Lección de Historia para irredentistas ibéricos

La singular historia de Ana de Bretaña

Bretaña es esa península que adorna el noroeste de Francia. A diferencia del País Vasco o de Cataluña, Bretaña sí fue alguna vez una unidad política independiente: como Irlanda, Escocia o, por cierto, Navarra. Bretaña dejó de ser independiente cuando su última duquesa, Ana, se casó con un rey de Francia, Carlos VIII, en 1491. Para unos, Ana fue una traidora a la soberanía de Bretaña; para otros, una mujer extraordinaria. Hoy la duquesa Ana es una personalidad que sigue inspirando reflexiones sin fin. Ahora se acaba de inaugurar en el castillo de Nantes, la vieja capital bretona, una exposición sobre su figura. Si pasa usted por allí, no se la pierda.

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El museo del castillo de los duques de Bretaña, en Nantes, mostrará hasta el treinta de septiembre una mirada original sobre Ana de Bretaña, la realidad de la vida de esta reina y los mitos que inspiró tras su muerte. En el castillo en el que nació en 1477 y donde ella reinó, la exposición recorre la trayectoria vital de la última duquesa de la Bretaña independiente, quien se casó dos veces con dos reyes de Francia, primero con Carlos VIII y después con Luis XII.

Ana no se casó con los reyes de Francia por propia voluntad. La Corona francesa tenía puestos los ojos en Bretaña desde mucho tiempo antes. Ana era la soberana de los bretones desde la muerte de su padre, el duque Francisco II de Bretaña. Cuando Carlos VIII invadió el ducado, en 1491, Ana se vio forzada a casarse con el rey francés y ello, además, con la condición suplementaria de que, en caso de no tener herederos, la mujer tendría que casarse con el siguiente heredero del trono. Ana tuvo cuatro hijos de Carlos, todos los cuales murieron a temprana edad. El propio Carlos murió en un torneo en 1498, y entonces Ana hubo de casarse con Luis de Orleáns, que reinaría como Luis XII. La unión de Bretaña con Francia fue inicialmente concebida como temporal, pero el ducado terminó incorporándose definitivamente a la Corona en 1532, con el rey Francisco I, que se había casado con una de las hijas de Ana y Luis de Orleáns.

La absorción de Bretaña por la corona francesa puso fin a varios siglos de independencia. Bretaña recibe su nombre de los emigrados britanos que huyeron de las islas (británicas) tras las invasiones anglosajonas, hacia el año 500. Su independencia como unidad política se remonta a 846, cuando los britanos expulsaron a los soldados de Carlomagno. Con todo, Bretaña seguirá conservando su personalidad bajo la Corona francesa. Lo peor llegará con la Revolución francesa, cuando los jacobinos se entreguen a una represión brutal contra una región que había permanecido católica y monárquica. El centralismo característico de la Francia moderna perseguirá después, tenazmente, cualquier manifestación de singularidad cultural y, por supuesto, política. Bien entrado el siglo XX aún se podían ver en los establecimientos públicos carteles que decían “prohibido escupir al suelo y hablar bretón”. Hoy una parte importante de la población bretona desearía un estatuto de autonomía semejante al de las regiones españolas.

En ese contexto histórico, las desventuras de Ana de Bretaña han alimentado interpretaciones de lo más dispar. La exposición aclara el mito inspirado por Ana de Bretaña tras su muerte en 1514. Los bretones que escribieron crónicas querían crear una resistencia bretona mientras que los franceses hablaban de una reina virtuosa y piadosa, símbolo de la unión del reino de Francia. En general, tanto la historiografía romántica como la jacobina, cometen el error de atribuir a la duquesa una autonomía personal sobre sus propias decisiones que Ana estaba muy lejos de poseer realmente. Cabeza de un país vencido, su destino no podía ser otro que el que aguarda a los derrotados. Ni traicionó la independencia bretona –un concepto moderno que Ana habría entendido mal- ni apostó por la Francia una-e-indivisible. Es un grave error interpretar la historia pasada con los conceptos de la realidad presente. Ana fue, eso sí, una mujer excepcional, de grandes virtudes, a la cual debemos, entre otras cosas, un impresionante Libro de Horas.

Tanto la historia real como las leyendas que Ana inspiró aparecen en esta exposición, ilustradas por ciento ochenta y siete objetos, de los cuales veintidós son manuscritos. La vida de la reina también aparece retratada gracias a los incunables, objetos que formaban parte del tesoro de los duques de Bretaña, como el relicario del Ángel prestado por el Louvre o manuscritos en los cuales se describen los dos coronamientos. Estas piezas únicas forman parte de los objetos puesto a disposición por una treintena de personas, públicas y privadas, francesas y extranjeras.

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