El toro de bodas

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Sabemos que, desde los orígenes del hombre, el toro ha sido considerado un ser mágico y sagrado. Relacionado el bos taurus primigenius con el poder genésico del macho y con la fertilidad de la hembra, desde época prerromana se constata en la Península su culto, así como la existencia de diversos ritos y prácticas en las que este animal es el referente de la fecundidad.

Desde la Antigüedad, la presencia del toro en cualquier ritual relacionado con lo anterior es innegable. En concreto, la presencia de este animal en el ritual de las bodas, o la celebración de las mismas junto a una corrida o fiesta de toros, es la consecuencia social de las antiguas creencias en la transmisión fecundante del toro.

Álvarez de Miranda, en su obra Ritos y juegos del toro, y Publio Hurtado, en Supersticiones extremeñas, nos hablan de la costumbre del toro de bodas en los siguientes términos:

“En Extremadura, en la región de Hervás, Casas del Monte, La Zarza y otras, existe la costumbre de comenzar las ceremonias nupciales dos días antes de la boda. En este día, el novio y sus amigos sacan un toro del matadero, atado por los cuernos con una fuerte maroma. Recorren con él todo el pueblo, toreándolo con las chaquetas, hasta llegar a la ventana de la prometida, donde es muerto, después de que el novio le ha colocado un par de banderillas previamente adornadas por la novia”.

Vemos como la participación del novio, convertido en torero, era fundamental; usaba su chaqueta como muleta para rozarla sobre el morlaco e impregnarla con la sangre del animal, con lo cual las prendas se imbuían de la fuerza genésica del toro que, posteriormente, pasarían al cuerpo del novio cuando las vistiese.

Cuando el animal enmaromado llegaba a casa de la novia, el novio-torero aprovechaba para clavar al toro las banderillas, ricamente engalanadas por la novia, con el único fin de que produjese más sangre y así impregnar nuevamente no sólo las prendas del novio, sino también alguna sábana del ajuar matrimonial, con lo cual todas las facultades genésicas pasarían a la pareja. Al acabar la fiesta nupcial, el toro era conducido al campo, pues el bóvido no era tratado como adversario, sino como instrumento útil para lograr los fines rituales.

Esta costumbre la registramos en las comarcas citadas desde el siglo XIII, lo cual significa que son anteriores y más antiguas que las corridas modernas o caballerescas, donde el toro ya no es sagrado, al transformarse el rito en lucha, con lo cual la corrida ya no es un juego ritual, sino que la finalidad será su muerte a mano de los caballeros.

Pese a la transformación sufrida, la tradición del toro nupcial ha entroncado con otros ritos actuales, como el toro de Coria, el cual, tras ser asaetado con innumerables dardos de alfileres provistos de papelillos que preparan las novias o las chicas solteras, una vez que se le ha cansado y dado muerte, es disputado férreamente entre los mozos, en una lucha visceral destinada a arrancar los testículos del toro, cuyo trofeo exhiben orgullosos por las calles de la ciudad.

Ritual inseparable de la fiesta brava, continuadora del misticismo milenario con el toro como protagonista, que aúna la sacralidad, el simbolismo, el arte y la festividad en una práctica sin la cual estaríamos muy lejos de comprender los orígenes de nuestra cultura.

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