“Los intelectuales tienen el mando a distancia de la Historia” (Gonzalo Fernández de la Mora).
“Temible es la fuerza obrera organizada; pero lo pavoroso es que se apoye en una teoría abstracta, la del valor trabajo de Carlos Marx” (Ruiz del Castillo).
“…pienso que se exagera la preeminencia de los intereses sobre las ideas. Las de los economistas, tanto cuando aciertan como cuando se equivocan tienen más permanencia y poder” (Keynes).
Una de las fuentes más importantes de error en la política económica está en la tentación y afán de muchos economistas por generalizar y pasar a campos distintos, aunque aparentemente próximos, resultados concretos de un origen fáctico distinto. La generalización impropia tiene un doble atractivo: parece ser un hallazgo doctrinal al tiempo que se alía con la pereza para poner fin al trabajo. “… la pereza, de la que tan poco se habla y tanta cosas explica” (Julián Marías).
Y es que ver la semejanza de las cosas es más fácil y cómodo que la búsqueda de sus diferencias y, como decimos, más rentable en fama y comodidad. Vamos a analizar las semejanzas aparentes que más han contribuido a la pobreza y al sufrimiento humano en materia de economía.
“Lo que es bueno para el gobierno de una familia, difícilmente es malo para el gobierno de una nación” (La Riqueza de las Naciones, de Adam Smith).
“El trabajo es una cosa más” (Marx).
“El dinero es una cosa más” (Escuela austriaca; Mises, Hayek…).
“El tipo de cambio es un precio más” (Friedman, Escuela de Chicago).
Las conclusiones anteriores han conducido a los siguientes desatinos que paga la humanidad con pobreza y lágrimas. El primero, el de Adam Smith, lo han aplicado sus seguidores alterando la idea originaria en la que la palabra difícilmente advierte de que el principio sentado puede tener excepciones. Y precisamente es nuestro caso, ya que el trasplante teórico aplicado al Estado priva a éste de muchos y poderosos resortes desconocidos en aquel tiempo y utilizables en la actualidad. Esta generalización impropia obliga a aplicar la contabilidad privada al sector público y, con ello, siembra la base del déficit cero como objetivo central de Gobierno, cuando, por esa vía, priva al Estado del arma más eficaz para acabar con el desempleo y paradójicamente para llegar de una manera lógica e incruenta al equilibrio presupuestario. Y ello como consecuencia del incremento de actividad generado por la acción autónoma y libre del Estado moderno, en cuanto dueño y señor de ese arma moderna que se llama política monetaria expansiva.
El segundo error, el de Marx, le obliga a proclamar la inevitabilidad de la explotación del obrero por el capitalista en contra de lo que dice la Historia moderna. Si el valor de las cosas lo decide y cuantifica la cantidad de trabajo socialmente necesaria para producirlo y el trabajo es una cosa más, el salario será la medida del trabajo que cuesta producir el trabajo, y ello, para grandes masas no organizadas, será lo necesario para subsistir físicamente en alimento y vestido.
Los liberales dicen que el dinero es una cosa más y, teniendo el mérito de haber sustituido la teoría del valor trabajo por la de la utilidad marginal, proclaman la conveniencia de que el dinero sea escaso para que valga mucho, sin darse cuenta de que si el dinero es escaso, serán escasas el resto de las cosas. Porque, en efecto, la referida teoría liberal del valor dice que éste depende de la utilidad y rareza de las mismas, lo cual vale para todas las cosas menos para la cosa dinero.
Friedman y compañía ven el tipo de cambio de una moneda por otra como un precio más, siendo así que es una relación de precios de los dos países a los que corresponden las dos monedas distintas. No se dan cuenta de que el tipo de cambio es el multiplicador que traduce en moneda de un país los precios del otro. Y el aplicar la libertad de precios en esta materia elimina nada más y nada menos que el precio convencional sobre las cosas ordinarias. En efecto, partiendo del amor liberal por la ley de la oferta y demanda, últimas razones del precio conveniente y justo de las cosas, no se dan cuenta de que la libertad de movimientos que predican por encima de las fronteras, aplicada al dinero, deshace la libertad de comercio aplicada al mundo de las mercancías. Por ejemplo, hemos vivido la alteración del precio de la gasolina no porque haya variado la demanda o la oferta de petróleo, sino porque se ha alterado la paridad euro/dólar, obra de agentes que en uso de su libertad han provocado esa alteración sin tener nada que ver con la oferta y demanda del petróleo. El afán de generalizar les lleva a no descubrir que libertad de comercio de mercancías y libertad de comercio de monedas son libertades incompatibles y no complementarias.
Y el segundo fallo capital de gran cantidad de economistas es su renuencia a la labor de síntesis, sobre la cual Schumpeter, en su “Capitalismo, Socialismo y Democracia”, dice lo siguiente: “La síntesis, esto es la coordinación de resultados a los que se llega por vías de acceso diferentes, es cosa que pocos son capaces de realizar; en consecuencia, apenas se hace, y de los estudiantes, a los que solo se enseña a ver árboles aislados, surge en vano un clamor por ver el bosque”.
La destrucción de tanto tópico merece una autentica cruzada doctrinal a la que voy a dedicar mi colaboración regular con elmanifiesto.com.