"Crece el desierto", decía aquél…

Las ruinas materiales del espíritu

No es extraño que a la destrucción de los espíritus acompañe la destrucción de todo aquello, que si bien es material, lleva en sí la impronta de un alma creadora, de una cultura milenaria, de una estética, de un estilo.

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No es extraño que a la destrucción de los espíritus acompañe la destrucción de todo aquello, que si bien es material, lleva en sí la impronta de un alma creadora, de una cultura milenaria, de una estética, de un estilo.

 Las cosas y lugares que fueron nuestros, no por habernos pertenecido jurídicamente, sino por formar parte del alma colectiva de la estirpe, caen, uno a uno, bajo la furia crematística y despiadada de los desalmados progresistas del dólar.
 
Las casas que construyeron los hombres del exilio, en las fronteras del Imperio, remedos últimos de la tradición arquitectónica romana, quedan solitarias, en zonas que van siendo unificadas por el mal gusto, por la ignorancia, o por la igualitaria ferocidad de las demoliciones.
 
Los pequeños pueblos de España olvidan, en la piedra abandonada, que de ellos mismos salieron los conquistadores a darle al mundo un alma y un imperio donde no se ponía nunca el sol. Los nombres de esos hombres, que están en libros de historia cada vez menos leídos, están grabados también, en los escudos familiares tallados en los frontispicios, y soportan estoicamente su soledad.
 
A veces, el turismo da nuevo valor a ciertas cosas y lugares. Pero ése ya es otro valor, porque las masas de turistas son, en general, personas incultas y hedonistas, que solamente buscan la blanda felicidad terrenal de sus billetes, brindada por atentos capitalistas. Para eso, es preferible el abandono.
 
Ya nadie necesita la pureza de la piedra, ni la fuerza espiritual de un aire milenario. El confort es el revés de la cultura tradicional, siempre ascética, dura, sencilla, aferrada a la tierra amasada con la sangre de generaciones.
 
Un solo e inmenso continente español está siendo destruido. Y Roma se destruye también, por la lógica continuidad de nuestra tradición.
 
Yo que no conozco aquellos pueblos de las serranías, ni las plazas de armas que se repiten por el mundo hispano, me doy perfecta cuenta, sin embargo, de lo necesaria que es para el dinero satánico y vacío la destrucción de ciertos testimonios materiales.
 
La infinita repetición fundacional, en torno a una plaza y a un idioma, la memoria de las generaciones que nos hace ver entre la bruma, a menudo, a nuestros antepasados, es una barrera material puesta en perjuicio de la última y definitiva destrucción de los espíritus.
 
Ciertos lugares se hacen inútiles al progreso. Inútiles y contrarios al sentido del mundo. Ciertos ladrillos y ciertas plantas, cierta forma de producir el vino, de trabajar el cuero y los metales, de hacer el pan y de tallar la madera son perjudiciales al fraccionamiento y a la disolución espiritual del hombre.
 
Hay tierra que todavía recibe la fértil mano de Roma, y de Castilla y Aragón. Hay todavía hombres y mujeres altivos y levantiscos, que deben ser aislados de un entorno favorable a su tenor espiritual, porque juntos resultarían peligrosos. Es la ley de los tiempos.
 
Acaso en el Sur las casas no sean tan antiguas como en Europa, pero eso es así, haciendo unas cuentas estrictamente nominales. Las casas que son el último remedo de las antiguas casas romanas, trasladaron su cultura al confín, como parte de un destino. En esas calles se respira el mismo aire que en las calles de los antiguos pueblos de España y de Italia, porque fueron los mismos hombres, con el mismo espíritu, quienes las construyeron y quienes las transitaron.
 
Los variados estilos y las formas de nuestro inmenso patrimonio cultural, desde las más humildes casas de inmigrantes hechas de chapa, hasta los palacios fundacionales neoclásicos carecen ya de sentido, cuando son pasto de destrucción, o fríos testimonios que se llenan de una forma de vida, que no tiene con ellas ninguna relación.
 
Hay que buscar los pedazos de nuestros antiguos espacios al final de las calles que se alejan de los epicentros de la destrucción. Pero la destrucción avanza, y va completando su rompecabezas, pieza por pieza. No quiero proponer aquí ninguna forma concreta de defensa. No quiero resultar grosero ni violento, ni mover a risa a intereses que saben bien cuáles son sus objetivos. Sólo quería compartir con ustedes, el dolor de la destrucción material de lo que amamos. Algo que quizá nuestros descendientes, ya no sentirán.
 
 

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