La Reserva Federal ante el Banco Central Europeo

Los norteamericanos bajan los tipos de interés; Europa se obceca en no moverlos

Los norteamericanos han vuelto a bajar el tipo de interés, el precio del dinero. Lo ha hecho la Reserva Federal (la “Fed”), que es quien hace allí estas cosas. Resultado: la crisis que nos obsesionaba hace unas semanas parece haberse desvanecido como por ensalmo. En Europa, el Banco Central Europeo debería hacer lo mismo. Pero los criterios de política económica que rigen en el continente se obstinan en negar la evidencia, a saber: que basta ese mecanismo, bajar los tipos, para devolver vitalidad a la economía. Y si eso produce inflación, ¿por qué no suben los salarios?

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Manuel Funes Robert
 
El que dijere que en economía no hay milagros se equivoca de un tiempo a
esta parte. Porque en lo que a política monetaria toca sí hay milagros. Los Estados modernos tienen poder y deber, con legitimidad exclusiva y
perpetua, de crear de la nada lo que sirve para todo y no cuesta nada: el
dinero moderno. Lo que en vano buscaron durante siglos príncipes y tiranos tras la piedra filosofal, estaba inventado desde los tiempos de Gutenberg. La piedra era una imprenta y la TV se encarga de recordarlo con la exhibición frecuente de la impresora de billetes en funcionamiento.
 
También es milagrosa la circunstancia de que el precio de la financiación,
constituido por el tipo de interés, figura en todos los procesos productivos
y depende en su cuantía de una sola mano, en la actualidad de dos, de la
“Fed” y del BCE. Y a diferencia también de cualquier otro medio de producción, el manejo de esa cifra produce efectos espectaculares para bien o para mal. Y por último, como milagro al revés, por tratarse de una increíble dejación política, tamaño e inmenso poder se contempla con recelo y se tiende a sustraerlo de su titular natural para privatizarlo, que a esto conduce y a esto se aproxima la independencia de los Bancos Centrales.
 
Hemos visto cómo medio punto a la baja en los EEUU cambiaba al instante el panorama económico de un continente, el norteamericano. Animados sus gerentes por el éxito, lo acaban de repetir. Nada más eficaz e inmediato que el recorte a la baja del coste del más universal de los medios de
producción.
 
El caso europeo
 
En el BCE se ignoran estos principios de política monetaria moderna y, a base de levas gigantes apoyados en pretextos inflacionistas que cada leva creaba, se ha mermado la capacidad de compra de la población europea en cerca de 100.000 millones de €, ralentizando el crecimiento cuando aún el paro en Europa no baja del 8% de la población activa.
 
Se dirá que esta sucesión de agresiones crediticias se ha detenido. No: simplemente se han aplazado, pues el señor Trichet espera en silencio la
ocasión y pretexto para volver a sus andadas. El petróleo en alza no le
sirve mucho en esta ocasión por la caída del dólar, con el cual se paga el
barril.
 
La momentánea quietud del BCE no contiene el mal europeo porque al bajar la FED los tipos de interés se revalúa el euro, y al daño hecho a la población se suma el daño hecho a la industria europea, que pierde el mercado americano y empieza a perder el mercado propio. Esto convierte la rebaja de los tipos de interés en Europa en una razón más para acabar con esa independencia del BCE que está siendo ejercida con tanta irresponsabilidad.
 
La soluciones keynesianas-funesianas tienen en su contra el ser sencillas,
baratas y agradables, y esto las hace sospechosas al común de las gentes, que no entienden que los bienes se consigan sin trabajo y sufrimiento.
Imaginemos que mañana el BCE baja al 2% el tipo de interés. Y el dinero que presta al sistema interbancario –dinero que no le pertenece, pues lo crea de la nada-, lo coloca al 2% y no al 5% como hace ahora. Y no por siete días, sino por uno o tres meses, porque el BCE no necesita para nada que le devuelvan esos fondos. El impacto sería fulminante y sin coste social alguno, y al coincidir con una elevación importante de la cesta de la compra, se haría con esta medida tanto o más que con una subida de salarios, que es el medio histórico ideal que la sociedad encontró para vencer siempre a la inflación.
 
Los sindicatos, que a veces se sientes cohibidos por la imputación de que sólo velan por sus intereses, deben saber que, como en la huelga general inglesa de 1926, con sus presiones al alza salvaron la crisis y le dieron al capitalismo su edad de oro: pleno empleo, sociedad de consumo y Estado de Bienestar. Pero en esta ocasión ni siquiera precisan pedir más salarios; les basta pedir menos hipotecas.

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