones de españoles que nunca se habían atrevido a endeudarse a tales tipos de interés, lo hicieron en masa acogiéndose a los tipos variables por entender que los economistas españoles habían perdido en esta materia su poder para siempre.
Había un factor de inquietud: que el Banco Central Europeo, incapaz de llegar a los tipos hispanos, asumía y asume el mismo principio de que la inflación, esto es, la subida de precios se cura subiendo el precio del dinero, que es materia prima en la producción de las cosas. Poco les decía la Historia de que cuanto más altos eran los precios, más cosas tenían las gentes, lo cual sólo se podía explicar porque los salarios subían más que los precios. Nunca vieron que la variación de los precios dice poco o nada si no se la relaciona con la variación de los salarios, y la variación de éstos dice poco o nada si no se la relaciona con la variación de los precios. Es la relación de ambos índices lo que tiene relevancia efectiva en la vida de la población.
Se ha visto que la capacidad adquisitiva de las monedas -IPC- no se mueve paralelamente, sino en sentido contrario a la capacidad adquisitiva de las personas. Nunca descubrieron que la inflación sólo es un problema cuando la combaten con prioridad absoluta los que gobiernan y lo hacen al revés: encareciendo los costes, elevando el tipo de interés y reduciendo o congelando los salarios.
La masa hipotecada que calculó al límite sus posibilidades de endeudamiento, ahora ve continuamente recortada su capacidad de compra por la transferencia masiva de renta que tiene que hacer por mandato del BCE a favor del sistema financiero, transferencia de ninguna utilidad pública, como la tendría en el caso de transferirse a través del presupuesto estatal.
Está a punto de empezar la manifestación mas grave de esta agresión masiva mediante la ejecución en masa de las garantías. El sistema financiero, tras haber recibido toda la renta que los hipotecados podían transferirle, al llegar esta transferencia al límite va a empezar la ejecución de las garantías, tras lo cual el sistema financiero se va a encontrar dueño y señor de gran parte del patrimonio inmobiliario nacional.
Este panorama no despierta ninguna crítica ni ningún interés en ninguno de los partidos políticos, interesados únicamente en una campaña de descalificación recíproca. Sugiero al PP que proclame su alianza y comunión con la idea genial de Nicolas Sarkozy.