"Ex nihilo nihil fit", decían los filósofos antiguos. Aún no conocían el capitalismo

El dinero creado a partir de nada (I)

En enero de este año, el autor canadiense Paul Grignon ha publicado un muy pedagógico pero concienzudo estudio en el que explica con una rara claridad lo esencial del sistema bancario y financiero (ese sistema que Ezra Pound calificaba de "la gran usura"). Dicho texto, titulado en inglés "Money as debt", ha conocido una gran difusión a través de la red, habiendo dado lugar también a un divertido vídeo explicativo que colgaremos junto con la próxima entrega.

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La leyenda del orfebre

Érase una vez en que casi cualquier cosa podía servir de moneda. Bastaba con que fuera transportable y que un suficiente número de personas estuvieran convencidas de de que podría cambiarse más tarde contra cosas de valor real: la comida, ropa o viviendas. Caparazones, cacao en grano, piedras preciosas y hasta plumas se utilizaban como moneda. El oro y la plata eran atractivos, maleables y fáciles de trabajar. De hecho, algunas civilizaciones llegaron a ser expertas en tales metales.
 
Los orfebres facilitaron el comercio fabricando piezas, es decir, unidades estándar de estos metales, cuyo peso y pureza certificaban. Para proteger su oro, el orfebre necesitaba un cofre. Y pronto sus conciudadanos fueron a llamar a su puerta para alquilarle un espacio en el que depositar con seguridad su propio oro y sus propios valores. Rápidamente el orfebre alquiló todo el espacio de su cofre y obtuvo una pequeña ganancia con su negocio de alquiler del cofre.
 
Pasaron los años y el orfebre efectuó una juiciosa observación: raras veces iban los depositarios a retirar su oro físicamente presente en el cofre y, además, no iban nunca a la vez. Ello se debía a que los recibos que el orfebre había entregado a cambio del oro se cambiaban en el mercado como si del propio oro se tratara. Esta moneda-papel resultaba mucho más práctica que las pesadas piezas, pues los importes se podían escribir simplemente en lugar de tener que ser laboriosamente contados, pieza tras pieza, para cada transacción.
 
Al mismo tiempo, el orfebre hacía otro negocio: prestaba su propio oro haciendo pagar intereses. Como sus recibos eran unánimemente aceptados, quienes recibían los préstamos pedían que, en lugar de darles oro verdadero, les diera recibos. Conforme se iba desarrollando esta industria, cada vez más gente pedía préstamos, lo cual le dio al orfebre una idea aún mejor. Sabía que muy pocos de sus depositarios retirarían su oro, de modo que el orfebre se imaginó que podía cambiar, sin ningún problema, recibos no ya contra su propio oro, sino contra el de sus depositarios. Con tal de que se reembolsaran los préstamos, sus depositarios ni se enterarían y tampoco sufrirían ningún perjuicio.
 
Y de esta forma el orfebre, convertido ya en bamquero más que en artesano, obtenía un beneficio superior a lo que hubiera podido conseguir limitándose a prestar su propio oro. Durante años, el orfebre se hizo con unos confortables ingresos gracias a los intereses de los préstamos del oro de sus depositarios. Como destacado prestamista, ya era más rico que sus conciudadanos y lo exhibía con ostentación. Sin embargo, empezaron a correr sospechas de que el orfebre estaba gastando el dinero de los depositarios. Éstos se reunieron y le amenazaron con retirar su oro si nos les explicaba el origen de su reciente fortuna. Contrariamente a lo que se hubiera podido esperar, ello no se convirtió en ningún desastre para el orfebre. Pese al carácter intrínsecamente fraudulento de su gestión, su idea funcionaba a pedir de boca. Los depositarios no habían perdido nada. Su oro estaba plenamente seguro en el cofre del orfebre.
 
En lugar de retirar su oro, los depositarios le exigieron al orfebre que, en lo sucesivo, compartiera con ellos sus ganancias pagándoles una parte de los intereses. Fue el comienzo del sistema bancario. El banquero pagaba un pequeña tipo de interés por los depósitos de dinero de sus clientes, dinero que prestaba seguidamente a un tipo superior. La diferencia cubría los costes de las operaciones y le proporcionaba beneficios. La lógica del sistema era sencilla y parecía un medio razonable de satisfacer las demandas de crédito.
 
Sin embargo, no es ésta la forma en que funciona actualmente el sistema bancario. Nuestro orfebre-banquero no estaba satisfecho con los márgenes que le quedaban después de haber compartido los intereses de los préstamos con los depositarios. Además, la demanda de créditos se incrementaba rápidamente, pues los europeos emigraban por el mundo entero. Ahora bien, los préstamos estaban limitados por el importe del oro que los clientes habían depositado. Fue entonces cuando nuestro hombre tuvo una idea aún más sutil. Como nadie más que él sabía lo que contenía el cofre, podía prestar recibos con cargo a un oro que no existía realmente. Siempre que todos los titulares de los recibos no fueran a pedirle simultáneamente su oro, ¿cómo se podría saber tal cosa?
 
Este nuevo planteamiento funcionó a la perfección y el banquero se hizo inmensamente rico gracias a los intereses sobre los préstamos de un oro que no existía. La idea de que el banquero pudiera crear dinero a partir de nada era demasiado inimaginable para que alguien se la creyera. Así pues, durante mucho tiempo a nadie se le ocurrió semejante idea. Sin embargo, como es fácil de imaginar, el poder de inventar dinero acabó subiéndose a la cabeza de nuestro banquero. Finalmente la magnitud de los préstamos concedidos y la mucha riqueza que el hombre exhibía hizo que surgieran de nuevo las sospechas. Algunos prestatarios empezaron a pedir oro verdadero en lugar de las representaciones en papel. Se propagaron los rumores. Un buen día, muchos ricos depositarios fueron simultáneamente a retirar su oro. Se había acabado el invento.
 
Una marea de titulares de recibos irrumpió por las calles próximas al banco, cuyas puertas se mantenían herméticamente cerradas. ¡Ay! El banquero no tenía bastante oro y dinero para pagar todos los recibos que había entregado. Es lo que se llama el asalto del banco, y es lo que todo banco teme. Este fenómeno de asalto ha arruinado a bancos individuales y ha deteriorado sumamente la confianza pública hacia los banqueros. Hubiera sido sencillo ilegalizar la práctica de la creación de dinero ex nihilo, pero el amplio volumen de crédito que los banqueros ofrecían se había hecho esencial para el éxito de la expansión comercial de Europa, de modo que se legalizó y reguló esta práctica. Los banqueros aceptaron limitar la cantidad de dinero ficticio del que se puede disponer para préstamos.
 
Sin embargo, el tope era muy superior al valor total de oro y de dinero depositado en el cofre, siendo a menudo la relación de 9 dólares ficticios frente a 1 dólar real de oro. Estas regulaciones se apoyaban en inspecciones sorpresa. También se había fijado que, en caso de un asalto, los bancos centrales ayudarían a los bancos locales con transferencias urgentes de oro. Sólo en caso de que varios bancos fueran asaltados simultáneamente la burbuja crediticia haría implosión y quedaría aniquilado el sistema…
 
(Seguirá…)

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