La derecha, de Scruton a Darlymple

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Tal vez el conservadurismo no se aprenda en los libros pero con los libros se ensancha y se refina. Al margen de que haya, con una cierta constancia, personas de temperamento conservador, precisamente la elaboración intelectual viene a ser un elemento correctivo de razón para ir más allá de las certezas que cada uno lleva inscritas dentro, contra esa soberbia –hoy tan habitual- de no leer porque, en el fondo, creemos que ya hemos aprendido cuanto teníamos que aprender.

Curiosamente, si el pensamiento conservador no ha aflojado su exigencia intelectual, sí ha tenido problemas de difusión y de repercusión: en parte, el público conservador no ha visto la necesidad de leerlo, no ya por darlo por sabido sino también porque el tipo conservador ha venido siendo persona más dada a trabajos no estrictamente intelectuales; por otra parte, la intelectualidad conservadora queda al margen del paradigma progresista, tan visible, por ejemplo, en el ámbito universitario, y que ha hecho de los llamados ‘estudios nobles’ humanísticos un lugar donde, si hay un conservador, es por error de vigilancia; por último, la vocación realista de los conservadores no ha contribuido a su poder de seducción (la gente prefiere que le vendan sueños), al tiempo que es un pensamiento al que le han podido adjudicar adherencias menos santas de la derecha tradicional-oligárquica o de los pensamientos reaccionarios.

En esa derecha tradicional ha habido un arraigado escepticismo antiintelectual que, si en principio tiene algo saludable, también ha causado estragos: si seguimos la historia oficial de las ideas en España de los últimos sesenta años, parece que no hubiera habido pensamiento de derechas, y simplemente es que se ha postergado. Baste pensar que, en España, esa derecha no es que mandara precisamente a sus hijos a estudiar Filosofía, Historia o Lenguas Clásicas. Para la cultura ya estaba el Club Zayas.

De igual modo, el no estar surfeando la ola de la modernidad académica hace que los debates internos entre conservadores no tengan la proyección que sí se dio, por ejemplo, en los debates internos entre historiadores o psicoanalistas de diversas escuelas, por lo que esos debates internos –con sus tests de pureza y demás- son cosa por sí misma harto contentible.

Añádase, además, que el pensador conservador modélico suele ver con característico disgusto el griterío tan mundanal y el narcisismo implícito de proyectar una presencia intelectual, para mantener una independencia que nunca tuvieron los ‘engagés’. El conservador está incómodo con las resonancias de la palabra ‘intelectual’. Por otra parte, en España, el pensamiento conservador ha mantenido unas relaciones con la Iglesia que no siempre han favorecido ni a la causa conservadora ni a la causa eclesial. Católico y conservador, es algo que a uno le duele. Seguramente fuera inevitable.

Por último, en estos años recientes ha habido no pocas mixtificaciones en torno a lo neocón: el agotamiento, justo o injusto de este paradigma, ha tenido consecuencias melancólicas para otros filones de pensamiento conservador –señalemos simplemente que, para muchos conservadores, lo neocón no es propiamente conservador.

En España faltan esas listas que se hacen en Estados Unidos, en las que los columnistas y opinadores se clasifican a sí mismos políticamente, en lo que es un duro ejercicio de realismo y congruencia. Ya digo que en España no hay de eso, pero estaría bien que lo hubiera; así, alguien podría calificarse como “monárquico-liberal-católico cultural-escéptico ante el cambio climático” o inscrito en una “tradición regionalista, partidario del liberalismo austriaco, intervencionista en política exterior y admirador del partido tory” o siendo de la “derecha estatalista y afín al paganismo”. En fin, lo que la izquierda tiende a retratar como “la derecha” no deja de ser un magma muy complejo. Y en España, claro es, también hay opinadores conservadores, alguno excelente, aunque lamentablemente el columnismo político español –conservador o no- haya dejado de lado la ambición intelectual, es decir, los libros, cuando el don tan raro de la comprensión política o la observación social es algo que hay que alimentar.

A la hora de editar a pensadores extranjeros, ocurre algo muy similar a lo que argumentaba Camba sobre por qué en España –antaño- no se hacían buenos vinos: básicamente, los productores decían que no había demanda, y los consumidores decían que no había oferta. En consecuencia, no se hacía vino bueno, aunque quizá, al menos, sí se echaba en falta. Si tomamos a un escritor católico como Malcolm Muggeridge, por ejemplo, cualquier editor diría –con razón- que eso no se vende, y cualquier lector que podría o querría leerlo, tendría pie para quejarse de que no se ha traducido ni editado. De todos modos, estamos mejor, seguramente, que hace algunos años, en lo referente a estas ediciones –precisamente porque estamos peor en otros ámbitos, ay. Digo esto porque alguien, hace poco, me comentaba que parecía que no había más que Chesterton. Bueno, acaba de editarse -van varios- a Russell Kirk.

Como fuere, vaya aquí una lista muy breve y en absoluto exhaustiva de algunos escritores y articulistas que comparten varios rasgos: son conservadores, son de una capacidad de análisis en ocasiones deslumbrante, son –curiosamente- tipos poco académicos en su mayoría, y escriben hoy mismo y sobre temas de hoy mismo. Los más políticos de ellos, siendo conservadores, optan por el moderantismo como táctica política precisamente por entender cómo funciona la política, y los católicos son tan católicos como el que más, sin ponerse a tronar. En parte, tienen una ventaja: no sólo saben de política y aman la política sino que las tradiciones de sus países –EEUU e Inglaterra- ofrecen una historia institucional absolutamente envidiable a la hora del conocimiento informado y la posibilidad de analogía. Por otra parte, son lugares en los que hay caudillajes de opinión pública pero son más ilusorios que reales, distinción que aquí no siempre sabemos ver. En fin, sobre todo, están más y mejor informados, y su opinión cunde sin necesidad de grandes dramatismos del gesto.

George Will. Le costó llegar –era la época en que dominaba William Safire- pero hace décadas que ya es uno de los grandes opinadores de EEUU. Tiene columna sindicada –aparece en muchísimos periódicos- y, por tanto, cuenta con todo un equipo de colaboradores para recabar datos y demás. En realidad, no es algo infrecuente en la gran prensa norteamericana. Will posiblemente sea el conservador más ortodoxo: más allá de vestir de Brooks Brothers de arriba abajo, su prosa tiene alguna dureza y algún filo, sin esforzarse en caer bien ni ser amable ni ir de fino. Pero en su resignación –no es hombre religioso- y en su realismo es algo más que brillante –fundamentalmente, es intransigente con todo rasgo demagógico que, con frecuencia, cualquiera que escribe se permite. Además, opina con soltura sobre economía, y logra hacer arte literario a partir de algo inasequible –a partir de datos, estadísticas y más. En realidad, es el menos posibilista, pero seguramente también es el más sólido, si quitamos algún ribete de excesiva toma previa de partido. Como suele ocurrir, cuando no habla de política es impresionante: hay columnas sobre el jazz, sobre su madre recién muerta o sobre su hijo con síndrome de Down que merecen la eternidad del mármol. Hace unos meses publicó una sobre los pantalones vaqueros que causó enorme polémica -. Will es un espíritu irreductible y libre; lo que en otros es sugerencia intelectual, en él es un terreno sólido. Su ironía es directamente sarcasmo –no confunde la piedad conservadora con el sentimentalismo. Hace poco, alguien totalmente respetable me comentaba que sus libros de artículos de hace más de veinte años se leen tan bien como antes.

Theodore Dalrymple (nom de plume) / Anthony Daniels. Casi siempre quita el aliento. Es el más próximo a lo que entendemos por un escritor conservador: ama las librerías de viejo, vive en el campo, deplora la vulgaridad de lo moderno. Lo mismo hace una lectura en profundidad de Dickens o Sherlock Holmes que analiza la violencia doméstica o habla sobre el totalitarismo con una hondura y verdad a lo Simone Weil. No posa sino que es algo así como un muy educado cascarrabias. Su potencia intelectual es plenamente literaria, no academicista. Ha sido médico por todo el mundo en las épocas duras –África en los setenta, por ejemplo- y psiquiatra en manicomios públicos británicos. Es decir, es alguien que no se hace ilusiones excesivas sobre el género humano, en parte porque lo conoce perfectamente, como se conoce a sí mismo –pero no es un cínico, sabe también de la capacidad de bien. Últimamente está tan solicitado que escribe muchísimo. Pero mantiene una admirable regularidad. Tiene un humor adusto absolutamente saludable. Es el gran crítico social de la época, porque nunca parte de entelequias sino de experiencias. En realidad, es pura literatura. En alguna ocasión le han publicado cosas en Actualidad Económica, creo. Los elogios que recibe son tan hiperbólicos como justos. Las imprentas no dan abasto a cubrir su producción en forma de libros de artículos. Es absolutamente sorprendente que aquí la intelectualidad de la derecha no le conozca.

Roger Scruton. La obra de Scruton asusta por su envergadura. Es filósofo y experto en estética, así que ha publicado libros sobre arte, arquitectura y estética en general, siempre con un giro hacia el entendimiento contemporáneo de estas cuestiones. También, sobre filosofía académica, Spinoza, Kant, el sexo.. asimismo, hace mucho que es un gentleman rural, con negocios en el campo, y escribe columnas sobre vino, además de varios libros sobre el tema, junto a otras delicias conservadoras como un libro sobre la caza del zorro, biografías e incluso óperas. Fundó la influyente Salisbury Review, y creo que en España se ha publicado alguna cosa suya. Scruton es un intelectual de altura europea, siempre típicamente británico. Tiene algo de viejo tory y a la vez una cabeza en la que cabe toda la filosofía de Occidente. En ocasiones, es una lectura exigente. En otras, como en sus páginas de memorias y recuerdos, es literatura de la mejor y la más grata. Al margen de sus escritos sobre conservadurismo, quizá lo más influyente de su obra sea todo lo relacionado con la crítica de la estética contemporánea, ante todo arte y arquitectura, donde es mucho más profundo y puesto en verdad que un Roger Kimball. A Scruton se le ha querido marginar mucho, y ha tenido que hacer un esfuerzo moral y de sostenido rigor intelectual para superar la hostilidad que provoca la originalidad conservadora (hoy el conservadurismo es original, hemos olvidado sus valores) de sus planteamientos. Rara suma la de Scruton de talento y genio y sabiduría. Ha argumentado magníficamente contra Dawkins y la nueva hornada atea.

Ross Douthat. Hace unos meses que sustituyó a Bill Kristol en las páginas del New York Times. El hecho de que el NYT tenga en nómina siempre a uno o dos escritores conservadores (hace años, y durante mucho tiempo, al mítico William Safire) no siempre se recibe con jolgorio por parte de los lectores conservadores. El NYT no purga con ese gesto sus pecados ultraprogresistas, y los conservadores que escriben en él de pronto pueden tener la etiqueta de vendidos, como si el NYT no fuera kosher y hubiera que apartarse de su impureza y darla por perdida, o como si no se pudiera mantener la integridad intelectual al pensar y escribir. Douthat no ha sido tan criticado. Apenas tiene treinta años, pero, contra lo que pueda parecer, no tiene tanta cara de nerd como de persona madura y sensata. Al NYT llegó desde la que es, a mi juicio, una de las más absolutamente encomiables revistas que hay, The Atlantic. Douthat tiene un temperamento casi planiano, modesto, voluntariamente ‘understated’ y tendente a la comprensión y el juego limpio. Es decir, ni parece un diamante de brillante ni parece un toro de pasión dialéctica – pero es simplemente que sabe que, con prudencia, se puede tener la misma firmeza. Está absolutamente à la page de la actualidad y ofrece un análisis siempre sugestivo, con especialidad en temas de moral contemporánea. Hace un tiempo se convirtió al catolicismo, pero parece como si siempre hubiera sido católico. Mantiene también un blog, titulado Evaluations con sobriedad característica. También habla en bloggingheads. Hace apenas una semana escribió, a propósito de la película Avatar, un maravilloso artículo sobre lo guay que hoy se ve el panteísmo (la energía, lo sublime, esas cosas). Asombra pensar lo que nos va a dar este muchacho.

David Brooks. Hizo mucho por meter a Douthat en el NYT. Ambos han escrito para The Atlantic, donde Brooks contribuyó con páginas inolvidables. Brooks es de herencia judía y, él sí, tiene un gracioso punto nerd. También tuvo su sarampión progresista, y en una ocasión hizo una sátira sobre Bill Buckley: al ir a su universidad, Buckley preguntó si Brooks estaba en la sala, y le fichó. A Buckley le importaba primero el talento y luego lo demás (al contrario que en España, por cierto, donde lo primero que se mira es la ficha). Brooks ha escrito admirablemente sobre la vida social de Estados Unidos. Tiene un tremendo don de observación y una rara mezcla de humor y sugestión intelectual. En definitiva, una gran pluma: baste pensar que él fue el escritor de "Bobos in paradise" (burgueses-bohemios). Es hombre moderantista e independiente y, por tanto, irrita a la derecha y desconcierta a la izquierda: alguien de todo punto necesario. Cuando es brillante, es el más brillante. Cuando es serio, puede llegar a dominar un tema con tanta prolijidad como ha dominado el debate sobre la reforma sanitaria. Si es admirable su capacidad de análisis político -no falta en la tv americana-, es aún más gozosa su sátira -siempre con un punto amable- sobre la vida americana contemporánea.

John Zmirak. No es, ni pretende serlo, un gran intelectual, pero es uno de los apologetas más audaces, irreverentes y dotados de humor del catolicismo actual. Ahí no es sólo plena su ortodoxia sino que –sobre todo- es muy grande su saber de la doctrina. Por eso se ha permitido un par de ‘guías católicas de la mala vida’. Zmirak ha tenido el acierto de apostar desde siempre por el paradigma actual: la economía social de mercado. No en vano, es especialista universitario en Wilhelm Roepke. También tiene curiosas adherencias para alguien de Queens –se siente siervo fiel de la corona apostólica de Austria y Hungría. Zmirak destaca sobre todo por su conocimiento, tan católico, del corazón humano. Añádase una soltura muy inglesa.

 

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