– Triple crisis: del sistema capitalista, de la mundialización liberal y de la hegemonía norteamericana.
– La ideología liberal ha posibilitado la colosal deuda de Estados Unidos: ¡un 410% del PIB (410 veces lo realmente producido)!
– El viejo e hipócrita principio: privaticemos los beneficios y socialicemos las pérdidas.
– Hundimiento de la ideología liberal y de su no intervención.
– Causa final del crack: la irrefrenable codicia.
Se dice a menudo que la crisis es inherente al capitalismo, que éste se nutre de las crisis que provoca, o también que su “facultad de adaptación” no tiene límites, dando a entender de tal modo que es indestructible. En realidad, se impone distinguir las crisis cíclicas, coyunturales y las estructurales (como las producidas entre 1870 y 1893, las de la Gran Depresión de 1929, o las habidas entre 1973 y 1982, cuando empezó a surgir el desempleo estructural en los países occidentales). Con la actual crisis financiera, no cabe duda de que estamos ante una crisis estructural, correspondiente a una ruptura de la pertinencia lógica y de la coherencia dinámica del conjunto del sistema. Viniendo después de la crisis bursátil de 1987, de la recesión estadounidense de 1991, de la crisis asiática de 1997, de la explosión de la burbuja de los valores bursátiles de Internet en 2001, esta crisis, mucho más fuerte que las anteriores, es evidentemente la más grave que se ha conocido desde los años treinta.
La mayoría de la gente no comprende gran cosa de lo que pasa. Durante años les han glorificado las virtudes del “modelo norteamericano” y les han asegurado que la “benefactora mundialización” era cosa sumamente beneficiosa. Y he aquí que ahora se hunde el modelo norteamericano y la globalización incrementa la miseria social. Se quedan estupefactos ante el espectáculo de los bancos centrales, tanto de los Estados Unidos como de Europa, que desde el 15 de septiembre han inyectado centenares de miles de dólares y euros en los mercados financieros: ¿de dónde viene todo este dinero?
Las preguntas se hacen tanto más angustiantes cuanto que se tiene el sentimiento de que nadie parece saber verdaderamente qué se puede hacer. Resulta significativo el relativo silencio de la mayoría de los líderes políticos. Y la gente se pregunta, en fin, si esta crisis era o no previsible. Si lo era, ¿por qué no se ha hecho nada antes? Y si era imprevisible, ¿no es ésta la prueba de que ya nadie controla un sistema financiero lanzado a una insensata carrera hacia delante?
Estamos en realidad ante una triple crisis: crisis del sistema capitalista, crisis de la mundialización liberal y crisis de la hegemonía norteamericana.
La explicación que se da más frecuentemente para explicar la actual crisis consiste en referirse al endeudamiento de las familias norteamericana a causa de los préstamos hipotecarios (las famosos subprimes). Pero se olvida generalmente decir por qué se han endeudado.
¿Por qué la gente se ha endeudado de forma tan colosal?
Uno de los rasgos dominantes del “turbo-capitalismo”, correspondiente a la tercera ola de la historia del capitalismo, es la completa dominación de los mercados financieros globalizados. Esta dominación otorga mucho más poder a los propietarios del capital, y en particular a los accionistas, que son actualmente quienes, con su presión, controlan e imponen las decisiones. Deseosos de obtener lo más rápidamente posible el máximo rendimiento de sus inversiones, los accionistas presionan para que se compriman los salarios y se efectúe una oportunista deslocalización de la producción hacia países emergentes en los que el aumento de la productividad conlleve una muy sensible reducción de los costes salariales. Resultado: por doquier, el aumento del valor añadido beneficia a las rentas del capital y no a las del trabajo, al tiempo que la deflación salarial acarrea el estancamiento o la disminución del poder de compra de la mayoría de la gente, así como la disminución de la demanda solvente global.
La actual estrategia de la Forma-Capital consiste, así pues, en comprimir cada vez más los salarios, en agravar cada vez más la precariedad del mercado laboral, engendrando de tal modo una pauperización relativa de las clases populares y de las clases medias a las cuales, si quieren mantener su nivel de vida, no les queda otra posibilidad que endeudarse, por más que disminuya su solvencia.
La posibilidad ofrecida a los hogares de endeudarse para cubrir sus gastos corrientes o adquirir una vivienda ha constituido, desde la posguerra, la principal innovación financiera del capitalismo. Ello ha permitido estimular la economía mediante una demanda artificialmente basada en las facilidades crediticias. En Estados Unidos esta tendencia se fomentó aún más a partir de los años noventa al concederse condiciones crediticias cada vez más favorables (con una aportación personal próxima al 0%), sin tener en cuenta para nada la solvencia de quienes tomaban la hipoteca. De tal modo, mediante el desbocamiento de la máquina crediticia, se ha intentado compensar la disminución de la demanda solvente originada por la reducción de los salarios. Con otras palabras, se ha fomentado el consumo mediante el crédito, al no poder incentivarlo mediante el aumento del poder de compra. Era el único medio que tenían los accionistas de carteras financieras para encontrar nuevos yacimientos de rentabilidad, así fuera a costa de tomar riesgos descabellados.
Un colosal endeudamiento
De ahí se deriva el prodigioso sobreendeudamiento de los hogares norteamericanos, que desde hace tiempo han preferido consumir en lugar de ahorrar (y pese a que un 17% de la población está desprovista de cualquier cobertura social). Los hogares norteamericanos están actualmente dos veces más endeduados que los franceses y tres veces más que los italianos. Su sobrendeudamiento es prácticamente igual al Producto Interior Bruto (PIB) de Estados Unidos.
Una vez realizado lo cual, se ha especulado con estos “créditos basura” mediante la “titularización”, lo cual ha permitido que los principales actores del mundo crediticio se descargaran, haciéndolos líquidos, de los riesgos de insolvencia por parte de sus prestatarios. La “titularización” —otro de los principales inventos financieros del capitalismo de posguerra— consiste en trocear en partes, denominadas “obligaciones”, los préstamos concedidos por un banco o entidad crediticia, revendiéndose seguidamente su importe, es decir, el riesgo, a otros agentes financieros pertenecientes al mundo de los fondos de inversión. Se crea de tal modo un vasto mercado del crédito, que es también un mercado del riesgo. Es el hundimiento de este mercado lo que ha provocado la actual crisis.
Los aprendices de brujo de las finanzas
Pero ésta es también una crisis de la mundialización liberal. La brutal transmisión de la crisis hipotecaria estadounidense a los mercados europeos es la consecuencia directa de una mundialización diseñada y realizada por los aprendices de brujo de las finanzas. Más allá de su causa inmediata, constituye la conclusión de cuarenta años de desreglamentación impuesta, según las recetas liberales, por un modelo económico globalizado. Es en efecto la ideología de la desreglamentación la que ha posibilitado el sobrendeudamiento norteamericano, al igual que ya había originado las crisis mexicana (1995), asiática (1997), rusa (1998), argentina (2001), etc. Por otra parte, es también la globalización la que ha creado una situación en la que las grandes crisis se propagan casi instantáneamente, de forma “viral”, habría dicho Jean Baudrillard, al conjunto del planeta. Es por ello por lo que la crisis norteamericana ha afectado con tanta rapidez a los mercados europeos, empezando por los mercados crediticios, con todas las consecuencias que puede tener semejante onda de choque cuando la economía norteamericana y la europea están al borde de la recesión, si es que no de la depresión.
El viejo principio de la hipocresía liberal
Desde este punto de vista, resulta sumamente cómico que quienes no han dejado de ensalzar las glorias de la “mano invisible” y las virtudes del mercado “autorregulado” (“es el mercado el que debe ocuparse del mercado”, se suele leer en el Financial Times) se precipiten hacia los poderes públicos pidiéndoles que los recapitalicen o los nacionalicen de hecho. Es el viejo principio de la hipocresía liberal: privaticemos los beneficios y socialicemos las pérdidas. Ya se sabía que Estados Unidos, grandes defensores del libre comercio, nunca se privan de recurrir al proteccionismo cuando éste sirva a sus intereses. Pero ahora se ve que los adversarios del “big governement” se giran hacia el Estado cuando se hallan al borde de la quiebra. La nacionalización de facto de Fannie Mae y Freddie Mac, los dos gigantes del préstamo hipotecario norteamericano, representa en tal sentido un hecho sin precedentes. Mientras que en 1929 el gobierno norteamericano cometió el error de encomendar la gestión de la crisis a un “sindicato de banqueros” dirigido por Rockfeller, en cambio el actual ministro de Hacienda, Henry Paulson, y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernandke, han decidido nacionalizar las entidades más amenazadas. Se trata de una decisión única en la historia de Estados Unidos desde la época de Ronald Reagan, así como de la intervención más radical nunca efectuada en el mundo privado de las finanzas en toda la historia de la Reserva Federal. Se puede ver en ello una brutal vuelta del principio de realidad. Pero se trata también, para la ideología liberal, del hundimiento de uno de sus principios de legitimación (la esfera pública nunca debe interferir con los mecanismos del mercado, so pena de disminuir su eficacia).
No se debe perder de vista, por último, que esta crisis mundial tiene su origen en Estados Unidos, es decir, en un país cuyo endeudamiento total (deuda pública + deuda de los hogares + deuda de las empresas) representa actualmente un 410% del PIB (el cual asciende a 13 billones de dólares). ¡Y el plan Paulson aún va a agravar aún más este déficit!
Ahora bien, la crisis no puede contribuir sino a socavar la confianza en el dólar, el cual corre el riesgo de bajar aún más. El hecho de que el dólar sea a la vez una moneda nacional y una unidad de cuenta internacional, desvinculada, además, de todo vínculo con el oro desde 1971, ha permitido durante mucho tiempo que Estados Unidos afirmara e hiciera pesar su hegemonía al mismo tiempo que seguía registrando déficits colosales. El procedimiento ha consistido, para los norteamericanos, en exportar sistemáticamente sus títulos de deuda a países excedentarios. En el futuro será determinante la inquietud de los grandes fondos públicos y privados que, especialmente en Asia, poseen enormes cantidades de títulos públicos y parapúblicos de Estados Unidos (bonos del Tesoro, etc.) y, por consiguiente, créditos sobre Estados Unidos. En la actualidad, el 70% de todas las reservas extranjeras existentes en el mundo están denominadas en dólares, una masa que, desde hace tiempo, ya no tiene la menor relación con el volumen real de la economía norteamericana. En los próximos años no es imposible que los países productores de petróleo abandonen paulatinamente el dólar (los famosos petrodólares) a favor del euro. A largo plazo, esta situación podría conducir a que países como China y Rusia reclamen responsabilidades financieras internacionales, o incluso se concierten para diseñar un proyecto alternativo frente al actual orden financiero internacional. Ya en la pasada primavera George Soros lo decía sin la menor ambigüedad: “El mundo se precipita hacia el fin de la era del dólar”.
¿Basta con “regular” y “moralizar” el sistema?
Aseguran ahora que bastaría con “regular” y “moralizar” el sistema para que se evitaran crisis de este tipo. Los líderes políticos, empezando por François Fillon y Nicolas Sarkozy, hablan de “perversión del mundo financiero”, mientras que otros estigmatizan la “irresponsabilidad” de los banqueros, dando a entender que la crisis sólo se debe a una insuficiente reglamentación, de modo que basta con regresar a prácticas más “transparentes” para que resurja un capitalismo menos feroz y encarnizado. Ello constituye un doble error. En primer lugar, porque lo que dio paso a la liberalización total del sistema financiero fue precisamente la impotencia de las políticas para hacer frente a la crisis de eficacia del capital. En segundo y principal lugar, porque ello significa ignorar la naturaleza misma del capitalismo. “El capital experimenta cualquier límite como una traba”, decía ya Karl Marx. La lógica de la acumulación del capital es la ilimitación, el rechazo de cualquier límite, el arrasamiento del mundo por parte de la razón mercantil, la transformación de todos los valores en mercancías: el Gestell [arrasamiento] de que hablaba Heidegger.
La adopción del plan Paulson era ciertamente necesaria, pero tendrá sin duda efectos perversos. En efecto, si a los bancos y a las grandes empresas al borde de la quiebra se les la seguridad de contar por anticipado con el apoyo financiero de los poderes públicos, ello equivale a instigarlos indirectamente a que reproduzcan las mismas disfunciones, conduciendo de tal modo a nuevas crisis especulativas.
En lo inmediato, resulta significativo que ni las inyecciones procedentes de la Reserva Federal¡ y de los bancos centrales, ni la adopción del plan Paulson parecen haber provocado la reacción positiva que se preveía por parte de los mercados. Es ésta una clara demostración de los límites de una política puramente monetaria.
En las fases de sobreacumulación del capital, el fortalecimiento del poder financiero se convierte en la palanca de cualquier estrategia destinada a aumentar la rentabilidad del capital. Más allá de las meras finanzas, lo que la crisis financiera cuestiona es la pretensión de regular el conjunto de la economía con el mero criterio del índice de beneficios, sin tomar en consideración las vidas rotas, el agotamiento de los recursos naturales, los costes no mercantiles (las “externalidades negativas”). La causa final de esta crisis es la búsqueda de la mayor ganancia financiera posible en el menor tiempo posible. En una palabra: la búsqueda del aumento máximo del valor de los capitales comprometidos con exclusión de cualquier otra consideración.
¿Puede ser que, mediante el efecto “dómino”, la actual crisis acabe acarreando una suspensión de pagos en cadena por parte de los agentes económicos, con el consiguiente hundimiento de todo el sistema financiero mundial? No es previsible. Cabe que las medidas adoptadas estas últimas semanas impidan que el sistema financiero se hunda por completo. Pero en el mejor de los casos la crisis económica va a mantenerse durante largo tiempo, con recesión (o incluso depresión) en Estados Unidos y una muy alta ralentización en Europa, lo cual hará que suba el desempleo. Es previsible que ello origine una importante disminución de los beneficios, que se repercutirá inevitablemente en los mercados y en las cotizaciones bursátiles. Contrariamente a lo que a veces se dice, es muy real el vínculo existente entre la economía especulativa y la economía real. Las empresas dependen, en efecto, del sistema bancario, aunque no sea más que para el crédito que necesitan para sus inversiones. Ahora bien, la crisis hace que los bancos, fragilizados por la acumulación de deudas basura procedentes del sector inmobiliario, estén reduciendo brutalmente sus créditos (es el crédit-crunch). Pronto se harán sentir las consecuencias políticas y sociales de todo ello.
Las dificultades no hacen más que empezar.