El nacionalismo español por antonomasia es muy singular: no es propiamente nacionalista, sino más bien universalista, como corresponde a la idea de imperio; no es moderno, como los demás, sino decididamente tradicionalista, arraigado en una historia milenaria; no es laico y secularizado, sino expresamente católico romano. Incluso es monárquico, lo cual ya es el colmo para cualquier nacionalista europeo. Hay otros nacionalismos españoles –el esparterista, el doceañista, el de la “francesada”, todos ellos muy vinculados entre sí-, pero el otro, el tradicional, ha sido el decisivo en el siglo XX. Y todo eso se lo debemos, de manera muy particular, a don Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), que en unos pocos años, entre finales del XIX y principios del XX, decidió afrontar la tarea titánica de esculpir en mármol una identidad nacional con extensísimo fondo filosófico, un background historiográfico que quita el aliento por su erudición y un talante combativo, ardiente, digno de un abanderado de los Tercios.
La gigantesca construcción intelectual de Menéndez Pelayo influyó mucho en la derecha española del primer tercio del siglo XX, fue cultivada con sumo esmero por el grupo de Acción Española durante los años de la II República y después orientó buena parte de la ideología del régimen de Franco, aunque los ideólogos rara vez estuvieron a la altura de su inspirador. No estamos ante un filósofo, mucho menos ante un político, sino ante un estudioso de saberes vastísimos que se bebió hasta la última gota de la cultura española y nos la refrescó. Un personaje decisivo, en fin, para entender España y para entendernos.
Ahora Ciudadela acaba de editar de Menéndez Pelayo La Historia de España, que viene a ser una antología de textos de este gigantesco creador. La antología también tiene su historia: fue elaborada por el grupo de Acción Española –concretamente, por el general Vigón- a modo de punta de un inmenso iceberg. Y así desfilan ante los ojos del lector dos mil años de Historia de España, desde la evangelización hasta la restauración alfonsina, pasando por los visigodos, la reconquista, los reyes católicos, el imperio… Un portento de amenidad y, además, de conocimientos. Absolutamente imprescindible.
Marcelino Menéndez Pelayo: La Historia de España, Ciudadela, Madrid, 2007 (www.ciudadela.es).