Míralos, a menos de cuarenta y ocho horas de las elecciones, llenado los informativos, las tertulias televisivas, las portadas de los periódicos y digitales con una suficiencia intelectual de rebotica de pueblo grande, una superioridad moral de misa diaria, repartiendo escaños, bendiciendo o excomulgando pactos de gobierno, autorizando candidaturas, poniendo el sello de nihil obstat según la Doctrina incontestable de la Bondad Progresista Universal. Lo que no es descalificación es execración, naturalmente. Ellos saben y nosotros no. Ellos conocen la diferencia entre el Bien y el Mal mientras que nosotros, sencillos siervos del sistema, sólo reconocemos lo que nos agita el estómago. Ellos son la hostia. Nosotros, el coño de la Bernarda.
Vale, yo también sé jugarme la boca. También sé hacer predicciones. Y me la juego —la boca—, con la única predicción que me parece razonable: se les va a quedar una cara de palo muy semejante, más de palo si cabe, que la que heló su rictus el pasado 2 de diciembre en Andalucía.
Ellos, que son los que saben, deberían saber que nosotros, los “bestias” según el santo Rufián, somos eso mismo: puestos a pecar, los más bestias. Como decía un famoso cantaor de flamenco: “Pecados chicos no quiero”. ¡A lo grande!
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