Sigue la crisis, siguen las víctimas y Carlos Salas sigue actualizando las cosas

¿Cuántos libros sobre la crisis hay que escribir para que el Gobierno se ponga las pilas?

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Hace un año, terminé de escribir La crisis explicada a sus víctimas. En los últimos capítulos proponía varias salidas a la situación, y denunciaba que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero no tenía un plan de ataque. Malas noticias: sigue sin tenerlo. Desde entonces, la economía ha entrado en recesión, el déficit público ha superado el 11% del PIB, la demanda de electricidad ha caído casi un 5%, ya hay casi 4,5 millones de parados y el extranjero trata a España como a un apestado.

 Se puede ver al final del libro la fecha en que lo terminé de escribir: 28 de febrero. Hablé con parados, con afectados por la crisis hipotecaria, con empresarios, economistas, brokers, banqueros... Una de las cosas que exponía en el libro era la necesidad de acometer un gran plan de estímulo nacional.
 
En los meses que siguieron a la publicación del libro, manifesté qué era desde mi punto de vista lo que había que hacer:
-Un gran pacto entre empresarios y sindicatos para relanzar el país, para reformar el mercado laboral con nuevos tipos de contratos.
-Promover el consumo dando ayudas para la compra de coches. Establecí esas ayudas en 2.000 euros por vehículo.
-Imitar el modelo alemán según el cual, las empresas, en lugar de despedir trabajadores, les reduzcan la jornada laboral, y el Estado alemán les compensa la falta de ingresos a los trabajadores abonándoles la diferencia.
-Bajar el sueldo o congelárselo. Ya que no tenemos la peseta y no podemos devaluar, lo único que nos queda para disminuir los costes de las empresas es bajarnos el sueldo. Los directivos, proporcionalmente más, claro.
-Aumentar la deuda pública. Por entonces, la deuda equivalía el 35% del PIB. Quedaba margen.
-Congelación del empleo público.
 
¿Qué cosas se han hecho?
 
Casualmente, en junio siguiente, el Gobierno aprobó un plan de estímulo a la compra de coches con 2.000 euros por unidad. Fue una agradable casualidad. Problema: se puso en marcha muy tarde. En Alemania ya llevaba meses aplicándose. A pesar de esa tardanza, se ha demostrado su eficacia porque la venta de coches está subiendo.
 
Los empresarios y los sindicatos rompieron en julio de 2009 las negociaciones para reformar el mercado laboral, a pesar de que el Gobierno había establecido como fecha límite ese mes. Hace dos semanas anunciaron un preacuerdo para ponerse de acuerdo. Así como suena. Dada la gravedad de la situación, nada menos que el 19% de paro, esta vez tiene que ser en serio. Pero ¿no se dan cuenta el tiempo que han perdido?
 
Se habla de rebajar la indemnización por despido de 45 días por año trabajado a 33 o incluso a 20. Y yo digo, ¿por qué las condiciones del despido es el obstáculo a la contratación? Es como entrar en el médico, y darte la vuelta porque no quieres escuchar que tienes gripe A. Empeorarás.
 
Se habla de imitar el modelo alemán. Vaya, hombre, ¿tan difícil era tomar ese modelo? Se habla de fomentar los contratos fijos, de dar facilidades a los empresarios, en fin, se habla, y se habla. La única esperanza es que esta vez le han visto las orejas al lobo.
 
Después de tanta reunión, por ahora solo se ha logrado acordar que los salarios suban un 1% en los próximos tres años. ¿Qué suban? Creo que en las empresas en crisis, todo el mundo debería bajarse los salarios para no verse obligados a despedir trabajadores.
 
En este tiempo, el Plan E del Gobierno ha sido insuficiente para contener el paro. Como la situación se ha ido deteriorando a velocidad vertiginosa, el Gobierno ha tenido que echar mano de la caja para sostener a cada vez más parados. Eso quería decir una cosa: las empresas estaban cerrando o teniendo menos actividad. Luego, al tener menos ventas, pagan menos impuestos.
 
De modo que se ha creado la siguiente incongruencia: el Gobierno gasta más para atender a los parados, pero tiene menos ingresos porque precisamente esos parados son el reflejo de la inactividad económica. Por eso, hemos pasado de tener un superávit fiscal del 2,5% a un déficit del 11,5%. Nos hemos quedado sin dinero.
 
Para financiar todo ese desastre, el Gobierno ha emitido más deuda pública. Ésa fue una de las medidas que propuse hace un año. La deuda pública española no pasa del 60% del PIB y se mantiene en márgenes aún aceptables. Entonces, ¿a qué se debió el ataque de los mercados hace pocas semanas que consistió en dudar de la capacidad de España en devolver esas deudas? Al resto de las figuras económicas, concretamente, al sinsentido de un Gobierno que destina más dinero a los parados, y que obtiene cada vez menos ingresos. De seguir así, pensaron los mercados, llegará un momento en que no tenga dinero ni para los parados. Será la bancarrota total.
 
Los inversores que huyen
 
Los inversores, especialmente los hedge fund de los que hablaba en mi libro, no tienen patria, ni sentimientos. Quieren ganar más dinero y punto. O perder menos que nadie. Y pueden hacer mucho daño.
 
Por eso creyeron que la economía española no era de fiar y cruzaron apuestas a que no tendríamos capacidad para devolver nuestras deudas. Se basaron en los incuestionables datos económicos: la economía sigue en retroceso, el paro crece, el déficit se agiganta, la deuda sube…
 
Para mí, España todavía tiene una gran solidez financiera en cuanto al pago de sus compromisos internacionales. Pero empiezo a entender a unos inversores que no se fían de las contradicciones del Gobierno. La cosa fue tan dramática, que, viendo el colapso de Grecia, el Gobierno se asustó y de cara a la comunidad internacional, ha prometido: a) reducir el déficit en tres años, b) subir la edad de jubilación, c) animar a empresarios y sindicatos a colaborar para sacar adelante la reforma que el mismo Gobierno no quiere hacer por decreto ley, ya que teme huelgas de los sindicatos, o, quizá, traicionar su propia ideología.
 
He tratado de no unirme demasiado a aquellos catastrofistas que, con tal de criticar al Gobierno, han llegado a poner en duda la capacidad de España de devolver sus deudas. No, a eso no hemos llegado. Además, como decía en el libro, el optimismo nos puede ayudar a salir de la crisis y el pesimismo nos paraliza.
 
El Gobierno está paralizado
 
Sin embargo, cada día, cuando me levanto, me siento como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Por un lado, quiero animar a la gente y decirle que estoy empezando a ver el vaso medio lleno: decrecemos económicamente, sí, pero menos. Hace un año íbamos a 200 por hora cuesta abajo. Ahora seguimos cuesta abajo pero a 10 kilómetros por hora. El Euríbor seguirá siendo muy bajo todo este año y eso ayudará a las familias y a las empresas (es una ventaja de la depresión económica). No hay fantasma de deflación. Hay sectores que poco a poco se recuperan, como el del automóvil. Se ven algunos signos de salvación como las ventas de electrodomésticos.
 
Pero por otro lado, veo que el Gobierno está paralizado. Lo único que se le ocurrió sacar de la chistera fue la ley de Economía Sostenible: un proyecto para modernizar la economía en los próximos años. ¿Y hoy? ¿Tenemos algo para hoy? No. Entonces me pongo calamitoso y me entran ganas de ser muy catastrofista. Sobre todo cuando veo nuestra peor cara: el paro. Ese es el gran problema que el Gobierno ni quiere ni sabe resolver.
 
No hemos llegado a ningún acuerdo de reforma laboral y ya llevamos casi dos años de crisis. Cada mes, hay más parados, más gastos en parados, menos dinero en la caja… Un Gobierno tiene que crear confianza en sus trabajadores. Y en sus empresarios. Pero el Gobierno no ha sido capaz de dar un manotazo y tomar el toro por los cuernos para atajar la crisis. Hasta el rey ha tenido que intervenir, y eso que no tiene poderes ejecutivos. ¿Es que tendré que escribir otro libro sobre la crisis? Espero que no.

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