Si hasta Sarkozy lo dice…

Con la crisis ha muerto la dictadura de los mercados

Cuando la actual debacle financiera hace estremecer a los pobres comentaristas liberales que no saben dónde ponerse; cuando hasta un Sarkozy habla de refundar el capitalismo o declara que "la ideología de la dictadura de los mercados ha muerto con la crisis financiera": cuando tan extraordinarias cosas suceden, bueno es escuchar a Alain de Benoist: alguien que sí sabe dónde ponerse: ahí donde siempre estuvo, rechazando el socialismo, denunciando los desmanes del capitalismo y previendo su actual crisis estructural.

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Una cifra resume la amplitud de la actual crisis financiera. Desde el principio de este año, las grandes plazas bursátiles internacionales han visto cómo se esfumaba cerca de la mitad de su capitalización: 25 billones de dólares, o sea unas dos veces el producto interior bruto (PIB) de los Estados Unidos.

“La ideología de la dictadura de los mercados y de la impotencia pública murió con la crisis financiera”, declaraba Nicolas Sarkozy el 23 de octubre, al mismo tiempo que anunciaba la creación de “fondos soberanos” destinados a readquirir las acciones de las grandes empresas industriales de importancia “estratégica”. Es ello un giro radical que ha sido acogido pésimamente en Alemania: “una idea descabellada”, declaraba el Financial Times Deutschland.
La nueva política francesa marca, en efecto, una indiscutible vuelta al protagonismo económico del Estado. Se hablaba ayer de libre comercio, de competencia abierta, de mercados financieros independientes. Se habla hoy de volver al proteccionismo, al intervencionismo y al capitalismo de Estado; en suma, a una “política económica europea”. Este giro muy es muy bien acogido en Francia, donde todos los sondeos ponen de manifiesto que los ciudadanos adhieren sumamente a la idea de que el Estado regule los bancos, los fondos de inversión y los de pensiones. En cambio, este giro suscita fuertes reticencias en los Estados miembros que, empezando por Alemania, desconfían del estatismo, sobre todo de origen francés.
Frente a la amplitud de la crisis, ¿cabe, sin embargo, hacer otra cosa?
Se trata de una crisis estructural, de la crisis del modelo neoliberal de crecimiento o de acumulación que se ha establecido a partir de los años ochenta. En un clima de desregulación generalizada de las operaciones bancarias y de las inversiones financieras, este modelo se ha caracterizado por la captura casi total de las ganancias de productividad por parte de los beneficios en detrimento de los salarios, ya que la riqueza ha dejado de provenir principalmente de las rentas del trabajo, derivándose en cambio de los patrimonios financieros. Esta deflación salarial, que amenaza al compromiso social de la posguerra, ha tenido efectos negativos que no se han podido compensar mediante el endeudamiento. Es este régimen lo que hoy ha quedado roto.
Las grandes crisis financieras son como los terremotos: después de la fuerte convulsión inicial, cabe esperar “réplicas” escalonadas temporalmente. Dicho más claramente: tras la fase de impacto, se asiste a un proceso “en espiral”, cuyos efectos acumulativos pueden conducir a situaciones de caos.
No cabe ninguna duda de que las economías de Europa Occidental y de América del Norte experimentarán una recesión profunda y de larga duración, que tendrá por efecto un aumento del desempleo. Ello debería de originar un descenso importante de los beneficios, que repercutirá inevitablemente en los mercados y las cotizaciones bursátiles. El vínculo entre la economía especulativa y la real es en efecto indudable, pues las empresas dependen sumamente del sistema bancario, aunque sólo sea por el crédito que necesitan para sus inversiones. Ahora bien, la crisis hace que los bancos reduzcan ahora brutalmente sus créditos (es el credit-crunch). Es probable que esta contracción del crédito se produzca no sólo junto con una vertiginosa caída de las acciones y de los bienes inmuebles, sino también con una fuerte devaluación del capital de los fondos de pensiones que cubren las jubilaciones.
En la zona del euro, la recesión será especialmente grave en España y en Inglaterra. Pero también Francia y Alemania podrían entrar en recesión desde finales de este año.
Para evitar que la recesión se transforme en depresión, las economías occidentales van a verse obligadas a aceptar un fuerte aumento de la inflación, al mismo tiempo que el regreso del Estado como agente económico principal (como sucede en Rusia, China o Brasil). El fenómeno ya se observa en el sector bancario, donde los gobiernos se han hecho fiadores de los bancos y compañías de seguros. El próximo paso podría consistir en restablecer las protecciones arancelarias, reglamentar los flujos financieros internacionales, regresar a “políticas industriales” activas, o incluso que se acabara el dogma de la independencia de los bancos centrales y se transformara del estatuto del Fondo Monetario Internacional (FMI). No cabe excluir tampoco una crisis del euro, y por tanto de las instituciones europeas.
“Si hay un hecho decisivo que surge de esta crisis —declaró también Nicolas Sarkozy— es la vuelta de la política.” Pero ¿dispone verdaderamente de medios para ello? ¿No significa ello ignorar la naturaleza propia del capitalismo? “El capital siente cualquier límite como un obstáculo”, decía ya Karl Marx. La lógica de la acumulación del capital es la ilimitación, el rechazo de cualquier límite, el arrasamiento del mundo por parte de la razón mercantil, la transformación de todos los valores en mercancías, el Gestell de que hablaba Heidegger. Ante la irresistible potencia del “turbocapitalismo” en cuanto a liberarse de cualquier límite, los esfuerzos de Nicolas Sarkozy corren el riesgo de resultar vanos.

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