PAUL KINGSNORTH
Son las ocho menos diez. El sol estaba empezado a decaer mientras bajábamos por el sendero del acantilado, hace ya una hora, con sacos al hombro cargados con unas lubinas, remolachas, verdolaga marina y varios tipos de algas comestibles. Detrás de nosotros, sobre el acantilado, las torres gemelas de las ruinas de la iglesia de Santa María, que otean vigilantes los restos del puerto sajón de Regulbium, estaban enmarcadas por las luces del ocaso.
En un atardecer de verano en la playa de Reculver, en Kent, estoy sentado con las piernas cruzadas bajo los acantilados, echando ramas secas en una hoguera intermitente. Sólo los crujidos de la tarama ardiendo, y cientos de martín pescadores, al entrar y salir de sus nidos en la pared del acantilado, rompen el silencio de la noche; y, ahora, los pies de Fergus al pisar sobre la grava volviendo del agua.
“Ya he destripado el pescado”, dijo. “¿Cómo llevas el fuego?”. Fergus Drennan es uno de los pocos forrajeros profesionales de Inglaterra. Vive buscando y vendiendo comida silvestre. Nuestra velada en Reculver cierra el día que hemos pasado juntos por los parajes de Kent.
Ahora, bajo el rojizo acantilado y el Sol rojo del ocaso, acabamos el día con los frutos del trabajo realizado: lubinas asadas, sopa de algas y remolachas fritas, acompañado todo con un fuerte licor de endrinas.
“El tema es que… –dice Fergus, mientras saca una de las lubinas de la envoltura de papel de alumnio-… hoy en día, estamos tan lejos de la tierra… Se trata de un problema cultural, sobre todo. ¿Recuerdas los champiñones de San Jorge que hemos cogido hace un rato? Se llaman así porque empiezan a aparecer sobre el día de San Jorge, el 23 de Abril.
Se puede oír a la gente quejarse por cómo están desapareciendo las tradiciones en este país. No estamos en contacto con nuestro legado cultural y ya nadie celebra el Día de San Jorge.
Pero la mayoría de estas viejas tradiciones, cuando estaban vivas, venían de la tierra y los lazos que unían a la gente con ella. En estos tiempos, no sabemos dónde estamos, o qué pasa en nuestro entorno natural, así que creamos artificialmente entornos nuevos.
Las tradiciones vienen de los lugares, de la tierra y nuestra relación con la misma. Una vez que eso ha desaparecido, lo mismo pasa con la cultura viva.”
Lo que Fergus sacó a relucir esa noche en la playa de Kent era algo en lo que poquísimos de nosotros pensamos hoy día, pero es un componente vital para nuestra identidad como individuos, como comunidad y como nación.
Mientras se aproxima el día de San Jorge y nos trae las acostumbradas vueltas a las agónicas cuestiones de quiénes somos y adónde vamos, merece la pena recordar que lo que hace realmente a Inglaterra ser Inglaterra, lo que crea y mantiene nuestra identidad, es nuestro paisaje vivo.
Son los lugares que nos han hecho como somos a través de los siglos: la combinación de los patrones de uso de la tierra, la arquitectura vernácula, los espacios comunitarios, la cultura local y las tradiciones específicas de los mismos que, sumadas, forman los diversos retales que forman lo que llamamos nuestro carácter nacional. Quiénes somos, en otras palabras, viene de dónde somos.
Pero si esto es verdad, el inglés debe de estar en problemas. Porque las cosas que hacen nuestros paisajes diferentes, distintos y especiales, están siendo erosionadas y sustituidas por cosas que serían familiares en cualquier sitio. Está ocurriendo por todo el país: las mismas cadenas por todas las calles principales; los mismos ladrillos en todas las urbanizaciones; los mismos signos en todas las carreteras; el mismo menú en todos los pubs.
Lo pequeño, antiguo, inconmensurable, peculiar, lleno de sentido y carácter, ha sido sustituido por lo limpio, lo sofisticado, lo progresista y corporativizado. En el nombre de la eficacia económica, las inversiones, el crecimiento, el desarrollo, o… simplemente el dinero, las páginas web de relaciones interpersonales crecen en complejidad mientras que el entorno en el que habitan esas personas es desmantelado sin que se le haya pedido permiso a nadie.
El paisaje inglés, así como los de otras naciones del mundo, está siendo rápida e irreflexivamente remodelado para cumplir las necesidades a corto plazo de una economía global que se apoya sobre cimientos de arena. El resultado es severo, triste y amargo: todo se está homogeneizando. Como resultado, Inglaterra está perdiendo su identidad.