Claus Schenk von Stauffenberg fue el teniente coronel que el 20 de julio de 1944 puso un maletín-bomba en la sala de reuniones del cuartel general de Hitler en Rastenburg. Hitler estaba dentro. Alguien cambió de sitio el maletín pocos minutos antes de la hora programada para la explosión. Hitler salió vivo. Detrás de aquel atentado había un amplio complot que implicaba a centenares de militares y aristócratas, casi todos unánimemente prusianos, conservadores y cristianos. Su objetivo era derrocar al partido nacionalsocialista e implantar una dictadura autoritaria encabezada por el mariscal Rommel. La purga subsiguiente al fallido golpe de julio de 1944 costó la vida a 5.648 personas. Uno de los primeros ejecutados fue el propio Stauffenberg. Tenía 37 años. Las últimas palabras del teniente coronel fueron “Larga vida a la sagrada Alemania.”
Como informó Elmanifiesto.com, Tom Cruise planeaba hacer una película sobre este episodio. La dirigirá Bryan Singer y se llama, de momento, Valquiria. La iniciativa despertó el inmediato rechazo de la familia Stauffenberg, católica: “Me resulta muy desagradable que alguien que se reconoce en la Iglesia de la Cienciología interprete a mi padre”, dijo Bertold Schenk von Stauffenberg, hijo del teniente coronel. El Ministerio de Defensa alemán hizo saber que no autorizaría el rodaje en las instalaciones militares que aún sobreviven de aquella época. Pese a todos los obstáculos, Cruise decidió seguir adelante con el proyecto. Ya es cosa hecha. Muchos temen que, con esta película, Hollywood ofrezca una versión banal y simplista de un personaje que era, ante todo, un patriota de hondas convicciones religiosas y conservadoras.
La resurrección del espíritu prusiano
Lo que hace tan sugestivo al personaje de Stauffenberg, visto desde “la derecha”, es que su bomba fue la última tentativa de la aristocracia prusiana para afirmar su papel rector en Alemania. Recordemos: la aristocracia prusiana era la columna vertebral de la vida alemana desde la unificación promovida por Bimarck. Muy pronto lo “prusiano” no designó solamente a cuanto procedía de aquella vieja región, aniquilada después por la Historia, sino que el término pasó a identificarse con un cierto espíritu, una manera de vivir y de pensar. Ese “estilo prusiano”, tantas veces caricaturizado después, imprimió su sello a la Alemania unificada en prácticamente todos los órdenes: la administración del Estado, la enseñanza, las relaciones laborales y, muy especialmente, el Estado Mayor de los ejércitos imperiales, que en cierto modo fue la auténtica médula del país. ¿Qué caracterizaba a ese “estilo prusiano”? Una serie de rasgos que desde entonces definen a lo alemán, sobre todo cuando se ve a los alemanes desde fuera: la disciplina, la seriedad, la eficiencia, el sacrificio, el espíritu comunitario, el militarismo y también –en la época- un cierto desdén hacia la moral capitalista. Spengler dibujó un buen retrato de ese espíritu en su libro Prusianismo y Socialismo.
La primera guerra mundial y la derrota de 1918 representó un duro golpe para el espíritu prusiano. Por un lado, la Alemania Guillermina se había aburguesado mucho; por otro, el final de la monarquía señalaba también el final de la “época prusiana”; al mismo tiempo, las revoluciones comunistas y la República de Weimar marcaban el comienzo de una Alemania más “occidental”. En ese contexto apareció una fuerte corriente de contestación conservadora y nacionalista: heteróclita, informal, desorganizada, pero que galvanizó muchos espíritus. No era el nacionalsocialismo –aunque tampoco faltaban vínculos con él-, era otra cosa: para los estudiosos, hoy, se llama “revolución conservadora”, a falta de una definición mejor. Y dentro de esa corriente, muchas veces contradictoria, brillaban grandes figuras de la cultura alemana como el poeta Stefan George, en cuyo círculo –elitista, restringido- crecía el mito del Nuevo Reich: una profunda regeneración espiritual, más poética que política, que debería dar nacimiento a una Alemania renovada donde el viejo espíritu prusiano reanudara con la antigüedad griega, una Alemania que realizara la visión ideal del mundo clásico, como quiso Hölderlin. George terminó exiliándose en Suiza en 1933, cuando Hitler llegó al poder, pero su influencia fue muy persistente durante los años veinte. Uno de los que frecuentaron el círculo de George fue, precisamente, el joven aristócrata Claus von Stauffenberg.
El militar
Stauffenberg, nacido en 1907, era hijo de una familia de la aristocracia de Suabia, en Alemania del Sur, de religión católica y lejanísimo abolengo. Entre sus antepasados más cercanos se encontraba el conde prusiano August Neidhardt von Gneisenau, una de las grandes figuras del ejército imperial alemán. La formación inicial de Claus no fue militar, sino literaria: educado en selectas escuelas, pronto entró en contacto con los cenáculos donde alentaba la resistencia espiritual contra la Alemania decadente de Weimar. De manera destacada, según el biógrafo Joachim Kramarz, el joven Stauffenberg frecuentó el círculo de Stefan George, donde se predicaba ese patriotismo místico y “griego” del que hemos hablado. Claus comenzó sus estudios militares en 1926. Era un tipo extraordinariamente cualificado como estudiante y como militar. Se sabe que estudió con auténtica clarividencia el papel de las unidades paracaidistas. También que pronto ingresó en el cuerpo de Estado Mayor, la elite del Ejército alemán. En 1937 era capitán. Antes le habían pasado dos cosas importantes: una, su matrimonio con la baronesa Nina von Lerchenfeld; la otra, el arresto de su tío materno, el conde Nikolaus von Üxküll, por haber participado en un movimiento de militares prusianos en oposición a Hitler.
Durante la segunda guerra mundial Claus von Stauffenberg cubrió una notable hoja de servicios: oficial de Estado Mayor en un regimiento adscrito a la VI División panzer, participó en la anexión de los Sudetes, la invasión de Polonia y, después, la ofensiva sobre Francia y la “operación Barbarroja” contra la Unión Soviética. En enero de 1943 fue ascendido a Teniente Coronel y trasladado al Afrika Korps, el ejército de Rommel en tierras africanas, como oficial observador de Artillería. Allí, en una incursión de reconocimiento cerca de las líneas enemigas, fue sorprendido por un bombardero británico que abrió fuego sobre la avanzadilla alemana. Stauffenberg resultó gravemente herido: perdió el ojo izquierdo, la mano derecha y dos dedos de la mano izquierda. Recuperado de sus heridas, aunque mutilado, fue destinado al mando supremo de la Wehrmacht. Allí entró en contacto con los círculos de conspiradores. Era septiembre de 1943.
¿Por qué querían atentar contra Hitler? La razón inmediata era la pésima marcha de la guerra, pero el fondo de la cuestión era mucho más complejo. Hitler había llegado al poder apoyado en un amplísimo movimiento que abarcaba a prácticamente todos los alemanes de sentimientos nacionalistas, fueran conservadores u obreristas. Los sectores conservadores fueron los que primero se sintieron traicionados por las características revolucionarias del movimiento hitleriano. Esos rasgos no dejarían de acentuarse a lo largo del periodo nacionalsocialista. La guerra extremó las circunstancias y llevó a los “prusianos” a la convicción de que sólo ellos podían invertir el curso de los acontecimientos: después de todo, ellos eran la “Alemania eterna”. Lo demás nos lo contará Tom Cruise. Que no nos pase nada.