La única tarea útil del lingüista sería azuzar a los catetos contra los cursis. Quiero decir que fuera de la erudición, en el terreno práctico, podrían los filólogos hacer una labor no por vulgar menos salutífera: explicar al pueblo supuestamente soberano que nunca en su historia ha tenido unas minorías dirigentes tan cursis como las de ahora. Y que lo único sensato es desobedecer a las tales minorías rectoras. No se trata de saltarse los semáforos o defraudar al fisco —eso es ya lo normal— sino de rechazar el habla ridícula pero insidiosa de publicitarios, políticos, periodistas y burócratas. No se olvide que quien domina el lenguaje domina la sociedad. Merece la pena, pues, resistir. Aunque sólo sea para retrasar el cumplimiento de la profecía de Flaubert: «Todo el sueño de la democracia consiste en elevar al proletario al nivel de estupidez del burgués. Dicho sueño está ya en parte alcanzado». La frase es de 1871; no estará de más ver hasta dónde se ha llegado, siglo y pico después, en la realización del democrático sueño de entontecimiento general. Se ha avanzado mucho, a juzgar por un breve muestreo de los más populares medios de comunicación, que a continuación resumo:
«Francia figura (para Burguiba) como su mater ego» (ABC, 15-11-87). Véase cómo el periodista, ansioso de redimir al proletariado ignorante, decide darle una lección de latín, pese a desconocer él mismo dicha lengua. Cree que es igual alma mater (madre nutricia, nombre dado en la época romana a las diosas Ceres y Venus, y en tiempos modernos a la Universidad, madre que alimenta espiritualmente a sus alumnos) que alter ego (otro yo, un segundo yo), da a luz al híbrido monstruoso mater ego y, si éste prospera en el habla común, habrá conseguido acercar el pueblo un poco más a la confusa pedantería del burgués moderno. Lo curioso es que otro artículo del mismo número del ABC habla de «Tomás Herranz, el jefe de cocina y alma mater de El Cenador del Prado»; este otro periodista o bien sabía latín de verdad y volvía la expresión alma mater a su original sentido alimenticio, o bien rizando el rizo de la metáfora hacía sonar la flauta por casualidad.
«El Ministro para las Administraciones Púbicas convocará las primeras elecciones en el ámbito de la Administración del Estado» (Ley 9/1987 del 12 de mayo, Boletín Oficial del Estado, 17-6-87). Más que lúbrica errata esto parece un freudiano acto fallido. Me explico. Hace ya años se impuso la moda de llamar relaciones públicas a cierto tipo de propaganda. La expresión venía del inglés, public relations. Algunos finolis siguen diciéndolo en inglés, y como no suelen saber inglés se les traba la lengua. Yo he oído a un señor decir que su hija se dedicaba a las pubic relations (y era verdad que se dedicaba a las relaciones púbicas, pero no públicas sino privadas, afortunadamente). Pues bien, es posible que por esta vía del gazapo el subconsciente del Estado, siempre deseoso de jorobar a los administrados, esté reconociendo sus turbias apetencias. Se comprende que para conseguirlo le convenga entontecernos.
Sí, se ha adelantado mucho en la realización del sueño democrático. Queda, no obstante, algún camino por recorrer. Todavía hay catetos que hablan español, que se expresan con sencillez y precisión, que no han ascendido a la categoría de cursis. Nuestros mentores querrán sin duda regenerarlos, reciclarlos que dirían ellos. Pero a estos grupos residuales no es fácil seducirlos a golpe de mater ego y otras finezas. Es posible, por ello, que los formadores de opinión empleen tácticas radicalmente nuevas. Una de ellas podría ser declarar de moda, rabiosamente de moda, viejas costumbres muy triviales y desconcertar así a los catetos. Cuando un jerifalte de la movida, tras saltar la tapia de un monasterio, se acerque a un cartujo cavando en su huerta y le diga, «lo tuyo sí que es un rollo cachondo», habrá desarmado al monje.
Tal parece ser la treta de Marie Claire 16, revista hecha por y para bogavantes de la moda. En su número de diciembre de 1987 publica una detallada guía de «Todo lo que haremos en 1988». Entre otras novedades glamurosas a punto de imponerse cita «acentuar nuestras curvas y conservar la piel muy blanca» (¿qué otra cosa habrán hecho de siempre las mujeres que no querían dejar de gustar a los hombres ni tener cáncer de piel?) y «cocinar con productos de calidad» (¿quién ha guisado jamás productos malos teniendo dinero para comprarlos buenos?). Pero también —ojo al lenguaje— pronostica la moda de «tratar de usted a camareros, taxistas y desconocidos» y la de «no decir tacos ni usar expresiones de jergas chelis». Es el colmo de la perfidia. Como me descuide me van a tomar ustedes por discípulo de Marie Claire. O sea, por cateto elevado al nivel de estupidez del burgués bogavante.
Hasta ahí, lo escrito y publicado en enero de 1988. Al disponerme en enero de 2006 a actualizar la descripción de algunos rasgos de la evolución lingüística de esta peculiar jerga politiquera y gacetillera, me encuentro con que hay pocas novedades importantes: las cosas van tranquilamente a peor con la misma mezcla de imprecisión y cursilería. La imprecisión semántica sigue siendo a veces interesada (no conviene ser explícitos, piensan muchos) y a veces producto de la pereza (no en vano el término vago quiere decir tanto holgazán como impreciso). La cursilería tan sólo ha aumentado durante estos veinte últimos años el número de los eufemismos políticamente correctos, no su ruindad intelectual y estética. No es este el momento de catalogar todas las novedades, pero sí cabe detenerse en dos que son buenos ejemplos y compendio de las tendencias señaladas.
Me refiero en primer lugar al uso como muletilla política del substantivo talante, sin adjetivo expreso pero sí el implícito de simpático, afable, tolerante. Ocurre, sin embargo, que talante tiene cuatro acepciones según el DRAE: «1. Modo o manera de ejecutar algo. 2. Semblante o disposición personal. 3. Estado o calidad de algo. 4. Voluntad, deseo, gusto». Las cuatro acepciones son variadas, pero está claro que todas ellas requieren algún tipo de adjetivación. Las cosas se pueden ejecutar a derechas o torticeramente, el semblante puede ser hosco o amable, puede haber buena o mala voluntad y así sucesivamente. Hacía siglos que no se empleaba talante a secas, como se desprende de la minuciosa y amena disquisición que Corominas y Pascual hacen en su Diccionario Etimológico de dicho término y de su primo el talento (el DRAE en cambio no cree que sean primos, pues atribuye ascendencia arábiga a talante y griega a talento, pero esa es otra historia, que quizá explique la Alianza de Civilizaciones). Hay más, y sonroja revelarlo: donde sí aparecía talante como término no necesitado de adjetivo, de puro explícito que resulta, era, mucho antes, en el vocabulario español-latino de Nebrija, que en esencia recoge el castellano de finales de la Edad Media, cuando talante quería decir cachondez (líbido) y talantoso era salido (voluptuosus). Puestos a resucitar palabras para aplicarlas elogiosamente a un prócer que se declara «defensor de las mujeres», podían haber escogido algo más morigerado. Hubiera bastado con seguir imitando a José Antonio Primo de Rivera y a José Luis López Aranguren, que, como nos recuerda don Amando de Miguel, son los últimos que pusieron de moda esa voz, pero debidamente adjetivada para evitar malentendidos rijosos.
Mas no se crea que la degradación de la lengua a través de la imprecisión y la cursilería es falta exclusiva de los pedantes. Aunque con menos frecuencia, a veces algunas gentes sencillas nos sorprenden mostrándonos cómo han alcanzado el nivel de estupidez del burgués, que decía Flaubert. Recuérdese un ejemplo del pasado otoño, un ejemplo de verdad tragicómico y muy revelador. Cientos de inmigrantes ilegales irrumpieron por la fuerza en Ceuta y Melilla. Los poderes públicos destacaron a la frontera fuerzas militares, se supone que para hacer respetar la soberanía territorial española. Muchos extranjeros siguieron entrando en España por la fuerza. Una “dama legionaria” (sic) de la guarnición de Melilla, armada de una porra y fusil con prohibición de usarlo (y sin munición, según se dijo) declaró a una periodista que, por cierto, aprobaba su comportamiento (ABC 4-10-05): «¿Que qué hice yo?... Ver como actuaban los compañeros, pero no he pegado a ninguno porque me daba cosa...» (la cursiva es mía, la cursilería es de la dama legionaria). ¿Qué pensará Millán Astray desde el Valhalla? En su época no había damas legionarias en el Tercio, pero las cantineras y cicatriceras tenían bastantes más arrestos; las milicianas del Frente Popular también. Y en cuanto a su querida Celia Gámez, carecía, que se sepa, de mayores melindres. Claro que ninguna de ellas tenía un mando político que decía que «prefiero que me maten a matar». ¿Y que pensará el Obispo don Opas, desde el Infierno ahora que el Papa acaba de declarar que el Limbo no existe? A ése sí le gustará ver que a los españoles vuelve a darles cosa.
No es de extrañar que en el extranjero se comente ese darnos cosa generalizado, o al menos ministerializado a través de las peculiares Reglas de Enfrentamiento dictadas a nuestras tropas. «Si, al igual que el contingente español de la OTAN ahora desplegado [en el Afganistán], los británicos salen pocas veces de su campamento, no les pasarán muchas cosas desagradables [...]. Eso que Alemania, o España, o Italia llama “sus soldados” son, en el campo de batalla, hombres fingiendo que realizan tareas de soldados sin más convicción que el coro de la Royal Opera disfrazado de uniforme para el primer acto de Carmen», acaba de decir Max Hastings (The Spectator, 4-2-06).
Y es que las palabras no carecen de consecuencias, ni los usos lingüísticos dejan de revelar cobardías, ambigüedades y sandeces muy hondas, y a veces muy peligrosas. Sobre todo cuando ya casi no hay catetos sino sólo cursis, tan incapaces de hablar claro como de defenderse.
Posdata de 2012
Las tendencias patológicas se han acelerado últimamente. Anteayer, Miércoles 11 de abril, me desayuné con la portada del ABC donde un hombre culto, al que respeto, decía "Nunca he escuchado al BCE hablar de intervenir España". Don Miguel Ángel Fernández Ordóñez, Gobernador del Banco de España, se pasaba a la mayoría juvenil y semialfabetizada de los españoles que confunden oír con escuchar. Sin quererlo y sin creerlo, supongo, este señor muy respetable y bastante sensato está diciendo que el Banco Central Europeo habla de intervenir a España pero que él, como Gobernador del Banco de España, púdicamente hace oídos sordos. Ya ni merece la pena señalar esa confusión que empobrece nuestra lengua y la vuelve confusa. Pronto también se usará siempre ver por mirar, y visionar y visualizar por ver. Pero la novedad más notable de este último lustro y también la menos penosa y más divertida es la irresistible atracción que la letra equis ejerce sobre un pueblo, el español, que nunca supo pronunciarla. La moda más rabiosa y ya extendida por todas las clases sociales y no solamente entre burgueses cursis, es hablar con una mezcla extraña de orgullo y resignación de "mi ex". Naturalmente todos lo pronuncian "mi es", convirtiendo en un tiempo verbal presente lo que en esencia es un prefijo que denota un pretérito más o menos opresivo. Y luego los progres hablan todo el tiempo de praxis en vez de práctica, por aquello del abolengo marxista de tal palabra, mientras que los capitalistas se refieren con temblores en la voz a las catástrofes del IBEX 35 (y parecen decir "y ves 35", como en una borrachera siniestra).
Claro que el paroxismo quiásmico empezó ya hace medio siglo o más con los pasos elevados que se hicieron en Madrid recibiendo en el habla popular de los tasistas y sus usuarios más distinguidos el nombre de un juguete impronunciable: Scalextric. Todo el mundo lo llamó escalestris, salvo los andaluces que lo llamábamos ehcaletri.
En fin, otro día seguiré con la Insobornable Contemporaneidaz de la equis.
Para "elevar al proletario al nivel
de estupidez del burgués"
Así hablan nuestras supuestas élites
No se olvide que quien domina el lenguaje domina la sociedad. Merece la pena, pues, resistir. Aunque sólo sea para retrasar el cumplimiento de la profecía de Flaubert: «Todo el sueño de la democracia consiste en elevar al proletario al nivel de estupidez del burgués. Dicho sueño está ya en parte alcanzado». La frase es de 1871; no estará de más ver hasta dónde se ha llegado, siglo y pico después, en la realización del democrático sueño de entontecimiento general.
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