Raúl Castro, el mal menor

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Los Castro nunca han sido como los Machado o los Quintero pero siempre han sabido repartirse el trabajo para que Fidel llevara la Revolución y Raúl llevara la contabilidad. En todo caso, mejor que nadie les llevara la contraria pues los Castro han tenido discordancia en el estilo y unanimidad en el gatillo a la hora de matar. Quizá por eso haya habido tantos cubanos que preferían la incertidumbre de las olas a la cercanía de los Castro. Al considerar la revolución cubana como un retrato del mal muy conseguido, asusta pensar que Raúl Castro se haya encargado de su trabajo sucio. Raúl sustituye a Fidel: / ¡hay cambio de madama en el burdel! 
 
Si la transición está siendo una sucesión, el postcastrismo se está definiendo como un turbocastrismo, como dos tazas de revolución en vez de una. Se ha optado por el reforzamiento de la ortodoxia revolucionaria y no será raro que Raúl y su consejo de ancianos vuelvan a subirse a la Sierra Maestra en busca de una inspiración quintaesencial. Un rumor de alcance más bien desiderativo situaba al mando a Carlos Lage, comunista VIP y señor viajado y aparentemente razonable pero menos dotado de razón que de cinismo. Cuba seguirá como parque temático o jurásico del socialismo científico en toda su extensión de plaga, con un afán heroico perfectamente autolesivo. Espíritu tutelar, Fidel alienta quejosamente desde las páginas del Granma y los cubanos corren a leer la crónica del béisbol. Es la misma población que quisiera menos marxismo y más frijoles, que entre ‘socialismo o muerte’ hace ya mucho que duda.
 
Con ochenta años de edad y cincuenta de Revolución, es harto tarde para que Raúl Castro abrace el liberalismo o deje el whisky. No se puede abatanar al guerrillero más montuno hasta hacer de él un reformista. En las cuatro esquinas del mundo, un millón de cubanólogos se dedican o nos dedicamos a opinar sin deplorar, a leer las opacidades que dicta el régimen con una cierta ligereza en la constatación de que el comunismo es perverso en sí mismo, como se ha demostrado ‘in vivo’ en tantos lugares y eminentemente en la misma Cuba. La postulación de reformas sirve para arañar tanto tiempo como dure primero Fidel y después Raúl, en tanto los cubanos de dentro siguen sin poder formar siquiera una asociación ornitológica. Dedicado al Ejército y a la economía, Raúl Castro ha conseguido un país armado hasta los dientes y empobrecido hasta la vergüenza. Tras reparar en el medio siglo de tormenta comunista, se puede llegar a esa conclusión de Reinhold Niebuhr según la cual la democracia es deseable en tanto que nunca encontraremos un grupo de hombres lo suficientemente buenos como para entregarles el poder de forma permanente. Menos aún a esa canalla –Fidel o Raúl- de los dos Castro.  

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