Esa fiera que resopla en los manglares es Hugo Rafael Chávez Frías, criatura hirsuta de pelo duro y expresión caribe. Acostumbra a tomar baños en petróleo y se detecta su presencia en el estado Barinas, en Sucre, en Portuguesa y Carabobo, en la recientemente bolivariana República de Venezuela. Tiende a la facundia en el gesto, a los términos medios entre mandón y fanfarrón. Sobre todo, tiende a hablar más de la cuenta. Es reconocible por llevar camisa roja, por ser –siempre y siempre- el centro de atención, como un niño desmandado. De Hugo Chávez siempre hay que recordar que es real y no la invención de un guionista que quiso fundir en uno a César y a Cantinflas. Añadan el acento y los fusiles y saldrá Chávez, presidente de Venezuela. Dan ganas de decir que presidente vitalicio.
Quizá cada país tenga no el presidente que se merece pero sí el presidente que mejor encarna las mitologías de un electorado. Así, los alemanes quisieron las garantías de Merkel como los italianos una vez quisieron –truhán y señor- a Berlusconi, o los españoles quisieron a un Zapatero con aire de secundario solterón de esas comedias nacionales de baja calidad. En Venezuela, la famélica legión sentía las injusticias de este mundo y ahí aterrizó esa gran avutarda que es Chávez, con todo su chavismo. Por supuesto, las injusticias de este mundo se resuelven en el otro así que un señor como Hugo Chávez siempre se dedicó a vender a las masas crecepelo. Es el famoso populismo a la sudamericana, con héroes súbitos que al final siempre terminan por tomar el avión del exilio cuando no por morir tras una conjura de galones en su bello palacio colonial (Carondelet o Nariño o Miraflores). Así es Chávez, entre Tintín y el culebrón, astuto como una raposa que sabe besuquear niños en un mitin.
De golpe a golpe, Chávez desarrolla sus estrategias anti-Imperio como un bandolero con reservas de petróleo. Es lo que financia el discurso bolivariano, con la paradoja no menor de que el ´Air Force One´ vuela con keroseno de Maracaibo. Chávez extiende sus pólipos y compra voluntades por el eje andino y por el mar Caribe, discípulo de Castro y maestro de Correa y de Morales, enconado con García y –según los días- con Lula o con Kirchner o con Tabaré. A Fox, famosamente, le cantó una copla: ´yo soy como el espinito, que en la sabana florea: le doy aroma al que pasa y espino al que me menea´. Ahora reciben los pinchazos de Chávez el rey de España y, vicariamente, los españoles. Es el Chávez que saca los mosquetones y la faca cuando los demás sólo usan el florete. En términos diplomáticos, a España nunca le convino buscar la amistad de quien ni siquiera nos quiere como amigos porque para eso prefiere el Irán de los ayatolas. Ya era año de que alguien lo callara.