"Ligar se ha vuelto facilísimo", dijo Jorge para estupor de los demás amigos del café. "El que no tiene pareja es porque no tiene Internet", sentenció. En la mesa se encontraba Edwin, cuya soltería ya es legendaria. No sabemos si se trata de una elección o una condena, lo cierto es que no podía estar de acuerdo. "Yo no tengo pareja, o en todo caso mi pareja es Internet", dijo, y se dirigió a Jorge: "El medio no determina el ligue: tú fuiste ligón analógico y ahora eres ligón digital. Podrías seducir con palomas mensajeras, o incluso con gallinas".
Según Edwin, los sitios de contacto en Internet son atractivos para quienes de cualquier forma ligarían en un andén del metro. En cambio, Jorge se siente determinado por la tecnología: la red lo metió en laberintos sentimentales de los que no puede salir. Sus últimas tres novias fueron cortejadas en Facebook. En caso de que tenga una hija, debería ponerle Arroba.
El correo electrónico ha transformado la forma en que la gente se conoce, pero también la forma en que se separa.
Una frase resume el nuevo código de confianza: "Ya somos pareja, pero todavía no le doy mi password". El tema es sumamente delicado. ¿Qué tan necesario es tener la clave de entrada al correo del ser querido?
Antes de la época virtual, se podía decir sin gran riesgo: "Nosotros no tenemos secretos". La pareja hacía un pacto de sinceridad y esperaba que el otro le dijera todo. ¿Hasta dónde se cumplía ese contrato? Digamos que el olvido, las mentiras piadosas, las verdades a medias y la falta de claridad se inventaron para que la franqueza no fuera ofensiva.
Difícilmente aceptaríamos que los demás vieran nuestros sueños, entre otras cosas porque algunos nos avergüenzan a nosotros mismos. Internet no pertenece al inconsciente, pero se le acerca bastante. Es un vertedero de mensajes impulsivos, no siempre filtrados por la razón, donde la realidad y el deseo se confunden. Ahí las palabras no siempre tienen que ver con los hechos. ¿Vale la pena que tu pareja lea tus mails? Internet ya duró lo suficiente para que muchas separaciones se deban a esa causa.
En tiempos remotos el truene comenzaba con la frase: "Tenemos que hablar". Otro preámbulo de la ruptura era la sugerencia de entrar a terapia con un analista que había separado satisfactoriamente a unos amigos. En la era digital, el primer paso hacia la ruptura consiste en averiguar el password de tu pareja o en usar el que ya te dio pero no has tecleado por respeto a la privacidad de un ser querido.
En la película Caos calmo, basada en la novela de Sandro Veronesi, el protagonista interpretado por Nanni Moretti se encuentra en la siguiente situación: enviuda en forma repentina y al revisar las cosas de su mujer descubre que ella tenía una amistad insospechada con un autor de literatura infantil. Habla del tema con su hermano y decide entrar en la computadora de su esposa. No necesita de password para ver los correos del escritor porque ella los ha guardado en una carpeta. Moretti siente tentación de leerlos. Al mismo tiempo, juzga que sólo debe conocer a su amada como ella quiso que lo hiciera. Con pulso seguro, borra los mensajes. Cuando su hermano se entera de esto, comenta con asombro: "Siempre haces lo correcto". Nada tan difícil como respetar la zona fantasma que de manera inevitable acompaña a otra persona.
Cada segundo, la curiosidad puede más que el miedo y alguien revisa los mensajes privados de su pareja. A veces, el intruso se lleva la decepción de comprobar que vive con una persona cuyos mails secretos son memorandums del tedio.
Cuando se ignora el password, sobreviene un episodio típico del comportamiento contemporáneo. "Si amas a alguien, eres su hacker", me dijo una amiga, y explicó su aforismo de este modo: "Si en verdad te interesa una persona, debes saber lo que pondría en su password". Esto lleva a un tema fascinante: ¿vale la pena espiar a una persona que conoces al grado de poder descifrar el código que resguarda su intimidad?, ¿puedes profanar ese santuario? "Claro que sí", me respondió la misma amiga: "porque la gente cambia".
Cada cierto tiempo, los servidores aconsejan modificar el password por razones de seguridad. En tiempos digitales es peligroso que tus sentimientos cambien antes de cambiar el password.
La seguridad del código cibernético tiene una fisura: los olvidadizos pueden recordar su password con una pregunta que les da una pista. Esto también le da una clave a los extraños.
Pero incluso esa pregunta puede ser una defensa contra el invasor sentimental. Hace poco, un amigo desconfió de su mujer, quiso entrar en su correo privado y buscó la opción "¿Ha olvidado su password?". La clave era la siguiente: "Canción favorita del hombre que amo".
Mi amigo tecleó "Yesterday", temeroso de que hubiera otra canción favorita. Entró al correo de su mujer: el tesoro estaba a la vista. Para llegar ahí, había comprobado que era el hombre que ella amaba. ¿Tenía derecho a espiarla?
Apagó la computadora. Quería desconfiar, pero se le atravesó la felicidad.
Con la mirada mordaz del gran escritor mexicano
Hombres y mujeres en tiempos de Internet
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