El déficit de nuestra balanza comercial se acerca a la enorme cifra de 30.000 millones de euros; es la diferencia entre el valor de las mercancías que compramos al exterior y el valor de las que le vendemos. Pues bien, esa cifra no tiene la menor significación negativa para la economía española, no hay detrás de ella ningún impago, ninguna deuda, salvo las que a título privado y sin relevancia pública hayan pactado el comprador y el vendedor. Se trata de un pago masivo hecho al contado utilizando la moneda común que es el euro, y he aquí que economista y políticos llaman déficit ¡a pagar las cosas con dinero! Como dando a entender que las cosas sólo se pagan con otras cosas, lo cual ciertamente era el régimen de intercambio en los tiempos de la Prehistoria, cuando no existía el dinero.
Si fuera bueno para España pagar las cosas compradas con cosas vendidas por el mismo importe, y este presunto bien lo hiciera y consiguiera el resto de los países, habríamos eliminado el dinero en la Comunidad Internacional, perdiéndonos a ese nivel aquello para lo cual el hombre inventó la moneda: entre otras cosas, para hacer posibles las relaciones triangulares pagando a uno con lo que nos debe otro. Y aprovechando las ventajas comparativas que en la producción de los bienes están desigualmente repartidas.
“Si compro 100 al exterior y sólo vendo por 50, ¿de dónde saco las otras 50?”. Del bolsillo del comprador, de su salario, de sus ventas, de su actividad. Comprar un bien desde Madrid en Toledo es una operación esencialmente idéntica a comprarlo en París; esta segunda operación no está intervenida ni regulada, ni siquiera es conocida por el Estado, aunque su paso por la frontera sea estadísticamente registrado, y el hecho puede interesar a economistas distraídos o sobrados de tiempo. La balanza comercial española tiene la misma naturaleza que la que podría construirse entre Extremadura y Andalucía, realidad estadística fácil de llevar al papel y a continuación perderse en consideraciones inocuas sobre la competitividad relativa de ambas regiones.
Nuestros economistas no se han librado todavía del peso de concepto de divisa, y ciertamente, cuando la compraventa internacional podía articularse en torno a monedas de valor distinto según el momento y su naturaleza, era de interés publico controlar esas transacciones. Hoy ya no. España comercia con el resto de los países. Ocurre, empero, que esas transacciones también se hacen en euros, moneda que se ha internacionalizado extensa y firmemente. Cualquier español con su sueldo en euros compra en cualquier parte del mundo exactamente igual que compra en cualquier punto de su propio país. Ninguna de esas operaciones tiene que guardar relación con la venta de mercancías españolas a ese otro país. Basta que el comprador tenga euros y quiera comprar fuera.
Pero la mendacidad técnica alcanza su nivel mas alto cuando se aplica a los EEUU y se dice que es el país mas endeudado del mundo. Tamaña memez merece articulo a parte. Será el próximo, DM.