«"Nada nos obliga a aceptar la ley del parné, y aún menos la "Sumisión" a una cultura ajena a nuestros valores», declara Grégoire Gambier, responsable del Institut Iliade de París.
«“Nada nos obliga a aceptar la ley del parné, y aún menos la “Sumisión” a una cultura ajena a nuestros valores», declara Grégoire Gambier, responsable del Institut Iliade de París. Lo hace en una entrevista concedida a la agencia de prensa Novopress en vísperas del Coloquio «El universo estético de los europeos» que dicho Instituto organiza este sábado 25 de abril. Imprimiéndole un marcado sesgo europeo, participarán en el Coloquio, entre otros, los franceses Alain de Benoist y Jean-François Gautier, el portugués Duarte Branquinho, el escritor y editor serbio Slobodan Despot, el novelista belga Christopher Gérard, el filósofo italiano Adriano Scianca, y el español Javier Ruiz Portella.
«El universo estético de los europeos»… ¿Por qué han elegido semejante tema?
Porque consideramos imperativo reafirmar nuestro universo estético y, por ende, ético. El arte europeo es fundamentalmente un arte de la representación: del hombre y de lo divino. Es a la vez la tierra en la que crece y el vector que orienta toda una concepción del mundo en donde lo bello y lo sagrado se hacen indisociables. Y en donde la figura de la mujer —desde Diana cazadora a la Virgen María, desde la Dama de Brassempouy a la Venus de Botticelli— ocupa un destacado lugar. Ahora bien, esta especificidad plurimilenaria está siendo atacada o incluso negada hoy en día por dos formas de totalitarismo.
El totalitarismo del islam radicalizado, por supuesto, cuya furia iconoclasta —sumamente misógina— aparece en todos los sitios en que puede desplegarse a sus anchas: en Afganistán ayer, en Irak y en Siria hoy – ¿en Europa mañana? Pero también el totalitarismo del mercado, el ansia del «tener» que pretende suplantar al «ser», que nos impone una forma de dictadura de la fealdad, uno solo de cuyos aspectos está constituido por las grotescas provocaciones de ese «arte contemporáneo» que sólo tiene de tal el nombre. Tanto en los medios de comunicación como en nuestras ciudades, tanto en las zonas comerciales como en nuestros campos y en nuestras costas (pensemos en la proliferación de las eólicas), es todo nuestro universo estético, mental, lo que es agredido por el reino de la vulgaridad, del consumo y del utilitarismo «técnico». Nada, sin embargo, nos obliga a aceptar «la ley del parné», ¡y aún menos la «Sumisión» a una cultura ajena a nuestros valores!
Pero entonces, ¿qué proponen ustedes?
¡Empezar por el comienzo! Reencontrar en los pliegues de nuestra más larga memoria, en las fuentes primigenias y siempre perennes de nuestra identidad, de nuestra historia, los recursos necesarios para el despertar de la conciencia europea, hoy «adormecida». Tal es el objetivo del Institut Iliade, el cual se sitúa en el horizonte abierto por Dominique Venner a fin de transmitir el patrimonio y los valores de la civilización europea. Una transmisión que pasa por la información y la comunicación, pero también por la formación de nuevas generaciones de actores del debate intelectual, de militantes, de animadores capaces de dar a la acción cívica o política su indispensable dimensión cultural y metapolítica. A contracorriente del «derecho» de los individuos a liberarse de toda realidad civilizacional y antropológica, inclusive en los vínculos matrimoniales; a contracorriente incluso del «derecho de los pueblos a disponer de sí mismos», queremos recordar el deber de cada pueblo y de cada uno de sus miembros de mantenerse fiel a sí mismo. Porque somos ante todo herederos, deudores del sacrificio de nuestros antepasados y responsables de nuestros hijos venideros.
Cuando el islamólogo René Marchand afirma que «las grandes civilizaciones no son regiones en un planeta, sino planetas distintos», consideramos que es falso pretender que no somos de ningún sitio: de aquí somos y aquí estamos: en nuestra europea patria. Pero hay que afirmarlo: serena pero firmemente, demostrando toda la riqueza y toda la singularidad de nuestra cultura, toda la legitimidad de nuestra posición en la historia, en un territorio determinado. Es esta certidumbre lo que se debe forjar, es esta legitimidad lo que se tiene que volver incuestionable. No habrá respuesta ante el desafío de «la gran sustitución»[1] sin una «gran recuperación» previa, sin un rotundo rechazo del «gran desvanecimiento» de nuestra memoria y de nuestra identidad. En ello estamos. Es ello lo que de manera particular ilustrará nuestro coloquio: la urgencia de descolonizar ante todo nuestro imaginario, de promover una concepción del mundo que rompa con el mortífero momento que actualmente conocemos.
¿Puede decirnos algo más sobre el contenido del coloquio del 25 de abril?
Se evocarán tanto el arte figurativo como la música, la poesía, los textos religiosos, la relación con la naturaleza o con lo sagrado… Sin pretender ser exhaustivos, se abordarán algunos puntos destacados de todo ello. Así, Alain de Benoist abordará el arte europeo como «un arte de la representación», subrayando nuestra alteridad respecto a culturas y religiones que rechazan el principio mismo de la representación de lo humano y de lo sagrado. La presencia de Slobodan Despot y de Christopher Gérar, las evocaciones del bosque de Brocéliande, por Marie Monvoisin, del castillo de Wartbourg por Philip Stein, o de la torre de Belém, en Lisboa, por Duarte Branquinho, atestiguarán la realidad de Europa como comunidad de destino —una realidad carnal que no puede verse sacrificada so pretexto de denunciar (bien necesariamente, por lo demás) la «construcción europea».
Por su parte, Javier Ruiz Portella hará un llamamiento en pro de una «disidencia por la belleza», la cual también pasa por reencontrar el sentido de la fiesta, por nuestra capacidad de «reencantar el mundo» hasta en los actos más cotidianos. Como lo subraya Adriano Scianca, que evocará por su parte el Monte Palatino: «En un mundo de inaudita fealdad, aquel que sabe hacer brotar la belleza es revolucionario». ¡Seamos pues revolucionarios!
[1] Así se empieza a conocer en Francia la actual invasión inmigracionista que sufre Europa. [N. de la Red.]
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