Comprendo que el titular suene a guasa o a algo peor, ahora que avanzamos decididamente hacia los cinco millones de parados.
Empecemos por ellos, pues. Cualquiera puede comprobar que el país funciona más o menos lo mismo, lo que demuestra que sus puestos de trabajo no eran –estrictamente- necesarios. En realidad, si lo miramos con detalle, no son ellos los únicos prescindibles. Aplicando normas de eficiencia gerencial sobrarían con toda seguridad las tres cuartas partes del funcionariado. En este caso puede, incluso, que el país no rulara lo mismo, sino probablemente mejor. Por aquello de que un funcionario es una persona que tiene un problema para cada solución.
En cuanto al comercio en general, cualquier persona imparcial habrá de convenir que en su mayor parte es redundante y que con unos cuantos grandes almacenes bien surtidos nos bastaríamos.
Así, de golpe, y sin entrar en más precisiones (que podríamos) llegamos a la conclusión de que por lo menos la mitad de los pomposamente llamados “puestos de trabajo” son más bien ficticios y ocupacionales que otra cosa ¿no?
Pero apliquemos el neoliberalismo hasta el final. ¿Acaso los agricultores y ganaderos no cuestan en subvenciones más de lo que producen? Pues otro rubro de actividades que mejor sería eliminar y terminar de aplicar lo que, por otra parte ya se viene haciendo en la práctica, es decir, comprar los productos en otros mercados. ¿Se ha fijado usted recientemente de dónde proceden los espárragos, lentejas o garbanzos que consume? Ya se lo digo yo, por si sufre de miopía y no es capaz de leer las etiquetas: Perú, Canadá y Turquía, sin ir más lejos.
Bancos, compañías de seguros y demás burocracia contable, también sobra, pues se dedican más que otra cosa a encarecer los productos y servicios, que podrían adquirirse (y ya se vienen adquiriendo en creciente cantidad) por teléfono o internet.
Tontería es comprar vehículos industriales o particulares en concesionarios de la provincia o el país cuando pueden adquirirse en ventajosas condiciones en otras naciones. Y lo mismo vale para electrodomésticos, muebles, vajilla, etc.
Para qué vamos a hablar de otras profesiones del gremio del espectáculo como las de actor, escritor, pintor, periodista, etc., cuyas actividades, si pueden sufragarse, pues mejor que mejor, pero que necesarias, lo que se dice necesarias, no lo son en absoluto.
Total, que, básicamente, nos dedicamos a engañarnos los unos a los otros de una madera moderadamente afable, y deduzco que si esto se considera todavía adecuado y procedente, es porque alguien, en las alturas neocapitalistas, ha llegado a la conclusión de que prescindir de casi todos nosotros sería políticamente incorrecto y que, hasta que nos vayamos coscando de la amarga verdad, mejor es que sigamos –como hamsters enloquecidos– dando vueltas a la rueda y practiquemos la terapia ocupacional de las ocho horas, los cinco días y los once meses. Cuando cualquier persona con un índice de inteligencia superior a su número de calzado sabe que en la gran mayoría de las empresas se podría sacar el mismo “trabajo” que se viene sacando en la mitad de tiempo.
Pensar otra cosa sería de subnormales, pues si ya en 1902, cuando se implantó la jornada de ocho horas, era lugar común el saber que sobraban la mitad, y eso que sólo se contaba, en cuanto a fuentes de energía, con el carbón y la electricidad, ciento y pico años la tecnología debería permitir, por lo menos, la jornada de 20 horas semanales.
Cuenta Jack London en su People from the Abyss que un obrero del calzado producía, en el Londres de 1900, calzado para 1.000 personas al año. Seguro que hoy produce para 10.000 y dentro de unos años producirá para 100.000.
Ya en los años ochenta se consideraba que sólo Toyota, con su capacidad instalada de producción, podía surtir de automóviles a todo el orbe…
Pero se nos sigue castigando el oído con el tema de que falta productividad. Cuando la realidad es que la productividad es tan alta que, prácticamente, sobramos todos, pues la máquina cada vez necesita menos factor humano y en un futuro ideal podrá prescindir completamente de nosotros…
Sin embargo, hay alguien empeñado en aplicar la moral luterana del trabajo y el esfuerzo cuando perdió todo su sentido hace, al menos, cincuenta años…
¿Adónde vamos?
Hemos desperdiciado la oportunidad de desechar este sistema delirante y tan sólo aspiramos “a que las cosas sean como antes”. Nunca serán como antes. Lo primero porque cada crisis (compruébese) nos ha dejado un millón más de parados estructurales, con lo que, cuando llegue de nuevo el “crecimiento”, tendremos –por lo menos– tres millones fijos de parados.
¿Hay soluciones? Las hay, pero deberíamos cambiar el sistema contable y dinerario. Sólo con cambiarlo hubiéramos acabado con la crisis desde sus comienzos.
Bastaría que el Banco Central Europeo hubiera sustituido el Euro por una nueva moneda y hubiera impuesto un plazo de 48 horas para canjear. De esto modo las incontables reservas de dinero negro que habitan en los Paraísos Fiscales se hubieran volatilizado y sobre su valor amortizado los países de Europa hubieran amonedado una cantidad equivalente para inyectarla en el mercado productivo.
Mientras resulte más lucrativo especular que producir estaremos abocados a la crisis periódica.
Para que el dinero que ha salido de Europa regrese habría que ofrecerles unas condiciones especulativas que, sencillamente, no son ya posibles. Pero el neoliberalismo insiste en la reforma laboral, en la productividad, en la contención salarial…