Acompañado por su esposa, Lucette Almansor y por su inseparable gato Bébert, Louis Ferdinand Céline (Louis-Ferdinand Destouches) llegaba a Copenhague el 27 de marzo de 1945 procedente de Sigmaringen. Los días de gloria del Tercer Reich tocaban a su fin. El matrimonio se alojó en el hotel de Inglaterra, donde permaneció tres días; luego, se instaló en una casa de campo de su amiga Karen-Marie Jensen, que se encontraba en España. Por aquel entonces, las tropas alemanas aún ocupaban Dinamarca. Se rindieron el 4 de mayo; había llegado la hora de la revancha y Céline, autor de obras geniales como Viaje al fin de la noche y Muerte a crédito pero también de tres panfletos ferozmente antisemitas (Bagatelas para una masacre, La Escuela de los cadáveres y Las hermosas banderas) era una pieza que muchos querían cobrarse.
Los amigos daneses de Karen-Marie Jensen recomendaron al escritor recurrir al abogado Thorvald Mikkelsen, quien solicitó para Céline un permiso de residencia. El 2 de diciembre era asesinado en París su editor, Robert Denoël, y dos semanas después Lucette recibía una llamada telefónica conminándoles a huir y refugiarse en Suecia. Imprudentemente, Céline no hizo caso del consejo. Al día siguiente, a las ocho de la tarde, era detenido por varios policías de paisano bajo la acusación de haber colaborado con el régimen de Vichy e ingresaba en la cárcel de Vestre Faengsel, donde permanecería hasta el 24 de junio de 1947. Había comenzado su calvario.
El maldito por antonomasia de la literatura francesa del siglo pasado emprendía su particular viaje al fin de la noche. Fue un año y medio de padecimientos morales y achaques físicos durante el cual no paró de escribir cartas a su abogado y a su esposa. Permaneció en la sección de condenados a muerte, aislado en una incómoda y gélida celda; adelgazó cuarenta kilos y padeció depresión, cefaleas, reumatismo y torturantes períodos de insomnio. Las más de doscientas misivas fueron publicadas por Lumen en nuestro país hace siete años bajo el título de Cartas de la cárcel y habían aparecido en Francia bajo el título de Lettres de prison a Lucette Destouches (Gallimard) en 1988, tras permanecer en los archivos de su abogado durante más de cuarenta años.
Con Céline se cometió una enorme injusticia, ya que jamás colaboró con los nazis, e incluso dos años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, en La Escuela de los cadáveres escribía: “Yo no debo nada a Hitler y lo mando a la mierda y todo el mundo lo sabe”. Llama la atención la insistencia de Céline en su exclusiva condición de literato: “Soy un escritor y nada más que escritor. Nunca he trabajado por cuenta de periódicos ni de la radio ni de nadie. Nunca he sido miembro de partido alguno ni de agrupación alguna. Nunca he hecho política”, le dice a su abogado en una de sus primeras cartas, y lo repetirá hasta la saciedad durante los insoportables meses de cautiverio.
De acuerdo; pero, entonces, ¿cómo explicar su encarcelamiento? En la mayoría de las cartas, el escritor asegura que es objeto de una persecución promovida por el Partido Comunista Francés (PCF) y varios escritores situados en su órbita. Cree, y no se equivoca, que se están vengando de él: “Convengo en que la venganza es un plato que se come frío… Pues se trata en efecto de venganza que ninguna traición motiva… Venganza racial y política y comunista”, escribe el 25 de octubre de 1946.
Meses después, señala a sus perseguidores: los escritores André Malraux –al que llama “cocainómano, ladrón, mitómano, invertido” y “envidioso hasta el delirio”–, Jean Cassou y Louis Aragon. “Entre tantos odios de que soy objeto debo contar, además, el de casi todos los literatos franceses, jóvenes y viejos, raza diabólicamente envidiosa donde las haya, y que nunca me perdonaron mi entrada tan repentina, tan clamorosa, en la literatura francesa. Ésos no respirarán hasta el día en que yo sea ejecutado”. Quizá no anduviera desencaminado: Viaje al fin de la noche, publicado en 1932, fue la revelación de un genio. El escritor era consciente de ello e incluso compara su novela con el descubrimiento del impresionismo por parte de Manet y Monet.
En su opinión, el PCF jamás le perdonó su panfleto Mea culpa, publicado tras visitar la Unión Soviética en 1936. El PCF, dice, “no es tierno precisamente para con los escritores que lo rechazaron de antemano y es feroz para con los que denigraron públicamente su sistema. Como en mi caso con Mea culpa. Ahora bien, el Partido Comunista constituye el ala activa del Gobierno francés actual. No se le deniega nada. No necesito decir más.” Por supuesto, Céline aclara el carácter de su antisemitismo: “[…] por su forma exagerada, enormemente cómica, estrictamente literaria, nunca ha perseguido a nadie”. ¿Seguro? No es descabellado pensar que sus panfletos inspiraran el odio racial de muchos seguidores del mariscal Pétain. Además, Ernst Jünger recordó en su día una inquietante conversación mantenida con Céline en diciembre de 1941 durante la cual el escritor francés exigió respecto a los judíos galos “una limpieza casa por casa a punta de bayoneta”. No sólo eso: sorprendido durante la Ocupación por “la gran cantidad de judíos en libertad” y “aún vivos”, Céline remitió más de treinta cartas de delación a la prensa colaboracionista llamando “la atención de la Gestapo” sobre “ciertas personas sospechosas de ser judías”, como los bailarines Serge Lifar y Anna Pavlova, los poetas Robert Desnos y Jean Cocteau, así como otros intelectuales, médicos y artistas. Así pues, se ganó a pulso tanto odio.
En sus cartas desde la cárcel, el escritor dirige a Lucette Almansor palabras repletas de ternura: “Eres un angelito de genio y fidelidad”, le dice para aconsejarle a continuación: “No hay que estar triste nunca, sino reír mucho, al contrario, como los monjes en tiempos. Una fe es lo que hace falta y se acabó. Y tú tienes todo eso –continúa–. El martirio es un placer, una vez que desprecias con ganas a los verdugos.¡Y Dios sabe!”. Curiosa declaración de fe por parte de quien, lleno de rabia más que justificada, es capaz de escribir en otra misiva: “El odio que siento ya por los asquerosos e infectos seres humanos es demasiado profundo para permitirles angustiarme más”. ¿La explicación? Nos la proporciona el mismo Céline en otra carta al definirse como “un autor paradójico, burlesco, efervescente”. En efecto, paradójico hasta el extremo.