La diferencia entre entonces y ahora es que aquel país que había sufrido una guerra que destruyó sus fábricas, sus puertos, sus aeropuertos, sus barcos, sus trenes y sus vías de comunicación, aparte de la pérdida de cientos de miles de vidas humanas, había reconstruido todo eso y fabricaba nuevos bienes y servicios que la situaban como la novena potencia económica mundial. Se tardó treinta años en llegar a ese puesto y Franco lo bautizó como “milagro económico” en sus discursos de entonces.
Por el camino de Aznar
Pero no hay que ser aguafiestas. Aunque la economía que heredó Zapatero no provenía de una guerra, por lo menos hay que felicitarle por mantener el ritmo. Recuerden que cuando los socialistas llegaron al poder en 2004 mucha gente pensó que se iba a repetir la catástrofe de los ochenta y noventa. Hagan memoria. El desempleo alcanzó en la época de Felipe González al 24% de la población activa. A principios de los ochenta este país prácticamente se quedó paralizado como si le hubiera picado una tarántula venenosa. La inflación llegó al 20% y los tipos de interés alcanzaron tal altura que si usted pedía un crédito tenía que pagar al año a los bancos más del 20% de lo que había pedido prestado.
Ahora las cosas son diferentes. Con tipos de interés del 3,75%, con una inflación del 2,5%, pedir un crédito parece lo más fácil del mundo (aunque pagarlo todavía es una incógnita). La economía va bien, pero 2006 no ha sido el mejor año de nuestras vidas democráticas, ni mucho menos. Los mejores años fueron en la época de José María Aznar, cosa en la que coinciden todos los economistas, y que los italianos bautizaron como “il miracolo spagnolo”. Italianos, franceses, alemanes, ingleses y norteamericanos elogiaban en sus respectivos medios de comunicación la saludable fortaleza de la economía española. La inflación bajó del 2%. El paro se redujo al 11% en cuatro años. Se creaban 500.000 empleos por año. La economía crecía por encima del 4%. La mayor parte de esas cifras no han sido superadas desde entonces.
Además, los fieros lugartenientes económicos de Aznar lograron algo que parecía imposible: que hubiera dinero en la caja del Estado, es decir, ¡superávit!, pues hacía muchos años que los gobiernos gastaban más de lo que ingresaban. Superávit en el presupuesto, superávit en la Seguridad Social. Increíble.
Según expuso Zapatero en la Bolsa de Madrid el lunes pasado, ante los 300 líderes de las mayores empresas españolas, la economía está creando mucho empleo: unos 600.000 puestos al año. La tasa de paro es del 8,5%, la más baja desde 1979. Y es verdad porque este país avanza a plena máquina. Y si lo hace es porque Pedro Solbes, ministro de Economía, se ha limitado a aprovechar lo mejor de su antecesor, Rodrigo Rato. No hay que quitarle mérito a los socialistas porque han aprendido de sus errores, de su prepotencia de los ochenta, de su manga ancha para gastar como si el dinero les hubiera caído del cielo. Han mantenido la velocidad de la economía e incluso han bajado un poco el peso de los impuestos en la renta, lo cual es una fórmula para liberar dinero y dinamizar el consumo. La Bolsa ha alcanzado techos históricos, las empresas españolas están comprando multinacionales extranjeras en un abrir y cerrar de ojos. Los empresarios modernizan sus fábricas comprando nueva maquinaria.
Hay empleo de sobra y en algunas comunidades autónomas incluso ya no hay paro. Y todo eso se ha logrado porque el país, los empresarios, los trabajadores y los consumidores, confían en su futuro. Los socialistas tienen que seguir dando confianza, y hasta se les puede permitir que hagan un poco de electoralismo con los resultados económicos.
Los nubarrones
Pero, ojo, hay nubarrones. Por supuesto que los hay. El petróleo siempre puede amenazar con llegar a los 90 ó 100 dólares por barril. La bolsa de EEUU puede desinflarse de un momento a otro, enferma por las crisis de las empresas que conceden hipotecas de alto riesgo. Pero ese no es el mayor problema: el mayor problema a corto plazo es la falta de competitividad, y la escasa productividad. Un chino trabaja más por menos dinero. Un alemán fabrica cosas de mejor calidad y más caras. De modo que estamos entre dos fuegos, y eso es lo que tiene que aprender el presidente Zapatero. Los días pasan rápidamente y si no se lanza un gran plan para mejorar la calidad, el diseño, la productividad y los costes, este país perderá la carrera a largo plazo. Pero hay algo peor: nuestros estudiantes son medio analfabetos. Por desgracia, el sistema educativo implantado en tiempos de Felipe González, convirtió a los colegios en incubadoras de catetos, y ya sea a babor o a estribor, no se atisba un horizonte luminoso.
Ya sabemos que es muy divertido ocuparse de la política, de la conspiración, de los estatutos, de la crispación, de eso y muchas cosas más. Pero a los chinos, a los polacos, a los indios y a los brasileños eso les tiene sin cuidado. Ellos van a quitarnos el puesto si Rodríguez Zapatero no nos pone las pilas. ¿Lo hará? La frase de James Clarke con la que encabezó Zapatero su informe económico es hermosa: “Un político piensa en las próxima elección; un estadista piensa en la próxima generación”. Si realmente pensara en la próxima generación, tendría que haber puesto en marcha un programa para construir nuevas centrales nucleares y sortear la terrible dependencia del petróleo y del gas, de la falta de lluvias. Por cierto, hablando de agua, si pensara en la próxima generación, el Gobierno socialista no habría paralizado el trasvase de agua del Ebro a las cuencas mediterráneas. Este es el país más seco de Europa, por lo menos de la mitad hacia abajo. Pero da la casualidad de que el Ebro a veces es tan caudaloso, que cuando hay inundaciones y crecidas echa al mar Mediterráneo en 12 días, todo lo que necesitan Alicante, Murcia en un año.
Si Rodríguez Zapatero no pone en marcha todo eso, dentro de 40 años, la próxima generación de españoles no celebrará que seamos la sexta o la quinta potencia mundial. Lo celebrarán las generaciones de chinos, indios y brasileños. Y quizá hasta de polacos.