(Con mis respetos para el autor de la famosa letra, defenestrado por la opinión pública y abandonado por el COE. Nadie debería estar sujeto a humillaciones semejantes)
Lo malo de la letra para el himno de España propuesta por el Comité Olímpico y la Sociedad General de Autores y Editores no es que sea una ñoñez, una simpleza, un compendio ramplón de banales topicazos y estridentes obviedades (verdes valles, inmensos mares, cielos azules, paz, democracia y buen rollo para todos); lo malo de verdad es que esa letra y cualquier otra que se quiera imponer a la Marcha Granadera son completamente innecesarias.
El autor de la letra, el célebre parado manchego, dice que la ha escrito para la gente corriente, la que va en metro y sufre su hipoteca con resignación. Lo cierto es que la ha escrito para nadie, porque a nadie en correcto uso de su criterio le puede gustar semejante batiburrillo de soserías. No creo que guste siquiera al COE y la SGAE, pero unos y otros se apañan con lo que sea. No hay más que ver el horror de letra propuesto por el COE en junio del año pasado, pimpolluda amalgama de sedicentes versos que culminan con esta maravilla: "Gloria a su pueblo/ que quiere seguir/ bajo la democracia/ por la que se luchó". Para más espanto, las películas de Marujita Díaz. En cuanto a la SGAE y la flauta que toca en este concierto, lo suyo es recaudar y ahí me las den todas.
Un poco de sentido común, caballeros. Cuando la Historia y la tradición han prescindido de la letra para esta composición, intentar ahora dotarla de vibrantes ripios con el noble fin de que el personal futbolero se desgañite en los estadios resulta una enorme burrada. Es meter con calzador la gazmoñería biempensante del hoy en la solemne potestad del pasado. Todo lo cual va muy en la línea "revisionista" de la Historia, la memoria y la efectividad de lo pretérito que caracteriza a nuestro gobierno. Una horterada más cuyas consecuencias pueden predecirse fácilmente. Ya que hablamos de fútbol, imaginen un partido entre Francia y España; cantamos nuestro himno y después nos caen encima los franceses, abrazados, hombro con hombro emocionados, entonando aguerridos La Marsellesa. Antes de que el balón ruede ya vamos perdiendo por 5-0, o lo que sería peor aún, por 0-5.
Puestos a parir bobadas, podían los artífices del invento haberse fijado en el presunto origen musulmán del himno, compuesto en el siglo XI por el místico sufí Nuba Al-Istihal de Ibn Báya, también llamado Avempace, que es nombre más fácil. Si le apetece a usted escuchar la partitura, sólo tiene que pinchar aquí. Habría venido todo ello de perlas para la cosa esta de la Alianza de Civilizaciones y la buena vecindad con el hermano islámico (lo de "vecindad" lo digo porque en el bloque donde habito se reza más hacia la Meca que hacia Roma, no era una licencia literaria para señalar un hecho geoestratégico).
¿Será cierta la procedencia sufí del himno? Trazas de verosimilitud tiene, y en su día fue avalada por el eminente musicólogo Chapí Pineda. Aunque, claro, por otra parte le viene a uno a las mientes la historia fabulosa de los Libros Plúmbeos del Sacromonte granadino, la piadosa e ingeniosa fe islámica que acabó edificando la abadía, aquella genial impostura, y... no sé. Es tanto lo que tiene uno visto...
Lo que nunca había visto era temeridad tan inmensa como pretender una letra de pachanga y ferial en los suburbios para incrustarla a tornillo en el himno que representa a toda una nación.
Que la lleven a la OTI y que la interprete Bisbal.
PS./ Cómo, ¿que no le suena a usted el asunto de los Libros Plúmbeos? Pues nada, prometo un próximo artículo para El manifiesto sobre tan jugoso suceso de nuestra historia.