Nacer en un palacio real significa menos desde que a los reyes los quitan y los ponen como quien se cansa de ver siempre el mismo cuadro. La reina Sofía, nacida en el palacio real de Atenas, bien podía haber pasado su vida como cualquiera de esos príncipes balcánicos o germánicos que se exilian en un hotel de Londres y son reyes no más que en la genealogía y las tarjetas y –últimamente- en las páginas web. En definitiva, otro nombre para los maniáticos del Gotha.
Cuando la reina conoció al rey Juan Carlos, en York, en 1961, ambos eran los parientes pobres en la boda de los duques de Kent. Un año después se casarían. Juan Carlos I era por entonces un título nuevo, ‘príncipe de España’. El oficio del joven matrimonio consistía en verlas venir: podían reinar o no reinar aunque la pregunta era ante todo cómo reinarían. En torno al año 75, Carrillo dio en llamar al rey ‘Juan Carlos el Breve’, con la consecuencia inmediata de que Juan Carlos y Sofía llevan en la Zarzuela más de treinta años. Han visto crecer a sus hijos y a sus nietos. Según la Biblia, eso es, para cualquiera, una bendición.
En la vida de la reina Sofía nada hacía pensar en esa plenitud al abandonar Atenas por Creta y Creta por Londres a la llegada -1941- de los nazis. El exilio no le quitó la mejor educación, una auténtica doma del espíritu en lenguas y deportes. Estudió pediatría, música, arqueología. Trabajó de enfermera. Fue a unos Juegos. Todos sus intereses se han mantenido, los niños, la música –ante todo Bach-, un interés vivo y activo en esos viajes de cooperación donde hay unos españoles que restauran un pueblo caravanero en Mauritania o atienden un hospital en Indonesia. También se sabe lo que no le gusta: los toros, por ejemplo, o comer carne. No ha caído en el apostolado de causas tan personales.
Pase lo que pase con la Corona en España, la reina Sofía habrá sido un contrafuerte de estabilidad y un digno apoyo para la emocionalidad del público, de esas señoras que se arremolinan para tocarle la manga o gritarle ‘guapa’ cuando va a cualquier pueblo de España. El rey, al fin y al cabo, siempre se refiere a ella como ‘una gran profesional’, tras tantos años de presencia sin un cansancio, sin un mal gesto. Entra dentro del oficio pero estamos viendo cada día reyes marcadamente menos ejemplares. Incluso su defensa de la princesa Letizia ha sido un punto de honor.
Las declaraciones informales de la reina, según las ha recogido Pilar Urbano, no sólo son propias de una ‘mujer católica de setenta años’ sino de mucha gente más. Por supuesto, la reina se dedica a su papel de reina y no al de profesora de moral pero muchos escucharon sus palabras con secreto regocijo. Ciertamente, cualquier polvareda mediática afecta a la institución y habrá quien piense que no hace falta meterse en campañas de imagen: como fuere, en tiempos más caballerosos no se criticaba en público lo que decía una señora.
La Reina, ´una gran profesional´
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