Tabaré Vázquez, ¡viva Honduras!

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Fue algún escritor maravilloso quien acuñó para Uruguay el nombre de República Oriental del Uruguay, como si la palabra ‘Uruguay’ no fuera ya una fiesta de eufonías. En el cono sur de América, entre países que aburren de inmensos, Uruguay viene a ser algo así como una capital de provincias, con todo su aseo y su modestia y esa grata falta de importancia de quedar al oriente de su propio río. Como se sabe, en los países poco emocionantes, en los países algo suizos, generalmente se vive mejor: en Uruguay, por ejemplo, no matan a los niños.



El presidente Tabaré Vázquez, uruguayo pero con pinta de argentino, socialista pero no abortista, ha sido el responsable directo del frenazo al aborto en este país que no es menos austral que su vecino. Característicamente, la ley en pro del despiece humano se llamaba, del modo más angélico, ‘ley de salud sexual y reproductiva’, que en sus propios términos bien pudiera servir para convocar un concurso de natalidad. Algunos no se dan cuenta de que aborto suena feo porque el aborto es feo.



La interrupción del camino parlamentario de la ley abortista en Uruguay venía garantizada por un Tabaré que iba a probar ‘todos los caminos’ para detener su aprobación. En contra de la ley, Tabaré fue de la mano de su ministra de Sanidad. Ambos son médicos –Tabaré es oncólogo- de reconocido prestigio. Tabaré vetó la ley después de que el Legislativo la aprobara: quizá sea por cosas como esta –la política como mezcla de valores y carácter- por las que Tabaré tiene unos índices de aprobación que no miran tan de lejos las buenas notas de Uribe.



El gesto de Tabaré pone de relieve una peculiaridad hispanoamericana según la cual los presidentes pueden ser cualquier cosa –pueden ser Hugo Chávez, por ejemplo- pero saben que con la vida no se juega. El aborto no está permitido en Nicaragua, El Salvador, Honduras, Ecuador, Guatemala, Paraguay y República Dominicana. Desde 1938, tampoco está permitido en Uruguay, y en esto siguen todavía. La defensa de la vida era un mínimo de la piedad que nos hace hombres y una verdad autoevidente para la razón. Según Tabaré, ‘el verdadero grado de civilización de una nación se mide por cómo se protege a los más necesitados’.Uruguay, por otra parte, ha sido desde siempre el país con menor unanimidad católica de Hispanoamérica.



La política uruguaya, tradicionalmente bifrontista, era una página del siglo XIX hasta la llegada del turbosocialista Tabaré en 2004. Tabaré ha sido no poco hiperactivo pero con todas sus rarezas y sus partidos colorados, nadie duda de que Uruguay es un país con aliciente, con buena carne, buenos vinos y un montón de masones con los que discutir: un país que se llama a sí mismo ‘el paisito’ y donde la palabra ‘progreso’ sólo designa a un club de fútbol. Como diría Trillo, ¡Viva Honduras!



 

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