Creo que fue en 1990. Yo estaba de paso por Londres y le pedí a un colega español que tenía un despacho en la sede de Financial Times, que por favor me hiciera una visita guiada al templo del periodismo financiero.
Fue mejor que ir a Disneylandia.
Lo que más me llamó la atención fue el silencio. Eso no tenía nada que ver con mi periódico. Acostumbrado a los gritos de “¡a ver esa página!” o también “¡cierra de una vez, carajo!”, acostumbrado a los boletines de Radio Nacional que se vociferaban por los altavoces de algunos aparatos, y habituado a ese ambiente de colosal camaradería lingüística de la prensa española, pues aquello me pareció, no sé cómo decirlo, me pareció anormal.
Muy inglés, claro.
Allí la gente no hablaba sino que susurraba, bisbiseaba, sugería. Había unos aparatos de televisión pegados casi al techo cada cinco metros, pero no se podía escuchar el sonido salvo que uno insertase un auricular en un enchufe de su mesa.
¿Radio? Creo que ni la escuchaban.
Otra de las cosas que me sorprendió es que parecía la Casa del Pensionista de cualquier ciudad española. Estaba lleno de viejecitos y viejecitas entrañables. Los hombres que tenían pelo, ya estaban canosos. Había mujeres tan mayores que estuve a punto de invitarlas a un pub a que me contaran su laaaaaarga historia.
Algunos ya habrían entrado en la última parte de su vida pero ahí estaban dando guerra. Esto me hizo pensar: ¿por qué los periodistas económicos españoles parecemos una comuna de pitufos?
Por ejemplo, cuando había una rueda de prensa internacional en, digamos París, organizada por una compañía como Airbus, nos sentábamos todos los periodistas de muchas naciones a lo largo de la sala de prensa. Uno veía a maduros ingleses, a veteranos alemanes, a curtidos holandeses… Y luego, una mesa de divertidos alborotadores españoles de menos de 35 años. A veces de 25 añitos. Unos pitufos.
En cualquier profesión, ser un veterano supone acumular mucho conocimiento en la cabeza. Si se juntan un montón de esos profesionales en un medio de comunicación, el resultado es un medio maduro, con capacidad de análisis, y con temas de fondo.
Pero la prensa económica española siempre estaba llena de pitufos. ¿Adónde iban los veteranos? ¿Eran asesinados por sus periódicos para ser convertidos en hamburguesas o en soylent green?
Lo que sucedía es que, llegada cierta edad, los periodistas abandonaban sus medios. ¿Las causas? La primera, que les pagaban mejor en una agencia de comunicación o en el departamento de comunicación de cualquier empresa. La segunda, que ese periodista se veía con 40 años saliendo a las once de la noche todos los días por la pésima organización del trabajo de los medios. Al menos esa era mi deducción.
Lo cual ha originado un grave problema a nuestros medios económicos: no son profundos, no saben lo que es un análisis (algunos piensan que es la hermana menor de la diálisis), no saben hacer preguntas de fondo en las ruedas de prensa, y son, por eso, previsibles.Cuando pasa un acontecimiento importante, como sucedió con la reciente turbulencia de los mercados, yo puedo cerrar los ojos e imaginar los titulares de día, siguiente, los temas, los apoyos y los enfoques. Y en la inmensa mayoría de los casos, lo juro por Scarlata O’Hara, no me parecen novedosos. Todo muy previsible. De carril. Por ejemplo, en el caso de las turbulencias financieras, la prensa económica estaba más interesada en ver el preludio de un hundimiento total, que de exponer un sinsentido: ¿desde cuándo España es un país poco fiable? Al final, tuvo que ser Financial Times quien sugiriera que algunos fondos de inversión estaban apostando contra España y contra el euro. Es decir, nuestra prensa económica perdió los papeles. Sólo había que ver los titulares de estos días para comprobarlo.
Voy a seguir con mi visita a Financial Times.
Iba yo con mi amigo por los pasillos de aquel santuario del saber, cuando nos detuvimos a la altura de un grupo de tres personas que charlaban en voz baja. ¿Sabes quiénes son esos? Les volví a mirar y solo distinguí a tres hombres de unos 40 a 55 años. Uno hablaba y otros asentían o movían la cabeza. Pues no, no sé quiénes son, dije.
“Son los de la Lex Column”.
Oh, ah, uhm. ¡Los chicos de la Lex Column!
Los chicos de la Lex Column deben ser los periodistas mejor pagados del mundo en función de las letras que escriben. Cada día, en la última parte del primer cuerpo del FT, aparecen publicados unos comentarios económicos en un recuadro llamado así: Lex Column. Es como la columna de la ley, la opinión aquilatada, el oráculo financiero. Las empresas españolas se mueren de placer cuando visitan el FT y contactan con la Lex Column. Y si logran convencerles de que su empresa es estupenda, y si encima, eso sale publicado, la agencia de relaciones públicas que haya organizado la visita tiene el presupuesto del año asegurado.
Hasta al gobierno español se le hace el culo casera por visitar a la Lex Column del FT. Los hemos visto esta semana.
Estos tres hombres (no sé si hay más, si se turnan o si hay hoy alguna mujer) hacen lo siguiente: se pasan el día debatiendo los asuntos más importantes y luego los redactan. Ya saben que en los colegios británicos existe la costumbre de atizar la “discussion”, es decir, de debatir los temas del momento. Los alumnos se preparan desde jovencitos a analizar, debatir y defender sus ideas.
Esa costumbre unida a la tolerancia por el pensamiento ajeno, ha dado como resultado una prensa analítica: es decir, desgranan los acontecimientos en piezas, los observan, sugieren sus causas y proclaman una conclusión. Muchas veces es una conclusión muy británica, como si ellos gobernaran el mundo todavía, pero por lo menos, la forma de atacar los asuntos suele ser propia de alguien “que le ha dado mucho al coco”.
Financial Times y The Economist, que son del mismo grupo editorial, han destacado en el mundo por tres razones: por sus análisis económicos, por la forma directa y elegante de exponerlos, y porque lo hacen en inglés. Si lo escribieran en serbocroata nadie los leería porque la comunidad financiera mundial, de Los Angeles a Hong Kong, se desayuna todos los días con FT, o con The Wall Street Journal, (y cada semana con The Economist) pues los entienden y aprenden de ellos.
Nuestra prensa económica, ¿en qué falla? En primer lugar, en que no hay forma de retener a los más talentosos porque se nos escapan para ganar más dinero o “porque estoy harto de llegar a las once de la noche”. Casi nadie echa canas en los medios económicos, y los que han echado canas, arrastran toda la tornillería defectuosa de unos malos hábitos adquiridos durante esos años. ¿Novedad? ¿Cambio? ¿Revolución? ¿Ensayar nuevas fórmulas? ¿Crear nuevos lenguajes? Usan las mismas 500 frases hechas desde que alguien les enseñó qué era un “caj flouu”.
También falla en que no se cultiva el género del análisis. Se confunde análisis con recortaje. Un recortaje es como llamamos de forma simpática a esas columnas que arriba dicen “Análisis” y abajo sólo traen un resumen de lo que ha pasado hasta el momento. Pero nada de materia gris. Nada de conclusiones novedosas. Nada de datos extraordinarios.
¿Y cómo se cultivaría el análisis? De una forma muy sencilla: dale tiempo al redactor para que prepare su análisis. Pero no. Aquí se hacen análisis como churros y no hay tiempo para pensar. Sí, he dicho pensar, pues para producir un buen análisis no sólo hay que hablar con muchas fuentes, y debatir con los compañeros (he dicho debatir, no discutir) sino también clavar los codos en la mesa y pensar.
Si un redactor jefe español ve una de sus chicas o de sus chicos en actitud de sagrada intelectualidad, le grita: “Mueve el trasero y mete este teletipo”. Voy a repetir la frase porque me gusta: “¡Mueve el trasero, joer!”.
Aparte de “mueve el trasero, joer”, hay otras frases como “coge esa llamada”, “mira a ver si ha llegado el fax”, “entra en la reunión”, “vete a la rueda de prensa”, “saca esa página de una vez”, “fusila este artículo del Times”, “vamos a levantar tu reportaje porque ha llegado esto”, “baja a seguridad y trae el paquete”, o, la mejor de todas, “la verdad es que tu tema está bien, pero es que esa empresa acaba de meter una campaña de cien mil euros”… Y lo peor de todo es que, con los despidos, hay menos gente por metro cuadrado, con lo cual se han multiplicado exponencialmente las actividades creativas anteriormente expuestas. Y con más mala leche de arriba.
Cinco años de Facultad, diez de formación intensa, para sumergirse en esa rutina portentosa.
A todo esto, hay que añadir que nadie se pone a buscar enfoques nuevos. Si lo hace, se encontrará con su jefe (ah, los jefes), que le dirá: “Me parece que se te ha ido la olla”. El jefe solo quiere cerrar páginas; y si es metiendo teletipos, mejor, porque es más rápido. Si chaval, cinco años de Facu para meter teletipos.
Y eso que no entramos en política. Porque suele pasar que la prensa económica se olvida de este adjetivo y piensa que es prensa política. Entonces, como el gobierno es socialista y los socialistas son el coco, hay que darles hasta en el carné de identidad, tengan o no tengan razón. A muchos les hubiera encantado titular que la economía española entraba en quiebra esta semana sólo por el placer de dar caña al gobierno, y olvidando su responsabilidad como medios y como periodistas: nos estábamos jugando nada menos que la credibilidad financiera de nuestro país. ¿Dónde está el equilibrio? Con Wally.
La prueba es que esta semana, algunos medios tuvieron que comerse sus titulares con cachelos.
De modo que nuestra prensa económica es lo que es.
No es por falta de talento. Es porque la maquinaria tritura todo: el talento de los audaces, el tiempo para madurar los temas, el tiempo para envejecer con placer en un medio de comunicación, y, bueno, supongo que el salario.
La prensa económica española además depende mucho de sus anunciantes. Entre los periódicos y las empresas (sus fuentes de financiación) se establece una relación tan estrecha que no son capaces de publicar nada hiriente. Y ahora, con la caída de la publicidad, si una redactora competente trae un tema que pise los callos a un anunciante, puede acabar en la sección de “Golf”. Eso produce un círculo vicioso: pocas noticias interesantes, falta de interés por los lectores, ventas miserables, falta de dinero, ergo, mucha dependencia de ¿quién? De los anunciantes.
Problema terrible: nuestra prensa económica es una prensa amistosa con los anunciantes. Digamos que se hacen arrumacos.
¿Alguien recuerda alguna exclusiva de la prensa económica que destapara los trapos sucios de una empresa? Bueno, sí, aquel caso, lo reconozco.
Pero era cuando estaba aquel directo.