El país donde nunca pasa nada

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Los hechos: el Gobierno Zapatero puso como vicepresidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, órgano neutral de arbitraje financiero, a un caballero, Carlos Arenillas, casado con una ministra –la de Educación, Mercedes Cabrera- y en estrecho contacto con la Oficina Económica del presidente del Gobierno, órgano estrictamente político. Este señor Arenillas, según ha dejado caer Manuel Conthe en su comparecencia, fue pieza fundamental en dos episodios que en cualquier otro país habrían constituido otros tantos escándalos: una operación tramada con la cadena SER para actuar contra el BBVA y la paralización de un expediente contra la Opa de Enel y Acciona sobre Endesa. En términos más llanos: el Gobierno Zapatero puso junto al árbitro, como juez de línea, a un señor que trabajaba para uno de los equipos en liza. Lo normal sería que Arenillas saliera a la palestra, que los medios de comunicación exigieran su dimisión, que el propio Gobierno Zapatero compareciera para apartar temporalmente a Arenillas y para dar explicaciones a la opinión pública sobre unos asuntos que huelen que apestan. Pero nada de eso pasará. Cuando gobernaba el PP, bastó que la hermana de un cargo público anduviera en tratos con un sujeto imputado en irregularidades financieras –atención a la carambola- para que aquí se liara la de San Quintín y, por supuesto, el cargo público dimitiera. Ahora descubrimos a los árbitros cobrando del campeón y aquí no pasa nada. Cuando un país no es capaz de reconocer sus propios tumores, es que quizás esté ya muerto.  

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