Que detengan a esta señora inmediatamente

La bisnieta de Wagner escupe sobre Bayreuth

Llamarse Wagner no le hace a uno necesariamente genial. Katharina Wagner, bisnieta del compositor alemán, ha debutado este año como directora de escena (regista) en el Festival de Bayreuth, cita sagrada de los wagnerianos de todo el mundo. Lo ha hecho con una versión de Los maestros cantores de Nuremberg sencillamente abominable: hombres en calzoncillos y con la cabeza cubierta por latas, batallas a zapatazos, muñecas hinchables, cabezudos con enormes penes… El público la abucheó, y no es para menos; es para más: es para que la detengan.

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Richard Wagner siempre será un autor discutido, pero nadie niega que es uno de los grandes de la música de todos los tiempos, renovador profundo de la ópera, creador de una obra inconfundible que ha subyugado y subyugará a millones de aficionados. Para todos estos aficionados se creó en 1876 el Festival de Bayreuth, que desde hace años se ha convertido en un acto más social que musical: las entradas están disputadísimas, generalmente hay cola para varios años y, además, cuestan muy caras. Con todo, los fieles siguen acudiendo año tras año para ver las obras de Wagner en la Festspielhaus que el propio compositor diseñó.

Cuestión de familia 

El Festival de Bayreuth ha sido, desde siempre, cosa de la propia familia Wagner. Los directivos del festival son los descendientes del compositor. El actual director es el nieto de Richard Wagner, Wolfgang, de 88 años. Dada su avanzada edad, ya se ha abierto la carrera por la sucesión. Una posible candidata es Eva Wagner-Pasquier, hija del primer matrimonio de Wolfgang, pero enemistada con su padre. Otra es Nike Wagner, sobrina de Wolfgang, hija de Wieland Wagner. Y una tercera es, en fin, la más joven, la atractiva y brillante Katharina, de 29 años, hija del segundo matrimonio de Wolfgang. 

Katharina tiene un problema, y es que quiere ser artista. Se ha dedicado a la dirección de escena y ha cosechado abucheos muy notables en su corta y joven carrera. Esto, en el actual circuito de la música escénica, no es forzosamente un inconveniente: buena parte del show-bussiness escenográfico actual consiste en ser capaz de provocar lo suficiente al público para despertar mucha irritación y llenar portadas de periódicos. Katharina ha demostrado habilidad en esto. “Cosas de juventud”, se pensaba. “Ha de hacerse una carrera”, decían otros. Sí, cierto, pero nadie esperaba que la más joven de los Wagner se atreviera a aplicar el mismo método en su propia casa, y con una obra tan emblemática como Los maestros cantores de Nuremberg. "La puesta en escena que ha presentado Katharina no mejora su tarjeta de visita como eventual directora de Bayreuth", ha declarado Ingrid Budde, de la Comisión Internacional Richard Wagner. 

El delito

¿Qué ha hecho Katharina para irritar tanto a la gente? Ha hecho de todo. Primero, cambiar el contexto de Los Maestros cantores. Wagner concibió esta obra como homenaje al genio musical del pueblo alemán y la situó expresamente en una escuela de música; la bisnieta ha decidido montar una escenografía que transcurre en un taller de pintores, lo cual es sencillamente ridículo. 

Sobre el disparate original, Katharina ha añadido una serie de recursos que ya se han convertido en topicazos de la escena “de vanguardia”. Los aprendices de la escuela y el coro aparecen en calzoncillos y con las cabezas cubiertas por latas. Se lanzan zapatazos. Los venerables clásicos de la cultura alemana –Wagner incluido- aparecen como cabezudos de feria con grandes penes en forma de cuerno. Por la escena cruza un hombre desnudo en un carro de globos con una muñeca hinchable.

Supuestamente, tales recursos tienen que expresar “una reflexión sobre qué es el arte y qué función social tienen los artistas, por qué chocan improvisación y reglas, tradición y modernismo.”

El público, cuentan las crónicas, fue ostensiblemente desagradable con Katharina. Hubo protestas, abucheos, indignación. Hubo algo aún más preocupante: el semblante grave y hosco del director musical, Sebastian Weigle (el del Liceo de Barcelona), que estaba visiblemente horrorizado por la puesta en escena. Días antes, Weigle había declarado que “dirigir en Bayreuth es hacer realidad un sueño, es uno de los momentos más importantes de mi carrera.”

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